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8 de marzo: virtudes y puntos ciegos del manifiesto feminista

En Asuntos sociales/Mujer y género por

Empiezo por pedir perdón y permiso.

Me lanzo a escribir una historia, mi historia. No hay más verdad en ella que la búsqueda de la misma. Y la escribo, porque lo que se cuenta en las próximas líneas no es algo que sólo me ocurra a mí.No hay solución al final de la entrada. Lo siento. Confío encontrarla en el camino.

Esta semana ha sido el 8 de marzo. Y medio mundo se ha puesto en huelga para celebrar el Día de la Mujer.

Una de las preguntas más frecuentes que me han hecho en los últimos años es si soy feminista. Mi respuesta es siempre la misma, no puedo definirme como defensora de una ideología tan abierta.

Es difícil responder de manera sencilla si lo eres o no. La contestación directa – es sorprenderte cómo se repiten los discursos- es si consideras o crees que el hombre tiene el mismo valor que la mujer.

Mi respuesta es obvia, lo creo firmemente.

Entonces eres feminista.

Y ya. Así de simple.

Me desconcierta que la mayoría de las mujeres (u hombres) no entren a preguntarse o cuestionarse si la vivencia y defensa de una ideología puede reducirse a una afirmación tan concreta o mínima.

No puedo hacer una revisión teórica de las distintas corrientes del feminismo. Desde luego no me atrevo a tal osadía ante la cantidad inabarcable de corrientes feministas (#metoo, el contramanifiesto feminista promovido por Catherine Deneuve o Amaia de España como el ejemplo de feminismo actual juvenil). Todos ellos tienen como objeto central la mujer, pero los principios y el trasfondo que defienden difieren considerablemente unos de los otros.

Parece que nadie se ha parado a darle un par de vueltas.

Son muchas las dudas que me surgen en torno a este tema. He decidido intentar responder, de alguna manera, a las inquietudes que nacen en mí a raíz de la lectura del recién publicado manifiesto feminista en relación a la huelga del 8 de marzo.

Abro pues cuatro grandes bloques, que responden a los cuatro objetivos básicos que persigue la huelga y cito algunas partes de la misma para comentarla.

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Propuesta laboral

Nadie a estas alturas del partido puede negar la existencia de la brecha salarial en referencia al sexo. Además del acceso a puestos directivos o de cierto reconocimiento dentro de la gran mayoría de los ámbitos profesionales. Cada uno que se lo lleve a su terreno, desde luego en el ámbito en el que ahora me muevo os puedo decir que sólo el 20% de las catedráticas de nuestro país son mujeres.

Reivindicamos que nuestra situación laboral nos permita desarrollar un proyecto vital con dignidad y autonomía; y que el empleo se adapte a las necesidades de la vida:  el embarazo o los cuidados no pueden ser objeto de despido ni de marginación laboral, ni deben menoscabar nuestras expectativas personales ni profesionales”.

El acceso de la mujer al mundo profesional no es algo cuestionable. No es ni siquiera un derecho que deba exigirse, debería darse por sentado. Ahora bien, que no sea algo cuestionable no significa que baste con aplicar una regla aritmética para solucionar la injusticia. Si no entendemos la naturaleza del error que se esconde detrás de nuestra actual relación con el mundo del trabajo, en la que la productividad es la llave de la promoción social de uno mismo y no la excelencia en la donación de uno mismo y en el encuentro con el otro, estaremos dejando fuera de la ecuación la pregunta por el valor del trabajo y su adecuada importancia para la felicidad y el crecimiento de todos, hombres y mujeres, y de la sociedad en su conjunto.

El trabajo entendido así, no exclusivamente como algo orientado a uno mismo, sino abierto a los demás, es algo intrínsecamente natural tanto para el hombre como para la mujer. No corresponde a ninguna profesión llevar como apellido “social” porque todas ellas deberían serlo. Toda actividad profesional debería estar orientada al desarrollo y crecimiento de las personas, cada uno en su ámbito y en el servicio al otro.

Por eso, la locura no es que la mujer no pueda competir contra los hombres en puestos directivos que suponen una renuncia e incompatibilidad con la maternidad o la familia. Es que la locura radica en que el hombre ha perdido toda noción de sí y de su esencia, volviéndose esclavo de su trabajo y por tanto renunciando a todo aquello que le permite ser en plenitud.

Admito mi Utopía, pero puede que la solución no resida en poner cuotas para mujeres, sino en repensar la relación que hemos establecido como normal entre el hombre/mujer y el mundo profesional. Puede que entonces no haya necesidad de promover la conciliación de la manera en la que lo hacemos en la actualidad, hablando de trabajo y familia, sino dando la vuelta a los términos y por tanto a las prioridades vitales.

El cuidado

No sé si os habéis fijado, pero lo más habituales que cuando le preguntas a una mujer a qué se dedica y su respuesta es que es ama de casa o que trabaja en casa (sí, porque esa es la afirmación, trabaja EN casa, no es que no trabaje). La conversación termina ahí. No hay más preguntas al respecto. Porque parece ser que trabajar EN casa no tiene relevancia suficiente como para continuar la plática.

No quiero caer en el discurso que concibe la sociedad desde un heteropatriarcado opresor que ha abocado históricamente a la mujer a una posición de sumisión dentro de hogar. Y sin embargo hay algo de esa afirmación que resuena dentro de mí.

 “Reivindicamos que el trabajo de cuidados sea reconocido como un bien social de primer orden, y exigimos la redistribución de este tipo de tareas”.

El anhelo más profundo de mi ser responde a la necesidad de amar al otro. Y ser amada. Y ese amor tiene múltiples formas de representarse. En concreto, dentro del ámbito del trabajo de cuidados, puedes llamarlo planchar, preparar un par de purés o cuidar a los hijos. Y eso no es tarea de la mujer o del hombre. Es algo que de una forma u otra atañe a los dos.

La pregunta no es en qué me ayudas cuando estamos en casa. Nuestra casa es de los dos. Puesto que es nuestra. Eso conlleva la renuncia de un yo por la elección de un nosotros. Nuestros hijos son de los dos. Yo nunca sabré lo que es ser padre y cómo se es buen padre. Y tú nunca sabrás lo que es ser madre y cómo ser buena madre. El reto es hacer consciente esa realidad y aprender a ser con el otro, cada uno, en ese espacio que se ha decidido poner como prioritario y ha generado un hogar. Por tanto, no se trata de redistribuir tareas, sino de encontrarnos e intentar ordenar esa realidad concreta en la que amar al otro.

Supongo que entiendo la relación desde el amor y no desde el poder. Entiendo que la relación con el otro pasa por el amor a éste, y ese amor supone la aceptación de su esencia en su virtud y su limitación. Cuando elijo ser con el otro, puedo hacerlo desde la expectativa de la plenitud de entrega que anhelo de este, o puedo ser consciente de la imposibilidad del otro para hacerme del todo feliz, puesto que existe una parte de mí ser que no puede ser saciada por él. Elijo libremente intentar amar al otro para siempre con la conciencia de nuestra limitación personal.

En esta línea cabe leer la propuesta de Erich Fromm en El arte de amar: el hombre, mediante la razón, se hace consciente su situación de soledad y separatividad respecto al otro, y encuentra en el aprender a amarlo la respuesta a la necesidad más profunda de su ser, pudiendo abandonar así su prisión de soledad.

No todo puede explicarse -como pretenden Foucault y otros pensadores como Butler– según relaciones de poder y dominación. En cuanto reconozco al otro en su potencialidad y limitación puedo ser con él de manera libre y permitirle ser libre. Y esa libertad la refuerzo mediante la comunicación, con la que consigo hacer explícita mi frustración ante ese todo que no puedes ser tú, y nos permite reconocer el poder y el uso que hacemos de éste en cada momento para llegar a ser nosotros de la forma más genuina.

No solo el trabajo, también el consumo

Aquí me pierdo. Me pierdo con la trayectoria que hemos, o un gran número de mujeres ha tomado y ha puesto en práctica.

Nada me parece más aberrante que la cosificación de la persona o la objetivización de la misma. Y es innegable que el mundo entendido desde el capital o desde marketing, ha decidido utilizar a la mujer como su arma de venta.

Exigimos ser protagonistas de nuestras vidas, de nuestra salud y de nuestros cuerpos, sin ningún tipo de presión estética. Nuestros cuerpos no son mercadería ni objeto, y por eso, también hacemos huelga de consumo. ¡Basta ya de ser utilizadas como reclamo!

No entro a cuestionar si la mujer es partícipe o no del mismo al aceptar un tipo de trabajo. Quizá en otra ocasión. Lo que realmente me preocupa es cómo en la lucha para evitar que esto ocurra, la solución que se ha tomado a menudo es poner al hombre al mismo nivel. En la búsqueda de la igualdad hemos optado frecuentemente por lo fácil, por lo que no exige pensar, por igualarnos a la baja, derivando en la máxima degradación de la persona.

La respuesta a la cosificación social de la mujer, que existe, ha sido cosificar al hombre. Si yo soy objeto, tú también. Si tú buscas sólo placer en mí, yo también. Si debo cumplir un canon de belleza establecido, tú también.

Y tú más.

Hemos optado por enfrentar el problema como los niños del jardín de infancia. Me sorprende la aceptación tanto científica como social de la somatización: aquello que nos ocurre a nivel psicológico y tiene un impacto real en nuestro cuerpo y sin embargo, nos empeñamos en aceptar que lo que hacemos con nuestro cuerpo no tiene por qué tener ninguna vinculación o consecuencia en nuestros procesos mentales. Incoherencias vitales que necesitamos contarnos, supongo.

Tendríamos que plantearnos la forma en la que entendemos el cuerpo. Volver a la triada mente, corazón y cuerpo como unidad del ser quizá daría solución a un par de cuestiones que nos planteamos.

Educar en la libertad

Y llegamos al último punto de la cuestión.

La educación es la etapa principal en la que construimos nuestras identidades sexuales y de género y por ellos las estudiantes, las maestras, la comunidad educativa y todo el movimiento feminista exigimos nuestro derecho a una educación pública, laica y feminista“.

Quizá la reivindicación más adecuada para la defensa de la mujer desde el ámbito de la educación vaya por otra línea.

No obstante, son muchos los autores que exponen y demuestran en sus estudios cómo la estigmatización de la mujer está fuertemente influenciada por la dificultad de acceso por parte de ésta a una formación reglada. Por ejemplo, soy partidaria de la propuesta que hace Sen en Desarrollo y Libertad acerca de la pobreza, a la cual alude tanto el movimiento feminista. No la presenta como la falta de recursos económicos, sino como la privación de capacidades básicas que permiten el desarrollo pleno de las personas, y cómo las mujeres encuentran una dificultad exponencialmente mayor en este ámbito.

Por eso, comparto el derecho a una educación pública para toda la población, como considero vital la posibilidad de escoger una educación privada en función de los intereses o inquietudes de la familia. Comparto el derecho a una educación laica para quienes así lo deseen, como defiendo el derecho a la libertad religiosa y la educación en la misma. Me pregunto, no obstante, qué entendemos por una educación feminista y cuáles son sus presupuestos antropológicos.

Exigimos que la defensa de la vida se sitúe en el centro de la economía y de la política”.

No puede dejar de sorprenderme esta afirmación y, al mismo tiempo, estar más de acuerdo. No hay en el mundo algo más grande que el valor de la vida, pero ello implica la defensa, entre otros, del no nacido. Y pongo en duda que el movimiento feminista la comparta, o al menos eso parece en relación a su alusión a los”derechos reproductivos” de la mujer en el manifiesto. Por supuesto la vida debe ser siempre eje de la economía y de la política, estando estos últimos a su servicio.

Y es aquí donde volvemos a la reflexión inicial que ha dado lugar a estos párrafos. Hay verdad en aquello que reivindica el feminismo y por eso resulta útil de cara a identificar la injusticia en muchas situaciones que vivimos a diario. Esto nos hace conscientes que parte de la forma en la que vivimos y nos relacionamos no funciona.

La pregunta que debemos responder antes, sin embargo, es si estamos dispuestos a discutir sobre lo que es ser en plenitud.

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Investigador y gestor de proyectos socioeducativos en Fundación Europea Sociedad y Educación

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