En el arca del General Hospital de Southampton
Cuando entré en el General Hospital de Southampton, lo primero que hice fue perderme. Llegaba desde una ciudad de provincias española, con varios títulos universitarios de dudosa utilidad y un inglés de jelou y jau arr you. Desde entonces han pasado más de cuatro años, cuando todavía se decía: «¡Salid, formaos mientras dure la crisis y volved con experiencia!» Confiando en aquella promesa tan difusa, y dispuesto a trabajar en lo que fuera, comencé limpiando los suelos y recogiendo las basuras de este hospital. Así, cada día en una planta distinta, no tuve más remedio que aprenderme cada rincón de esta mole como la palma de mi mano. Tanto, que cuando me convertí en auxiliar de enfermería -aquí no se requiere ninguna formación específica- pude recitar de memoria cada una de sus unidades. Aunque, por muy grande que sea, lo que más impresionaba era su ritmo, como una ciudad dentro de la propia ciudad. Ahora, desde que ha estallado la crisis del Coronavirus, todo es muy distinto.
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