Częstochowa – Cracovia. Día 3
Abandonamos Breslavia, ciudad a la que en anteriores crónicas me he referido como Wroclaw.
Después de haber pasado un par de días en una de las diócesis más antiguas de Polonia, con casi mil años de historia, ponemos rumbo retorcido entre bosques y atascos al santuario de Jasna Góra, en Częstochowa.
La despedida ha arrancado las primeras lágrimas de los adolescentes del grupo.
Familias polacas, que durante cinco días han ofrecido a sus huéspedes todo tipo de manjares del Carrefour, ponían fin a lo que, sin un perspectiva sobrenatural del asunto, era un gorroneo en toda regla.
Prometemos hacernos amigos en Facebook, mandarnos los pocos recuerdos tangibles que tenemos de nuestro encuentro y abrir nuestros sofás y duchas para cuando decidan viajar a España. Los primeros autobuses salen sobre las 9 de la mañana y a algunos religiosos, peregrinos mexicanos y un servidor, nos toca esperar al director del grupo hasta el mediodía en un parking sin nada en particular.
A modo de anecdotario, decir que en esas horas de calor inmisericorde y hambre canina, conocí al tlacuache. Un tipo de marsupial pequeño común en México y que en las últimas semanas ha ganado protagonismo a razón de unas imágenes, supuestamente atribuidas a las revueltas de maestros en el estado de Oaxaca.
La imagen, que muestra a un hombre arrojando al animal por la cola presumiblemente dirigido contra un furgón policial, se hizo viral en cuestión de horas y dio paso a todo orden de memes. Al poco tiempo, varios medios locales demostraron que se trataba de un bulo. Aquella instantánea formaba parte de la “fiesta” del Kols Kaal Pato, prohibida en Yucatán hace un año debido a la crueldad del evento: piñatas con animales vivos cazados la noche anterior y que eran apaleados hasta la muerte por la dichosa comunidad.
Sin saber el contexto, aquella imagen que me resultó cómica en un principio -por el disparate que suponía-, me sirvió de nexo para aproximarme a los jóvenes peregrinos y conocer algo más de su historia. Chicos de 15 y 16 años que habían dado con sus huesos en la otra parte del mundo para ver al Papa y de paso ver si salían con algún escarceo amoroso de Europa.
Ya en la furgoneta, escuchando “Las Noches de Ortega” y cantando a Alejandro Fernández como si no hubiera mañana, llegamos hasta Częstochowa en medio de un cielo que amenazaba arruinar el encuentro de todos los peregrinos españoles que habían sido citados, con sus respectivas diócesis, en la explanada frente al santuario de Jasna Góra.
Cerca de 30.000 peregrinos españoles con acreditación para la JMJ, estuvieron deambulando por allí en la que fue la misa más multitudinaria hasta la fecha.
Hábitos de todos los colores, rosarios colgando de la cintura. De ikurriñas hasta Huelva. Millares de jóvenes congregados en torno a un altar volante y con Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal, oficiando la misa.
(Aquí el audio completo de la homilia y algunos highlights de la misma)
- “Peregrinando se hizo Europa”.
- “El humanismo cristiano tiene que velar por los derechos de cada uno sin olvidar sus obligaciones”.
- “En los cimientos del proyecto europeo está el reconocimiento de todo ser humano”.
- En referencia al discurso del Papa Francisco en la última edición de los Premios Carlomagno “¿Qué te ha sucedido, Europa? Pareces cansada y envejecida. Esta situación contrasta con tu historia, a la que caracterizan la creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse de nuevo y de salir de los propios límites. Si las raíces se enferman, la planta se mustia. Y sin la vitalidad, el árbol pierde fecundidad. Deseamos una Europa de hombres libres y solidarios. Acogedora de las personas y por tal comprendida”.
- “Practicando la misericordia encontraremos, queridos amigos, la felicidad auténtica. La misericordia y no la venganza. El amor y no la violencia”.
Voy rodeando la explanada mientras Blázquez se dirige a una masa rojigualda somnolienta, agotada de fervores y hastiada del clima polaco, que intercambia diluvios con bochornos insufribles. En cada sombra, bien inventada con una bandera o bien porque hay algún árbol despistado por la zona, me encuentro con cuerpos volteados a la consagración, firmando el registro de faltas leves en la mirada de un Ecce Homo de bronce, que con el ceño fruncido, se hace el loco ante dicha escena por esto de la eterna misericordia.
Con tres mil problemas y medio para retransmitir en directo aquel jolgorio, vuelvo mis pasos en solitario hacia la furgoneta, después de haber sorteado a varios muchachos que estaban siendo atendidos debido a los golpes de calor.
El camino a Cracovia es pesado. Tráfico denso. Aire acondicionado fuerte. Los chicos durmiendo y los religiosos al volante dando un buen puñado de recomendaciones literarias.
Dos horas después de haber recorrido 65 kilómetros, llegamos a nuestro destino; la universidad económica de Cracovia.
Durante un buen rato anduvimos persiguiendo el coche blanco del director del grupo de Familia Misionera, responsable de 500 peregrinos de todo el mundo, que motivado por los carteles promocionales de Jason Bourne; giraba, aceleraba y hacia pirulas como si la ley estuviera al margen de nuestros asuntos.
Ya en el campus, me enteré de una noticia que de partida me sentó regular, pues suponía separarme del grupo con el que había estado tratando en Wraclow. Los mexicanos y yo nos íbamos a Czerna, a un monasterio carmelita ubicado a 40 kilómetros de distancia, en mitad de las montañas y los ciervos. Esta medida implicaba no poder moverme con libertad por Cracovia ni estar con los chicos a primera hora del día ni en las salidas nocturnas, donde más se pone a prueba las virtudes cardinales de los peregrinos cuanto más amables son los vaqueros y más intensos los perfumes de julio.
Sin embargo, el destino o la providencia (depende de la JMJ con la que se mire) me brindó volver a mi acné, a mis anhelos de bachillerato y a contrastar con una sonrisa propia de la melaconlía del mediocre, que a pesar de todo, diez años después, no había mal encaminado del todo mis esperanzas una vez pasados los 25 años. Como única diferencia reseñable; la cuestión de Dios, que ahora, para mí, ya ha quedado resuelta, sin que ello suponga haberme quitado mis chupitos diarios de dudas y preguntas retóricas.
No sé bien cuánto tiempo nos llevó llegar hasta el que será nuestro hogar, pero fue el suficiente como para que los chicos se cansasen de escuchar batallitas por Argentina y consejos de sabio en verano.
Hubo un silencio espeso mientras subíamos curvas.
Al fin aparcamos frente a una imponente edificio en medio de lo salvaje, contrastada en la oscuridad de las once de la noche gracias a su ladrillo blanco y las Teresas y Juanes que se agolpaban al girar cada cuadra.
Con una distribución del espacio un tanto peculiar, casi como la escenografía de la mejor película de suspense de Amenábar, anduvimos por un camino estrecho, lleno de barro, maleza y charcos. Cruzamos un cementerio, iluminado por la mirilla que las nubes dejaban a la luna. Si estirábamos la mano o uno de los ruedines de la maleta tocaba el bosque, perfectamente podíamos sentirnos como algún enano sin nombre de la compañía de Thorin, extraviada en las profundidades del Bosque Negro.
Después de bajar por un estrecho sendero, con los brazos entumecidos de cargar nuestra ropa muerta, llegamos a la hospedería.
Sopa de elote, carne con patatas y especias. Sonreímos. Agradecemos. La hermana no entiende nada. Disponemos las camas. Ricardo, no sales en las listas. Bien, me pongo con Rafa, el consagrado. Bueno. No hay ropa de cama en el sofá. Ahora la traigo. Gracias. De nada. Buenas noches. Buenas noches.