Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Miguel Hinojar Merín

Jurista, Filósofo y Nozickeano. Complutense, 1995.

Miguel Hinojar Merín tiene 5 artículos publicados

El sueño racionalista: bienvenidos a Westworld

En Antropología filosófica/Series por

Lo justo es lo debido, que diría ese racionalista llamado Baruch Spinoza. Durante el confinamiento, el consumo de series ha aumentado considerablemente, y muchos espectadores han visto saciada su sed de cualesquiera series que estaban viendo. Entre ellos, nos encontramos los seguidores de la que, probablemente, sea la mejor producción de HBO desde la cuarta temporada de Juego de Tronos. Eso sí, con la diferencia de que a Juego de Tronos le fueron pagadas sus deudas; mientras que, en nuestro caso, la Justicia no se ha visto satisfecha, y tenemos a Baruch Spinoza –e incluso a alguno más– revolviéndose en su tumba por la infinidad de críticas negativas que se han vertido contra la tercera temporada de Westworld, ya terminada. Un pesimismo generalizado tanto por los números de audiencia, como por su argumento y por “haberse vendido”, realizado tanto desde las redes, como desde medios de comunicación especializados en cine o periódicos con gran difusión.

Pero el mensaje parece no haber llegado, así que este artículo repleto de spoilers y solo apto para haterspretende dar una visión concreta, una lectura alternativa hecha por un abogado del diablo, de lo que es Westworld, no como proyecto audiovisual –ya que sobre eso no hace falta decir nada más– sino como historia, como dilema, como cuestión filosófica y política, y situarla en la posición que se merece. Al César, lo que es del César.

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Libertad de expresión y libertad en la expresión

En Periodismo por

La preposición “en”, es definida por la RAE como “la preposición que denota en qué lugar, tiempo o modo se realiza lo expresado por el verbo a que se refiere”. Es decir, se refiere al modo, a los medios. Por su parte, la preposición “de”, denota pertenencia; de qué, o de quién.

De entre todas las discusiones habidas por razón de esta pandemia, creo que no hemos reparado en el aspecto fundamental de la más fundamental de las discusiones, sin la que éstas, a su vez, serían imposibles e ilegales. No se trata de si debemos o no debemos tener libertad de expresión, sino de si debemos o no debemos tener libertad de expresión para hablar de la libertad de expresión.

Con tanta madeja, en esta sociedad autorreferencial la clave consiste en el significado que atribuimos a las cosas; y es preciso esclarecerlo para salvarnos de ser malinterpretados. En este caso, el dilema no está en libertad de expresión “sí” o “no”, sino en qué libertad de expresión; porque, pensemos, es igual de libre en su expresión el sujeto que dice lo que piensa, que el sujeto que dice lo que piensa como quiere. Es igual de libre el medio de comunicación privado que difunde sus noticias libremente, que el medio de comunicación privado que libremente difunde sus noticias como quiere.
Es igual de libre el hombre que llama a otro estúpido, que el hombre que, queriendo transmitirle a otro lo estúpido que le parece, le llama fascista. Son igual de libres, en resumen, el hombre que dice lo que quiere, y el hombre que lo dice como quiere. Y pese a que lo anterior pueda parecer un absurdo, el qué y el cómo nunca han sido la misma cosa, como tampoco las preposiciones “de” y “en”, o como tampoco lo ha sido un estúpido y un fascista.

¿Libertad de expresión? Por supuesto. Pero vayamos al fondo del asunto: ¿significa esa libertad de expresión una condena perpetua a la prostitución de los términos y el rigor conceptual? ¿Libertad de expresión, o libertad en la expresión?

La libertad puede entenderse de muchas formas; pero de entre todas ellas, hoy nos la cuelan con el significado de la autodeterminación. El “yo” es quien define, el “yo” es quien crea y quien recrea. Esto se entiende muy bien con la otra discusión que le sigue a la libertad de expresión: la libertad de información.

Si hablásemos de un primer mundo, el mundo “X”, donde la información, pese a dispersa, ya se encuentra dada, y el papel que los medios de comunicación cumplen, que son muchos, es el de recogerla y transmitirla, alterando únicamente el qué -esto es, contando A, o contando B, o no contando nada-, hablaríamos de un mundo donde existe libertad de información -es decir, o de informar, o de no hacerlo-. Si, por el contrario, nos refiriésemos al mundo “Y”, donde la información no está dada, sino que son los medios quienes la crean, no solo alterando el qué, sino también el cómo, este no sería un mundo en que solo existe libertad de información, sino también libertad en la información. Esto, como se refiere a lugar, tiempo y modo o medios, puede significar que se opta entre la radio y un periódico, la televisión o Twitter, en su casa o en la mía, o en castellano y un lenguaje inventado por ellos mismos.

Pero suponemos que, como profesionales de la comunicación -es decir, del lenguaje- saben distinguir las preposiciones.

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Liberalismo postmoderno

En Pensamiento por

A propósito de algunos liberales, que están de enhorabuena.

Muchos insinúan que esto de vivir en tiempos de posmodernismo puede llegar a ser insoportable, ya que, como la realidad se constituye por el sujeto individual y es este el que crea y recrea lo existente a su arbitrio, no hay capacidad de acuerdo o entendimiento alguno, y todo es conflictivo.

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Morsas y animalistas: una reflexión sobre el suicidio

En Distopía por

En un nuevo alarde de antropocentrismo animalista (¿?), la conocida por todos plataforma de Netflix, que pretende erigirse como la nueva productora de cultura (o “cultura”) a nivel planetario, ha publicado el documental titulado “Our Planet”; un documental en el que llegado un momento, se muestran imágenes de cientos de morsas que yacen sin vida en la base de un acantilado, y otras tantas que desde lo alto y por la presunta culpa del impacto humano en el medio natural y el cambio climático…¿se suicidan?

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La España indeterminada, colgada en los balcones

En España por

Está usted andando por las calles de Madrid, y al alzar la vista se encuentra con la ingrata sorpresa de que uno de sus conciudadanos ha decidido colgar de su balcón una esvástica. ¿Qué haría? ¿Relacionaría a dicho sujeto con la gastronomía, la gente, el clima y la tierra de la Alemania Nazi? ¿O tal vez con la lealtad hacia las instituciones Nazis, sus líderes, su Genocidio y en suma, con las acciones políticas de ese Estado, y en consecuencia reprobaría su acción y repudiaría al sujeto?

Dicho esto, cambiemos los símbolos –en adelante, también llamados significantes–. ¿Es la bandera de España representativa de las acciones políticas del Estado español, o de su clima, su gastronomía, su tierra y su gente? ¿Es el Estado español responsable del carácter de su población –Dios no lo quiera–? ¿Y de la gastronomía? ¿Es la bandera un símbolo cultural, institucional o paisajístico? ¿Qué representa?  Pensemos que si la respuesta es lo primero (cultural) nada cabría hacer contra ese sujeto si decidiera lucir al sol su esvástica; hemos de ser prudentes con la respuesta, así que tal vez ayude lo que sigue a continuación. Sigue leyendo

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