Hace pocos días acudí a una ceremonia de graduación de posgrado. Sí, esa clase de eventos caracterizados por el emperifollamiento, los buenos deseos y los finales tipo Disney. El Palacio Municipal de Congresos de Madrid auspició este acto, organizado por una de las principales universidades privadas de España.
Lo cierto es que los posgrados tenían relación en su totalidad con el marketing, el marketing digital, la moda y la comunicación, por lo que tenía sentido que el padrino de los más de 900 alumnos que se graduaban fuera el vicepresidente de una de las compañías de teléfonos móviles más importantes del mundo. De hecho, puedo decir sin riesgo a equivocarme que está en el top cinco.
Uno siempre espera grandes cosas del discurso de un padrino con tantísima responsabilidad. Quizá espera uno, con ese anhelo que nunca muere, recibir algo de luz, unas palabras que iluminen el farragoso camino que andamos en nuestro día a día. Por un instante, imaginé que de aquel hombre brotarían grandes palabras, como las de Robin Williams en ‘El indomable Will Hunting’: “Si te pregunto por el amor, me citarás un soneto. Pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable”.
Pero no hubo nada de eso. No sonaron violines de fondo y mi corazón no empezó a latir cada vez más despacio, paladeando cada idea, cada nuevo mundo que se abría ante mis ojos. No. En su lugar, fui testigo de una oda más al materialismo, a la vulgaridad y a la ceguera. El señor vicepresidente comenzó sentenciando que “dados los tiempos que corren, lo normal es estar incómodo en el trabajo. Si estamos cómodos, es que algo no va bien. Hay que estar incómodos”.
Oiga, pues porque usted lo diga. Entiendo que se refiere a que no hay que bajar la guardia y que hay que superarse a sí mismo cada día. Ok. Pero continuemos con el discurso. Tampoco hace falta ser vicepresidente de nada para cerciorarse de eso. “No se debe trabajar para uno mismo. Tenéis que trabajar para vuestras empresas. Creedme, os irá mejor. Lo sé por experiencia propia”.
(Aquí empiezo a ser irónico). Una vez más, no hay nada en la vida más allá de la empresa y el trabajo. Ok. Y además no hay que trabajar por o para nosotros, ni para nuestro bienestar, ni para nuestra felicidad. Hay que estar incómodos, ¿recuerdan? Hay que ser corporativistas. ¡Todo por la empresa! Está bien, está bien.


“Y recordad. No es bueno acostumbrarse a lo bueno. Pero tampoco hay que acostumbrarse a lo malo”. ¡Ojo! Parece que se viene algo gordo. “Así que tendréis que trabajar muy duro para cambiar las malas rachas. Se puede salir de los malos momentos trabajando mucho. Lo sé por experiencia”. ¡Y han cantado bingo señoras y señores! Otra vez el trabajo.
Escuchando a este padrino, da la sensación de que todo gira en torno al trabajo. De que nuestra vida no es más que un montón de variables empresariales y que al final del todo un Moody’s celestial pondrá nota sobre nuestra vida en base al éxito que cosechemos. Lo siento, pero no comparto en absoluto esa visión minimalista de la vida como una fracción entre éxito y fracaso, y mucho menos que ambas estén determinadas por cuanto dinero, prestigio o cargos largos recopiles.
Cuando todo parecía perdido aquel día, el director de la universidad salvó la situación con un discurso que final que es justo lo que creo que necesitan aquellos que se van a lanzar al mundo laboral y, si me apuras, cualquier ser humano. Aquel buen hombre comenzó haciendo la siguiente reflexión: “En estos tiempos de algoritmos, de aplicaciones online que quieren saber cómo eres, en qué piensas y lo que te gusta, hace falta más que nunca volver al ‘conócete a ti mismo’. Nosce te ipsum. No dejes que la tecnología te diga quién eres. Conócete antes de que ella te moldee”.
El fracaso define al hombre, tanto como el éxito. No podemos mirar hacia otro lado e ignorarlo.
Excelente. Antes de marcar ningún camino, ya sea para el éxito o el fracaso, señor vicepresidente, hay que saber qué somos, qué queremos, hacia dónde vamos. Pero no se quedó ahí la cosa: “Hoy, que la tecnología ha cobrado tanta importancia en nuestras vidas, debemos volver a la filosofía, la antropología y las humanidades. La humanidad no puede avanzar solo con medios, necesita una dirección”.
Esta reflexión, en la línea del anterior, pone también de manifiesto una cuestión que contradice la forma de ver el mundo de nuestro vicepresidente: trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar, aunque tu trabajo también puede reportarte alegrías. Por último, el señor director alzó la voz y dijo: “Veo una sociedad obsesionada con el éxito. Solo hay que acercarse a una librería para darse cuenta. ‘Los siete hábitos de la gente exitosa’, ’90 peldaños para el éxito’, ‘Recetas para el éxito’, etc. Pero ¿qué ha pasado con el fracaso? Hemos ocultado el fracaso. Hemos tratado de enterrarlo, pero seguirá ahí constantemente y debemos aprender también con él”.
No hay más preguntas señoría. El fracaso define al hombre, tanto como el éxito. No podemos mirar hacia otro lado e ignorarlo. No podemos hacer como en las redes sociales. No se le puede hacer unfollow al fracaso, ni a la vida, con todos sus matices. Y sí, cada día hay que trabajar para uno mismo, porque si no es imposible hacerlo para los demás.

