Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Luis María Ferrández

Luis María Ferrández, (Madrid, 1977), es Doctor en Ciencias de la información por la Universidad Complutense de Madrid. Compagina su carrera docente con la profesional como guionista y realizador. Es profesor en la universidad Francisco de Vitoria donde imparte varias asignaturas relacionadas con la cinematografía y la narrativa audiovisual. A su vez, es profesor de cine en la escuela de arte TAI. Como guionista, productor y director ha hecho dos películas: “249, la noche en que una becaria encontró a Emiliano Revilla” y “La pantalla herida” y varios cortometrajes de ficción. Ha trabajado en los equipos de dirección de varias películas además de desarrollar proyecto de cine y TV en varias productoras. Es analista de guiones con más de 50 producciones asesoradas en los últimos años.

Luis María Ferrández tiene 7 artículos publicados

Leprosos: La difamación como relato emocional

En Asuntos sociales por

Si murmurar la verdad aún puede ser la justicia de los débiles, la calumnia no puede ser otra cosa que la venganza de los cobardes.

Jacinto Benavente.

Cuando los medios de comunicación deciden echarse en brazos del relato emocional, dejando de lado la enorme responsabilidad que conlleva informar desde el rigor y la imparcialidad, lo hacen siempre con el objetivo de servir a algún tipo de ideología para fabricar estados de emoción que forjen adoctrinamiento a través de una agitación intencionada. Cuando esto ocurre, se dispara directamente a la línea de flotación de los más básicos valores democráticos de toda sociedad, donde el estado de derecho, cuyo sistema garantista es la expresión máxima de los derechos y libertades que lo conforman, se ve amenazado de tal manera, que las consecuencias son tan inquietantes como impredecibles. La libertad de comunicación, por la que tanto lucharon generaciones, es un valor imprescindible de toda democracia solvente que sólo se ve dignificada cuando se ejerce tanto desde la responsabilidad individual como la colectiva, lejos de ser manipulada con fines sectarios o partidistas. 

Todo es ya un relato. La falacia es un peligroso valor al alza cuando la culpa o la inocencia las determina una ideología. Utilizar la vida como un drama del que anhelamos ser víctimas, es una trampa para colectivizar a través del dolor, la llegada a un efímero éxito construido en la ofensa, la tragedia y la autocomplacencia.

Nos hemos acostumbrado a vivir entre ficciones y a fabricarlas para ser nuestros propios protagonistas y así de paso, crear los antagonistas a nuestro antojo. Da igual que sea mentira, lo importante es el espectáculo que fomenta y al que sirve. Por eso, se maldice más que se dice y se miente más que habla. 

Porque ahora se escriben ficcioticias o psicotícias, una suerte de relatos emocionales cuya carga argumental es un compendio de estados emocionales narrados al servicio del suceso con la única intención de alimentar sospechas, deformar situaciones y crear universos ideológicos que predispongan las sensaciones hacia el objetivo de la sinrazón, la ira, la vulnerabilidad, la empatía dirigida y, por ende, la zombificación social. 

Una sociedad obsesionada por tribalizarse, por identificarse de manera compulsiva con algo, con alguien. Esa adicción identitaria es la consecuencia de un sistema que no acepta la existencia individual como un reto cuyo proceso empieza en la madurez personal para luego encontrar su lugar en el grupo. 

Ahora, ante la imposibilidad del discernir, se nos dice continuamente desde todos los frentes mediáticos como tenemos que pensar, como tenemos que hacer y, sobre todo, qué y cómo tenemos que sentir. Ante la falta de una respuesta propia sobre la realidad, el individuo, desorientado, busca y rastrea de manera compulsiva deformaciones ideológicas a través del colectivo en el que mimetizar sus miedos y sentirse protegido emocionalmente amoldándose al discurso oficial.

https://youtu.be/O6o0lxowFaw

La emoción narrada, es la nueva quimera de una sociedad que no acepta la incertidumbre intrínseca de la propia existencia y sus dilemas. El miedo al fracaso entendido como una aceptación por parte de los demás y no por parte de uno mismo, nos hace buscar la pertenencia compulsiva al colectivo o la tribu. 

La metáfora está por encima del marco analítico. La sospecha por encima del hecho jurídico. El pensador de Rodin, es hoy una estatua derribada cuyo pedestal ocupa ahora un sentimiento victimista, una ofensa indefinida, un recuerdo sensacionalista. Una sociedad revisionista por miedo a enfrentar el futuro de manera natural, que utiliza un neolenguaje lleno de axiomas y eufemismos con el único objetivo de hacer que las emociones, y no las razones, construyan un mensaje narrativo, seductor y ficticio, para predisponer al espectador a tomar una posición sesgada fuera del argumento constructivo.

El tiempo ya no es real, es diferido. Cualquier afirmación fraudulenta, es ahora sentencia. La palabra señala, la frase mancha y la historia sentencia. Lo espectacular está al servicio del suceso. El relato fomenta la dependencia de la superestructura ideológica y del obsesivo consumo que se controla y regula través de la narrativa. 

Todo es una emoción, una sensación. Nada es una reflexión, una razón.

Todo en el relato actual, se ha convertido en exordio y peroración en detrimento del argumento y el análisis crítico. 

Los maldicientes se sacian retozándose en la cultura de la cancelación, la nueva herramienta inquisitorial en la que se regodea una sociedad que, perdida la ética, ya sólo se viste en el armario de la estética. Algunos, ya no encuentran más alimento que el lamento, haciendo de él su único argumento. Frágil, letal, engañoso, certero. Relata que algo queda. La democracia no puede ser un relato mal escrito, una historia falsa, un panfleto al aire o un cuento para dormir niños. No podemos conceder ni ceder la decisión de lo que es verdad a las apariencias, al libelo y a la argucia de un titular envenenado. Ni mucho menos, a una audiencia ansiosa de ello. 

Sello de la Asociación Neoyorkina de supresión de los vicios (s. XIX) representando las ideas del castigo y la quema 

 

La hiper-emoción es Saturno devorando a su hijo. Las redes sociales, son la nueva hoguera de las vanidades donde quemar y cancelar todo lo potencialmente ofensivo bajo las soflamas inequívocas de un nuevo autoritarismo digital disfrazado de causa noble y piel muy fina. En ellas mismas, se construyen una red de desarraigos y frustraciones que vomitan los complejos en forma de exabruptos, quejidos y señalamientos. 

La palabra se hace verso para adornar el perjuicio y la sospecha.

Es la sociedad de la apariencia que abandona a la de la eficiencia. Somos una sociedad vigilada y vigilante, estimulada más por lo visual que por lo intelectual. Somos inquisitoriales, maestros de una moralidad propia que siempre aplicamos a lo ajeno. Alguien nos ha convencido de estar siempre en el lado injusto de la vida y pensar que por ello, somos víctimas de algo o de alguien. Incapaces de asumir nuestras propias decisiones, hemos tomado nuestros anhelos como derechos, y a nuestros complejos, como emociones. 

La neodifamación, convertida en herramienta usual en la era digital, es la que ennegrece con la sospecha todo aliento de verdad. Por ello, el relato, ese maravilloso relato de la emoción, debe quedarse en su hábitat natural que es el espacio de la ficción. 

Los difamados rebosan de llagas que supuran a pesar de la mentira mediática que las origina. Ante la calumnia, el corazón late, pero el alma se para. Por la herida de la injuria, sangran en silencio. Ante la impostura, el momento doloroso convertido en una farsa contada en forma de emociones y narraciones manipuladas. Ya proscritos, el mundo que conocían desaparece con las primeras luces de la infamia. 

Saben que la verdad, siempre terminará emergiendo. Pero no saben cuánto tardará en hacerlo. Así que un buen día, decidirán coger toda la basura que les han lanzado y la reciclarán para hacer que sus vidas merezcan aún más la pena. 

Despojémonos pues del traje de la sospecha, para empezar a valorar un humanismo mediático y narrativo más respetuoso con nuestra dignidad, que nos haga vivir en consonancia con lo que somos y con lo debemos ser.

Aunque nos guste el relato, también debe gustarnos la vida real, nuestra esencia y existencia y el espacio que ocupamos en ella. Y si no, luchar por cambiarla, pero no hacerlo nunca desde la impostura de fabricar lo que no somos. Y lo que es peor, contar de otros lo que no son, ni lo que fueron ni lo que serán

Esa molesta creatividad

En Asuntos sociales/Educación por

El proceso de educar es sin lugar a dudas uno de los más complejos y apasionantes a los que se enfrenta el ser humano. La educación necesita de actores que se enfrenten a la ignorancia o la inexistencia absoluta o parcial de cualquier forma de experiencia, con el animo de iluminar el conocimiento ante las encrucijadas que requieran decisiones en el futuro y de construir herramientas eficaces ante los retos que emanan del puro acto de vivir.

Cada ser llegado al mundo, nace sin el discernimiento de lo que es bueno o es malo y sin la capacidad de enfrentarse al dilema moral o ético que se desprende de cada una de nuestras decisiones. Por ello, mientras la educación técnica es acumulativa, pues no se necesita saber que antes de los trenes de alta velocidad existieron los de vapor para entender el funcionamiento y el fin de los primeros, el verdadero dilema es el que se desprende de la educación ética y del reto que representa cada neonato ante la comunidad educativa, social y familiar. Sigue leyendo

La Pareidolia nacionalista

En Cataluña/España por

La pareidolia consistente en el reconocimiento de patrones significativos como rostros humanos, caras o formas, en estímulos ambiguos y aleatorios como objetos inanimados, siendo una deformación psicológica de la realidad a través de la percepción visual.

Cuando una elite políticosocial se anquilosa en las instituciones que dan forma a una suerte de gobierno, se produce una calcificación de la maquinaria que rige los destinos de una sociedad, pasando de tener unos intereses universales a unos intereses sectarios y excluyentes. Éstos, empiezan sólo a producir en beneficio de una casta apoltronada en un poder que suele desarrollar sus actividades en un oscurantismo favorecedor para una corrupción endémica. Fue Tácito quien dijo que “Cuanto más corrupto es el estado, más leyes necesita”, pero no es tanto el nivel cuantitativo de sus entramado legislativo sino el cualitativo que hace referencia a la calidad de las normas que lo rige. Sigue leyendo

Buy Now

En Asuntos sociales/Economía por

Cuando el 11 de Septiembre de 2001 colapsaron las torres gemelas, asistíamos, bajo los efectos de un impresionante shock colectivo, a la macabra representación que simbolizaba el final de una era. Con ellas, se derrumbaba en aquel instante y sin darnos cuenta, todo un sistema político-social que había funcionado, no sin algunos altibajos, desde el fin de la segunda guerra mundial. Un modelo de pensamiento psicosocial y convivencia que había durado aproximadamente unos cincuenta años y que tanto había costado levantar sobre una Europa llena de cadáveres y tierra quemada.

Con el punto final a aquella guerra, y con su recuerdo vivo y perpetuo en todas las generaciones que la vivieron, todos los mecanismos políticos, institucionales, mercantiles, administrativos y sociales, se pusieron al servicio de una paz que debía amortiguar seis años atroces los cuales habían esquilmado a una sociedad cansada y afligida por tanta violencia, penuria y devastación. Sigue leyendo

Una sociedad automática

En Asuntos sociales por

El comportamiento autómata en la sociedad no es un fenómeno en absoluto contemporáneo. De todas las épocas emana una sociedad purista y bienpensante cuyos postulados ideológicos y doctrinas, son impuestos sobre el colectivo general blandiendo como única razón una supremacía moral e ideológica arraigada en los más profundos convencimientos adquiridos a través de la norma, la ignorancia y la costumbre.

Los totalitarismos ideológicos y espirituales, son intrínsecos a la condición humana en su forma más visceral, ya que unificar el pensamiento en una doctrina que aniquile la capacidad individual de discernimiento es la herramienta de conducción más antigua forjada por la mente. Sigue leyendo

La insoportable necesidad de tener razón (II)

En Asuntos sociales por

Siguiendo en la línea del anterior artículo, algo surge en nuestro interior, propio de la condición humana e inherente a ella a pesar de los siglos y del progreso. Una vez que hemos conseguido creer que tenemos razón absoluta, entonces surge repentinamente uno de los estados más detestados por cualquier ser que pueble la tierra.

Surge el miedo a la posibilidad. ¿A qué posibilidad?

A toda aquella que pueda en cualquier momento y de cualquier forma hacernos despertar y darnos cuenta de que es posible que estemos equivocados. De que es posible que nuestra razón no sea una roca imperecedera, de que sus argumentos se desmoronen a la luz de lo ajeno y se desmenucen en finas láminas para acabar diluyéndose en un segundo, o varios, como la arena que se pierde entre nuestros dedos, frágil, en silencio, rítmicamente. El miedo a que la ley de la gravedad haga caer aquello que era indestructible. Miedo al sonido de las trompetas que hicieran caer nuestros muros de Jericó. Miedo a ver nuestra razón amenazada por la posibilidad de no ser una verdad irrefutable, innegable e imperecedera.

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La insoportable necesidad de tener razón (I)

En Asuntos sociales por

Vivimos en una sociedad que ha desterrado la necesaria posibilidad de estar equivocado, de errar y de, por qué no, aceptar la probabilidad del fracaso en aquello que se comienza. Todo se nos debe ofrecer y todo ha de ser conseguido sin asomarnos a la posibilidad de lo contrario, pues se nos ha inoculado de manera incesante el axioma que obliga a la vida a hacernos perennemente felices por la única razón de creernos merecedores de ello.

De un tiempo a esta parte, el discurso político-social se ha radicalizado, y no sólo en estas vertientes, sino que lo ha hecho en cualquier lugar donde la sociedad haya colocado su imperfecta presencia. Hemos elevado nuestras causas a los altares de las verdades irrefutables que no pueden, bajo ningún concepto, dar espacio a lo contrario. Sigue leyendo

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