Por fin ha llegado el frío. Su manera de entrar en escena ha sido devastadora, como un fuerte tortazo. Tras unos meses bastante acalorados, en todos los sentidos, nuestra querida España afronta un reto que este año se plantea más peliagudo que nunca: los cuñados.
Saben perfectamente de qué estoy hablando (y los que no, plantéenselo). Algunos fundamentalistas de la impostura encuentran en estas noches su razón de ser, el motor de su existencia. Son fáciles de reconocer, llevan el traje apretado, beben sin parar antes de la cena y siempre le esperan a uno en un rincón. Esto se debe a que ellos son más eficaces en las distancias cortas, alejados del bullicio propio de la conversación excesivamente compartida. El cuñadismo comienza a impartir su lección magistral en el refugio sagrado de la intimidad.
Expertos todólogos, doctorados en rumorología, los cuñados ilustrados (o ilustres cuñados, como se prefiera) son al mismo tiempo entrenadores del Real Madrid, Presidentes del Gobierno y Magistrados del Supremo, entre otros cargos de honor. Se nota en la gravedad de sus palabras, incluso en los gestos de su rostro (cada vez más apesadumbrado ante el vértigo que da el dominio absoluto del conocimiento humano).
Suelen mostrar una actitud amable, siempre ofrecen una copa o algún aperitivo navideño. De esta manera llega el momento en el que un valiente se atreve a aceptar la copa, y escucha su clásico ¿qué tal, a pesar de todo? El valiente, que simplemente estaba allí por el whisky, siempre se queda pensando en ese a pesar de todo. La curiosidad le puede, ha escudriñado rápidamente entre sus recuerdos más recientes y no encuentra nada demasiado deprimente para ser la causa de ese ya famoso a pesar de todo. Sin dudarlo un momento más, responde mientras se enciende un tímido cigarro (está alerta, puede que el cuñado también sea un monsergas anti tabaco): ¿por qué a pesar de todo? De repente, en toda la casa suena un chasquido muy característico a sus pies, es el cepo cerrándose.
Sin saber bien las razones, descubre que, a medida que pasan las horas, la gente que ha decidido pasar la noche de una manera normal evitan su rincón íntimo de conversación.
El cuñado le explica que hombre, con la que está cayendo en España, es complicado sacar una sonrisa (son expertos en hacer de la situación nacional su estado de ánimo, su bandera ante la indiferencia generalizada del españolito que va a trabajar para volver a casa y soñar con sacar a alguna chica guapa a bailar). Pero nuestro amigo el valiente no se frena, quiere saber qué parte exactamente de la que está cayendo es la que aflige al cuñado. Error de principiante, no supo que a los todólogos les atormenta eso, todo. Un gesto, una calada tonta y un sorbo al whisky se convierten en los tres primeros clavos de su ataúd.
Sin saber bien las razones, descubre que, a medida que pasan las horas, la gente que ha decidido pasar la noche de una manera normal evitan su rincón íntimo de conversación. El cuñado se ha hecho con él, y ya tiene a su víctima perfecta para analizar (siempre desde un punto de vista objetivo, equilibrado y sesudo) los problemas de política nacional e internacional, conflictos bélicos, fichajes de invierno para el Madrid y la situación financiera de Venezuela. Incluso en una cena dicen que un cuñado llegó a salvar al mundo del cambio climático, pero no sé si será real. Ya saben, con los cuñados nunca se es consciente del punto final de la historia y el principio de la leyenda. Eso es precisamente lo que les convierte en unos personajes prácticamente míticos de la mesa española.
Sin embargo, para acrecentar el sufrimiento de los que queremos llevar una existencia razonable, la rumorología y la todología se extienden cada vez más. De esta manera, los cuñados se han multiplicado y han llegado a abarcar todas nuestras capas sociales. Están perfectamente integrados, incluso cuentan con una cuota de pantalla (que es como realmente hoy se mide la trascendencia del personal cuñado) nada desdeñable.
El otro día encendí la televisión para ver las noticias, otra experiencia vital de altura estos días, por cierto. Justo se emitía una pieza de las reacciones a la decisión del Tribunal Supremo de mantener en prisión preventiva (casi nadie recuerda ya esta segunda palabreja) a algunos de los románticos más famosos de la actualidad española. Una de las que más me llamó la atención fue la de Miquel Iceta. Salía colocándose las gafas y decía muy serio a la cámara que era una mala noticia. Lo mejoró después: No es el resultado que yo hubiera deseado. Pero esperen, que hay más: Me alegro por los que salen, pero creo que se debería haber extendido al resto.
Pocos días después, el Supremo retiró la Orden Europea de Detención contra los nostálgicos de los mejillones. Yo estaba impaciente, no podía esperar a que llegara el momento de llegar a casa y encender la televisión. Una vez llegó el momento me preparé, me senté como es debido, puse las noticias y ahí estaba de nuevo. Apareció con sus gafas (en ese momento juraría que eran de un rojo incluso más chillón) y transmitió su análisis sobre la decisión del Alto Tribunal: Es una buena noticia. De repente, se oyó un chasquido a mis pies. Son días duros para la gente normal, ya ni siquiera esperan a Nochebuena.