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Elisa de la Torre

Elisa de la Torre es artista plástica en pintura y grabado, trabaja en el departamento de Bellas Artes de la Universidad Francisco de Vitoria y realiza su doctorado bajo la línea de Prácticas Artísticas en la UCLM.

Elisa de la Torre tiene 5 artículos publicados

ARCO: entre el circo y la belleza

En Exposiciones por

Creo que si en la muestra de la Sociedad de Artistas Independientes, hace casi ciento cuarenta años, alguien hubiera dicho que el mercado del arte iba a devenir tan excesivamente ecléctico, ni Duchamp mismo se lo hubiera creído. Desde su desafío a raíz de la propuesta de “La fuente” en 1917 hemos visto cómo la provocación artística ha crecido hasta límites insospechados.

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La ternura de la sencillez

En Religión por

“La natividad” (1597), Federico Fiori Barocci

Recuerdo desde niña ver esta imagen en la Biblia ilustrada que mi madre colocaba en el recibidor de mi casa. Siempre estaba abierta por esta página durante los días de Navidad y recuerdo observarla durante horas, sabiendo que, dentro de su sencillez visual, había algo mágico en ella que captaba mi atención. Es la imagen de Natividad que viene a mi cabeza cuando pienso en esta época y su recuerdo no solo me devuelve a la niñez, sino que hace permanente en mí la sensación que tenía al observarla: la ternura que emana de o la sencillez de esta escena. Sigue leyendo

Javier Riera: geometría en la oscuridad

En Exposiciones por

Hasta el 25 de noviembre, el Centro Gallego de Arte Contemporáneo (CGAC) acoge la obra de Javier Riera (Avilés, Asturias, 1964), artista visual de la luz, la geometría y el paisaje en una muestra comisariada por Santiago Olmo y con intervenciones directas en el Parque Bonaval, de donde toma el nombre.

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Monet y Boudin pasarán agosto en Madrid

En Democultura/Exposiciones por

Desde el 26 de junio y hasta el 30 de septiembre se puede disfrutar en el Museo Thyssen de la exposición monográfica de Monet -Boudin. Se trata de en un recorrido que entrelaza las vidas y estilos del gran pintor impresionista Claude Monet (París, 1840 – Giverny, 1926) y su maestro Eugène Boudin (Honfleur, 1824 – Deauville, 1989), representante destacado de la pintura al aire libre francesa de mediados del siglo XIX.

Juan Ángel López, comisario de la exposición y conservador del Museo Thyssen, reúne alrededor de un centenar de obras de ambos pintores, que entablan un diálogo delicioso de estilos complementarios. La presentación conjunta de la obra de ambos pretende no solo arrojar luz sobre el periodo de aprendizaje de Monet si no también sobre la evolución de la carrera artística de los dos pintores y el origen del movimiento impresionista. En el recorrido de la muestra se pueden apreciar las influencias que cada uno ejercía sobre el otro, así como la evolución de una realidad figurativa pintada de manera fiel a un impresionismo de realidad desdibujada en donde la supremacía de los colores y la luz toman posición, como pregnancias de lo visual más que registro con detalle.

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Monet comenzó imitando a su maestro Baudin, y según fue evolucionando su propio estilo, fue el propio Boudin quien, en profunda admiración hacia la audacia de su discípulo, termina influido por su estilo y desparpajo colorista y manejo del pincel. Comienzan en un realismo paisajista, del cual Monet avanza hacia un impresionismo sutil al principio y descarado al final. Por otro lado, Boudin se mantiene fiel a su realismo hasta que comienza a hacer suyo el estilo de Monet, haciendo manifiesta una tendencia al impresionismo en sus últimos años, donde lo visual y sensorial cobra una mayor relevancia en su obra. Los amplios brochazos, llenos de  carácter son, de cerca, un conjunto de expresionismo abstracto y, a la distancia adecuada, cobran sentido a modo de pregnancia o impresión visual que conforma en la imaginación una puesta de sol, una casa en la colina o un lago de nenúfares.

“Uno observa cómo cuanto más distorsionada y difusa se ve la realidad y menos atención se presta al detalle, más interés se encuentra en ella”. 

A la luz de esta exposición, uno observa cómo cuanto más distorsionada y difusa se ve la realidad y menos atención se presta al detalle, más interés se encuentra en ella. Esta afirmación aparentemente contradictoria y sin sentido se confirma cierta en nosotros. Visualmente, nos atrae más aquello que da lugar a que la imaginación complete las formas que cuando se nos es dada la realidad como fotografía con todo lujo de detalle. Una representación figurativa realista se os hace atractiva en una primera mirada: recorremos visualmente la imagen y nos produce satisfacción reconocer en ella elementos conocidos. En la segunda mirada, la imagen pierde todo el interés suscitado al principio. Esto es porque recordamos lo visto y ya no encontramos nada nuevo en ella. Por el contrario, en la imagen no realista, desdibujada, difusa o incompleta, la mirada tarda más en reconocer lo conocido, y por ello encuentra más satisfacción en contemplarla repetidas veces, puesto que el reconocimiento no es inmediato sino poco a poco, hay más indefinición en la que reposar la mirada y se descubren matices nuevos cada vez.

Lo que nos enseña el movimiento impresionista es una nueva manera de mirar la realidad, no enfocados en lo estable y lo definido, sino en lo difuso, lo arbitrario, aquello que va cobrando sentido poco a poco en nosotros. Ir descubriendo la realidad dada según vamos enfocando la mirada y descubriendo la relación de los colores y la luz en la imaginación es como ir descubriendo poco a poco el final de un buen libro, en el que se mantiene el suspense hasta el final. La mirada impresionista sobre la realidad de nuestra propia vida tiene una belleza singular en el disfrute del ir descubriendo poco a poco lo que se nos presenta y la manera en que se va configurando nuestro camino y todo va tomando su lugar.

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