Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Luis Gonzalo Díez

Luis Gonzalo Díez (Madrid, 1972) se dedica a la enseñanza y a emborronar más páginas de las debidas. Sus gustos y aficiones son tan convencionales y anodinos que mejor no hablar de ellos. Le interesa, más que la política, el pensamiento político. Y ha encontrado en la literatura el placer de un largo y ensimismado paseo a ninguna parte. Ha publicado "Anatomía del intelectual reaccionario" (2007), "La barbarie de la virtud" (2014) y "El viaje de la impaciencia" (2018).

Luis Gonzalo Díez tiene 30 artículos publicados

Perros perdidos, humanidad doliente

En Asuntos sociales/Pensamiento por

Cuando, dentro de muchos años, un historiador de la moral haga el retrato de nuestra época deberá contar con uno de los documentos más esclarecedores de la misma. Me refiero a esas fotografías de perros perdidos adosadas a un texto que cuelgan de los árboles en los parques de la ciudad.

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Reflexiones de un eremita confinado en familia

En Cuarentena/Pensamiento por

He hallado en mi indolencia de hombre confinado la fórmula magistral de la pedagogía doméstica, aquella urbanidad dulce y relajada de un esmerado paterfamilias. ¿A qué me dedico durante las horas centrales del día y el resto? ¿Qué pensamientos me ocupan? Bueno, este es uno de esos asuntos que solo se pueden afrontar con la bata manchada de tinta. Los lamparones de mi batín, como la barba que me he dejado crecer y que me llega casi hasta la cintura, al igual que la deslucida melena que me cuelga de los hombros y que mi mujer persigue ciega de amor para cortármela mientras duermo, hablan de una existencia lánguida y quimérica. Ya solo leo en posición horizontal y mi olfato divaga sobre qué habrá hoy para comer como principal tribulación de la jornada. La cocina y el dormitorio han sido ocupados física y moralmente por mi espíritu desde que la lentitud de la existencia me ha descubierto pliegues olvidados del alma.

Descanso y leo, como y me acuesto, despierto y me duermo. La vida es sueño y transcurre soñolienta y apaciguada por las infinitas regiones del hogar. Cuánto me pasó inadvertido de la casa en que vivo cuando me dedicaba a ir al trabajo por la mañana y volver por la noche. Entonces el hogar hacía las veces de parada y fonda en el tedioso y mezquino viaje del hombre moderno a sus diarias obligaciones. Ahora estas han sido sustituidas por la más placentera disipación, me empleo a fondo en esta tesitura de disfrazar las horas de logros y hechos que no pasan de ser conjeturas y entelequias de una mente abrumada por el sopor y la felicidad. En torno a ella, doy vueltas y más vueltas como un ratoncillo despreocupado de felinos malignos. Sentirse prisionero en los muros del hogar constituye una experiencia única que nos resarce de virus y enfermedades.

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El acertijo de la España vacía

En España por
Pueblo ventana

La “España vacía“, fórmula acuñada por Sergio del Molino en la obra homónima, ha suscitado en nuestras sentimentales conciencias dos fenómenos íntimamente relacionados: la nostalgia del agro y la solemnidad periodística. Algo hay en dicha fórmula, y de ahí el irrebatible ingenio de su autor, que convoca emociones profundas de nuestra memoria colectiva, de lo que creemos haber sido, de lo que imaginamos que somos y del presagio que ambas certidumbres nos imponen como un acertijo sin resolver.

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El pesimismo de la igualdad

En Asuntos sociales por

Alexis de Tocqueville señalaba, en su clásico La democracia en América, que la igualdad no se vincula necesariamente con la felicidad. Al respecto, le llamó poderosamente la atención cómo el estadounidense medio vivía angustiado precisamente por aquello que debía contribuir a su felicidad.

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La paradoja del ecologismo

En Distopía por

Es un hecho que el entorno de nuestras vidas, el medioambiente, lo que de una manera simplificada podemos llamar naturaleza no humana se percibe hoy en día en su plena objetividad. Cada vez estamos más concienciados con el medioambiente, con las amenazas que se ciernen sobre él: calentamiento global, deforestación y desertización, contaminación de las ciudades y los océanos, etcétera. La naturaleza, en este sentido no humano, externo, medioambiental, existe como una realidad innegable, como un límite ecológico que, sin embargo, transgredimos a diario, desde el gesto cotidiano de tirar toallitas húmedas por el retrete o seguir utilizando bolsas de plástico en nuestras compras hasta las grandes expoliaciones de la fauna y la flora realizadas según la lógica neoliberal de un capitalismo salvaje.

Se aboga en el presente por una “conciencia verde, por prácticas de reciclaje, por una “economía circular“, por el activismo de todos y cada uno de nosotros en el cuidado del planeta, sea una niña preocupada ejemplar y mediáticamente por el negro futuro que les aguarda a las nuevas generaciones si no cambiamos nuestro contaminante estilo de vida o esos grupos de voluntarios que se forman esporádicamente para limpiar de desechos una playa o retirar la basura acumulada en un bosque o un monte.

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Política posmoderna y justicia clásica: a vueltas con el procés

En Cataluña por

Ante los recientes acontecimientos judiciales relacionados con el inagotable procés, permítanme hacer una pequeña y nueva reflexión, pues uno mismo se encuentra abismado en un proceso interior del que espera ser indultado por alguna benévola divinidad. Sigue leyendo

‘Fascistas’ contra la censura

En Asuntos sociales por

En el nuevo libro de la libertad contra el autoritarismo y la censura que está esperando a su Spinoza para ser escrito, debería criticarse a fondo ese hábito tan moderno que consiste en imponernos no tanto qué debemos pensar y decir sobre algo como qué debemos sentir por algo.

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Un país con mucha moral y sin ninguna ética

En Asuntos sociales/Educación por

Ya lo decía, en frase genial, el gran sociólogo español Esteban Pinilla de las Heras refiriéndose a la atmósfera del Franquismo: “un país con mucha moral y sin ninguna ética”. Por ello, entendía una sociedad grandilocuente y exagerada, siempre dispuesta a escenificar su adhesión al bien y su aversión al mal, una sociedad, en el fondo, destrozada, deshecha, entregada a la hipocresía y profundamente cínica.

El Franquismo, según Pinilla, se relacionaría con la hegemonía de un lenguaje apodíctico, concluyente e incuestionable en sus máximas, eslóganes, fórmulas coloquiales y frases hechas. El lenguaje ominoso de una sociedad sin pensamiento propio, poseída por el miedo y el egoísmo más voraz, por la pereza y la cobardía, que se limitaba a repetir la retahíla de los tópicos ideológicos puestos en circulación por políticos, burócratas, periodistas e intelectuales, todos ellos expertos en el arte de saber decir lo que debe ser dicho. Tópicos convertidos en usos lingüísticos que establecían la frontera entre lo decible y lo indecible, lo legítimo y lo ilegítimo, el bien y el mal, con el aviso subliminal de que cualquier matización o leve impugnación de tales lugares comunes podía traerle a uno serios problemas con la autoridad.

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La enseñanza política de Spinoza o qué diantres pasa con Cataluña

En Cultura política por

 

No creo que esté de más, en estos momentos en que seguimos inmersos en el desafío de los independentistas catalanes, volver la vista atrás y recuperar los argumentos vertidos por Spinoza en el capítulo XX de su celebérrimo Tratado teológico-político (1670). Dicho capítulo se titula “Se demuestra que en un Estado libre está permitido que cada uno piense lo que quiera y diga lo que piensa” y puede considerarse una de las exposiciones más lúcidas, elegantes, persuasivas y sucintas de lo que es e implica un Estado de derecho. Sobre esta entidad política, tenemos actualmente una idea bastante confusa que, creo, está siendo utilizada con descarado oportunismo por los independentistas para arrimar el ascua a su sardina. Estos no se cansan de repetir que la acción judicial emprendida contra ellos es una persecución ideológica y atenta contra su libertad de expresión, contraviniendo la cláusula fundamental de una democracia que se pregona como pluralista y liberal. Es decir, que tal acción judicial, y la línea política y gubernamental que supuestamente la ampara y dirige, demostrarían que España no es un Estado de derecho porque los poderes no están efectivamente divididos, y las opiniones políticas de una parte de la población no se encuentran protegidas y son perseguidas.

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Una aproximación al caso de “La Manada”

En Asuntos sociales/Cultura política por

La protesta contra la sentencia judicial del caso de La Manada ha puesto sobre el tapete la cuestión de cómo está organizado el poder en nuestra sociedad, el sentido de las instituciones y, en fin, su papel de mediadoras, de filtros a través de los cuales facilitar la toma de decisiones.

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[RÉPLICA] La superioridad moral de la izquierda

En Cultura política/Pensamiento por

Un fantasma recorre la izquierda, el de su superioridad moral. Ignacio Sánchez-Cuenca, con prólogo de Íñigo Errejón, acaba de publicar un ensayo titulado provocadoramente como este artículo en el que convierte la acusación de superioridad en testimonio de un hecho irrefutable.

Pues sí, viene a decir Cuenca, los izquierdistas somos moralmente superiores a liberales, conservadores y democratacristianos porque nuestras ideas son la expresión más pura de la mejor forma de vida en sociedad, aquella donde no hay explotación ni dominación y los hombres (y las mujeres) son, como diría Rosa Luxemburgo, “completamente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”. Sigue leyendo

Padres e hijos: educar desde el exilio digital

En Asuntos sociales/Educación por

La veo y me atribulo al sentirme devorado por augurios entre cómicos y esperpénticos. Veo a mi hija con el móvil y los cascos puestos sentada junto a mí en el mullido sofá del salón y, por el rabillo del ojo, desde la esquina vergonzante del alma paterna, escruto la pantalla y creo adivinar un pulular de jóvenes que cantan, ríen, bailan en un frenesí digital y hedonista.

A veces, me mira y se sonríe y yo me quedo tranquilo porque esa sonrisa es la confirmación de que el solipsismo tecnológico no la ha devorado como a mí mis cómicos y esperpénticos augurios.

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El neologista prometeico o cómo hemos entrado en un delirio cultural

En Pensamiento por

El uso indiscriminado de neologismos que fuerzan el lenguaje y provocan un efecto de artificialidad se ha vuelto frecuente en nuestra sociedad en cuanto instrumento para la defensa de distintas causas sociales, como la crítica del “heteropatriarcado” o del “especismo”. Detrás de este uso orientado ideológicamente, se percibe el aliento prometeico de un servicio benemérito a la sociedad, una honda preocupación por contribuir a su bienestar y a la destrucción de todas aquellas actitudes, hábitos y mentalidades que bloquean su perfeccionamiento.

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La ruina y el reino

En Asuntos sociales/Mujer y género por

 

En el corazón de Madrid, cerca del Rastro, hay un pequeño solar dedicado a actividades sociales. Suele estar ocupado por niños que juegan al fútbol en un campo de tierra con dos porterías oxidadas. Cuando, subiendo por Embajadores, el paseante ensimismado se aproxima al solar, descubre un mercadillo callejero bastante desarrapado donde se venden marcos para cuadros y otros objetos de chamarilería que tienen la apariencia del oro viejo de alguna época olvidada. En la acera de enfrente del solar, se levantan los muros de la iglesia de San Millán y San Cayetano, realmente imponente por su altura y en la que siempre algún pobre con las uñas ennegrecidas de las manos y de los pies extiende su mano al paseante por si, por ventura, este se apiada de su miserable condición.

Iglesia de San Millán y San Cayetano.

El muro lateral de una casa de renta de alquiler antigua da al solar donde juegan los niños bajo el amparo de un barrio en el que el arte urbano, la igualdad de género y el multiculturalismo despiertan fervor y rechazo. En ese muro que, como una divinidad benigna y protectora, vela por los buenos usos del solar, un grafitero famoso por sus corazones de estética pop y al que se conoce como “El Rey de la Ruina” ha dibujado tres iconos ideológicamente reivindicativos: el de una espada rota, el de una mujer joven, guapa, de larga melena negra y en camiseta que mira, segura y tranquila, a un punto indeterminado del horizonte y el de un corazón. El grafiti es poderoso, posee un ligero aire cubista y los diferentes colores que lo ilustran magnifican su carácter lúdico y, al mismo tiempo, solemne. “El Rey de la Ruina” quiere decirnos algo y lo dice con palabras de la comunista de origen polaco-judío Rosa Luxemburgo, detenida, encarcelada y asesinada por los freikorps que, con el apoyo del gobierno, sofocaron la revolución alemana de 1919. La frase de Luxemburgo escogida por el artista reza “socialmente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres” y está dividida en tres partes: el socialmente iguales se representa con el icono de la espada rota, el humanamente diferentes, con el de la mujer y el totalmente libres, con el del corazón. El reino de Rosa Luxemburgo se transfigura en la ruina iconográfica de un solar y un muro reinventados por la colorista creación de un grafitero que ha querido expresar simbólicamente el latido más íntimo y secreto de Lavapiés.

Tras haber esquivado una vez más, con esa arrogancia vergonzosa del paseante cansado de pedigüeños, a uno de los mendigos de San Cayetano, me detuve asombrado ante la obra de “El Rey de la Ruina” en mi último peregrinaje al corazón de la ciudad. Había pasado por allí en incontables ocasiones pero nunca había prestado demasiada atención a lo que consideraba superficialmente una mera manifestación de la tribu progre y multicultural. “Ah, ese bodrio luxemburgués, qué bien quedaría si le diésemos la vuelta y dijésemos socialmente insociables, humanamente contingentes, ambiguamente libres“. Esto pensaba yo con la misma solemnidad y suficiencia de aquellos que me indignaban por su pamplinería, demagogia y superioridad moral.

No sé qué me sucedió en mi último peregrinaje, que tantas otras veces había rematado en una librería del centro de la que salía orgullosísimo después de haber despachado casi sin mirar una docena de títulos que me parecían infames por su mezcla de subversión y corrección política, pero quizá debido al rumor del oro barato y gastado de la chamarilería, a las pantorrillas de los minúsculos futbolistas que se divisaban entre el polvo del solar, y que me recordaron a un partido de mi infancia en el solar que hay enfrente del edificio donde vivían los trabajadores de la Casa de la Moneda, o a la uña negra y acusadora del mendigo me encontré a mí mismo contemplando con arrobo los iconos de un mundo soñado por el que merecería la pena luchar. Y en tal trance ideológico, con el riesgo de que las ruinas de la historia y la historia de perdición de tantas utopías volviesen a cobrar vida alumbrando un reino promisorio, vino a mi cabeza la gran novela visionaria, triste y esperanzada como las más evocadoras quimeras del corazón, de Andréi Platónov, Chevengur.

El destino terrible de Platónov en el estalinismo no le impidió escribir una obra que conmemora la utopía con los acentos elegiacos de su infausto final, de esa memoria del porvenir que nunca llegó a ser lo que auguraba. El protagonista de Chevengur, Dvánov, un huérfano que terminará sumergiéndose en las aguas para encontrarse con su padre muerto, tiene por fiel compañero y paladín a un Quijote de la estepa, el inmortal Kopionkin, que, con su caballo y su espada, en vibrante metamorfosis del caballero de la triste figura, defiende a los humillados y a los ofendidos y ofrenda sus obras de justicia a la memoria de su madre-amante Rosa Luxemburgo. ¿Cómo lo anhelado por el Quijote de la estepa, lo que hizo refulgir su alma piadosa y bondadosa podrá nunca soslayarse como el tesoro perdido del mundo de los hombres? Posiblemente, las ruinas sean eso, ruinas, y los reinos que una vez las cobijaron no sean más que satélites fuera de órbita que flotan en un universo sin oídos para el espíritu. Platónov sabía que así era y, pese a ello, se tragó su desgracia, que incluía la muerte de su hijo tras una detención arbitraria, y pudo vislumbrar el sentido más puro e irrenunciable de los viajes que se emprenden con el corazón propicio.

Sería demasiado fácil decir que, gracias a la rememoración de Chevengur, experimenté una catarsis ideológica, crucé a la otra orilla y me dejé llevar por la sugerencia del grafiti al mundo de los “socialmente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”. Pero sí es cierto que, ante el reino simbolizado por aquella ruina iconográfica que flotaba a la deriva en el Madrid de siempre, sentí que, al gran Kopionkin, le debía un reconocimiento luxemburgués porque alguien que fue amada por el guerrero rojo no pudo equivocarse en lo esencial. Del mismo modo que los libros de caballería que llenan de luz los viejos solares del tiempo no pueden despacharse con suficiencia dado que fueron capaces de engendrar la bienhechora locura del mejor de los hombres. Lo cual quizá sirva para entender que la literatura, que la perspectiva abierta por la literatura en lo más profundo de nuestra alma, trasciende la batalla ideológica y ofrece sobre esta una visión que no es de blancos y negros. Y ello debido a que, en la literatura, las ideas se encarnan en personajes cuya grandeza espiritual derriba y sobrepasa los diques de una empobrecedora lectura ideológica. Por eso, la cita de Luxemburgo, que tanto me repelía en mis paseos madrileños al quedar ilustrada por un grafiti que reúne los tics característicos de la tribu progre y multicultural, asumió un nuevo significado cuando la verdad novelesca personificada por el Quijote de la estepa me permitió situarla en el espacio imaginario de las utopías literarias.

No pretendo decir otra cosa que la realidad es algo complejo y ambiguo, que tiene muchas capas y dimensiones y que la ficción forma parte de los instrumentos de que disponemos para abordar su conocimiento. Causa definitiva, a mi parecer, de que un esmerado paseante de los barrios madrileños que rodean el centro del universo deba, si quiere tocar el cielo de la embriaguez callejera, ser capaz de alumbrar en su cabeza dos ideas contradictorias al mismo tiempo. Como, por ejemplo, la ruina ideológica representada por ideales que no pasan de ser un brindis al sol, bellas e inanes palabras, y el reino literario configurado, de una vez y para siempre, gracias al impulso que aquellos mismos ideales dieron a corazones propicios.

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Independentismo o hedonismo

En Cataluña/Cultura política/España por

¿Se puede ser independentista y hedonista? Separarse de España, ¿no obliga a romper con aquello que Benjamin Constant denominaba “la libertad de los modernos”, es decir, “la seguridad de los goces privados”, “el goce pacífico de la independencia privada”? Los modernos somos hedonistas y vivimos entregados al hiperconsumismo, descrito por Gilles Lipovetsky como la fuente de la identidad moral hoy en día hegemónica. Para nosotros, la única independencia objeto de adoración es la privada, la que fluye de ese mundo anodino y prosaico constituido por el trabajo, la familia, los amigos y las diversiones en que saciamos nuestra sed de espíritu… Sigue leyendo

Solo los animales nos salvarán

En Cataluña/España/Pensamiento por

Desde que tengo uso de razón, he mirado por encima del hombro a los animales en tanto representante de una especie noble para la cual burros, cerdos, perros y hormigas no pasan de ser oscuros y anónimos siervos de la gleba. Durante mucho tiempo, he dado por supuesto que el Antiguo Régimen que separa jerárquicamente a la especie humana del resto de especies animales formaba parte de la Gran Cadena del Ser y, por ello, era incontrovertible.

Mas todo cambió revolucionariamente un sábado de noviembre cuando regresaba a casa después de un largo y ensimismado paseo galdosiano por la ciudad de mis amores. Puede decirse sin asomo de exageración que sufrí una catarsis, que experimenté una revolución interior fruto de la cual fue el derrumbamiento de mis certezas aristocráticas y etnocéntricas respecto de los animales no humanos. Sigue leyendo

El hogar catalán y el castillo español

En Cataluña/Cultura política/España por

El problema catalán ha puesto sobre la mesa una clásica cuestión política que tiene que ver con nuestro entendimiento de qué es una democracia. Montesquieu y Rousseau ilustrarían dicha cuestión de manera paradigmática. Permítanme reconstruir la polémica entre ambos mediante la metáfora del castillo y del hogar. Metáfora que remite a la vida castellana, serena y apacible, de Montesquieu en La Brède y a la vida errante, agitada y desgraciada, de Rousseau. Perseguidor infatigable de un hogar utópico que colmase su yo, fuese el de una república al modo de Esparta o el de un grupo familiar, autónomo y autosuficiente, como el de Clarens.

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La metamorfosis del terror: del jacobinismo al yihadismo

En Pensamiento por

El atentado yihadista de Cataluña volvió a poner sobre la mesa la cuestión de la naturaleza de este tipo de terrorismo. Un pensador como Edmund Burke quizá pueda ayudarnos a dirimir esa cuestión en la medida en que su reacción contra la Revolución francesa despliega una serie de visiones y argumentos no desdeñables a la hora de profundizar en la esencia del terrorismo islámico.

Evidentemente, no pretendo decir que, en Burke, se halle la solución del enigma, sino que, en nuestra historia intelectual, disponemos de marcos conceptuales adecuados para dotar de complejidad y hondura a nuestros análisis del presente. Desde la perspectiva del pensador irlandés, cabe descubrir una afinidad entre el jacobinismo y el yihadismo que, con todas las cautelas y matices, dadas las inmensas diferencias entre uno y otro; permite poner el énfasis en la ideología como clave interpretativa fundamental. Sigue leyendo

Carta a Benito Pérez Galdós

En Democultura/Literatura por

Muy señor mío:

Después de muchos años, uno diría que casi toda una vida, he vuelto a leer este verano Fortunata y Jacinta. El recuerdo asombrado que tenía de ella no solo se ha renovado, sino que ha alcanzado un punto de disfrute que me ha impulsado a enviarle esta misiva como forma de humilde agradecimiento.

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Los dos círculos de la democracia

En Cataluña/Cultura política/Pensamiento por

Perdonen que uno vuelva al manido tema catalán, pero si una virtud tiene tal turbamulta es permitirnos pensar qué es y qué no es una democracia, explorar y llegar a comprender mejor nuestro sistema político y, quizá lo más importante, sus límites. Aquel punto más allá del cual nos precipitamos al vacío.

El manido tema catalán me ha llevado a percibir que nuestras democracias representativas giran en torno a dos círculos. Uno sería lo que cabe denominar el círculo liberal. Este estaría vinculado con el imperio de la ley, la división de poderes y el pluralismo. Es un círculo yo diría que oscuro, que solemos pasar por alto, pero en el que reposa el significado más profundo de nuestra democracia. Es decir, aquellas ideas y procedimientos que, decantadas por siglos de luchas y conflictos, nos han permitido alumbrar un sistema de libertad en el que tenemos el derecho, como diría Odo Marquard, a ser diferentes sin sentir miedo. Sigue leyendo

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