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Crónica de una esperanza

En #RumboJMJ16/Asuntos sociales por

A comienzos de agosto de 1975, Ryszard Kapuscinski, asiste desde la ventana del Hotel Tívoli, junto al puerto de Luanda, en Angola,  al “éxodo blanco”.

Cientos de miles de colonos portugueses, ante la tensión permanente por la guerra civil que sitiaba la capital del país africano, decidieron huir en los últimos barcos que quedaban.

Kapuscinski describe esta situación en las primeras páginas de “Un día más con vida”. Cuenta como veía desde su habitación a su último salvoconducto difuminarse por la línea del horizonte, quedándose irremisiblemente solo en un país que desde ese momento le resultaría del todo hostil.

Se iban rostros que le podían resultar conocidos, amables. Gente sin metralletas, sin cigarrillos en la oreja  ni bandas rojas empapadas de sudor por las calles. Sin ponerle en la disyuntiva de pagar un soborno cada 20 kilómetros o morir en la cuneta desnudo, esperando que las alimañas dejaran limpio el campo. Se le iba Europa y aquellos que le podían recordar a su casa, Polonia, aunque tuvieran como único punto en común el blanco de la cara.

Recuerda la terrible nostalgia que experimentaba cada vez que el Telex con Varsovia se apagaba. Cada vez que la luz enmudecía y los mensajes pidiendo noticias sobre el clima polaco y las mundanidades de allí se secaban sobre el papel sin más respuesta hasta el día siguiente a las 20.

Algo que toca en lo común a lo nostálgico, aunque sea desde la periferia de las similitudes, es lo que experimento al contemplar, empapado, el pabellón semivacío de la Universidad Económica de Cracovia. Solo quedan algunos grupos de El Salvador -con demasiado silencio a cuestas- y montones de basura que unas cuantas mujeres se ocupan de apiñar en el centro del recinto deportivo.

Acabo de llegar a la universidad y está completamente anegada por el agua.

Una cortina incesante, con goterones capaces de aplastar a las alimañas que suelen merodear el campus por la noche, es el recibimiento que tengo nada más salir del taxi.

El Papa se marcha de Cracovia. El cielo se relaja.

 

Vengo del parking donde he despedido al grupo del Regnum Christi, que en los últimos siete días, con torpezas, precipitaciones y alguna profundidad de por medio, con afecto y ciertas reservas por “el extravagante y graciosillo fotógrafo que hace preguntas”, me han acogido en su suelo y han compartido conmigo sus bocadillos de fiambre y pepinillo.

Se dirigen a Viena. Donde pasarán un día de turisteo para después poner rumbo a Múnich y de ahí a sus respectivos hogares, diseminados por España y por todo el mundo.

Antes de llegar al edificio central, donde tengo la maleta y mi pedazo de suelo para dormir, me refugio con la mochila y las cámaras debajo de la tela que intenta ser una caseta de seguridad. La lluvia es terrible cuando hace tan solo dos horas el sol y el calor era insufrible. Aprovecho, mirando absorto el agua desbordada de una alcantarilla, para repasar lo que ha sido el día de ayer, el final de la JMJ en Cracovia.

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Suelo de plástico

El calor es insufrible. Vamos de camino hacia la enorme explanada del Campus de la Misericordia. Allí, en unas horas, nos reuniremos por penúltima vez con el Papa. Son las 16 de la tarde y vamos caminando por una carretera que comprende desde Lipska hasta Sliwiaka. Cinco kilómetros de penitencia, rindiendo homenaje a las palabras del Papa y su tan reclamada necesidad de misericordia. Allá donde ésta el ojo, hay banderas, tambores, oraciones y charlas para todos los idiomas y gustos.  Cada X metros una ambulancia rescata a algún caído. Aspersores cada hora para refrescar sobacos cantarines y nucas quemadas. Los pies arden. Los ánimos salen mermados después de un par de cuellos de botella y empellones varios.

Y al fin, volteando a la izquierda del descampado, la música y las pantallas.

Los policías nos indican, con parquedad de gestos y palabras, como a un ganado dócil y habituado a la granja, a qué sector nos debemos dirigir. Personas anónimas y sin chalecos identificativos nos dan botellas de agua, hecho repetido durante toda la JMJ y que salva a los polacos de los mismos calificativos que sus desorganizados poderes del estado.

La llegada al Campus te da la sensación de estar en otro espacio tiempo, con otras reglas de proporcionalidad. Es difícil meterte en la cabeza que vas a compartir suelo, aire, comida y frío nocturno con otro millón y medio de seres que alguna vez han sonreído, se han caído jugando a la pelota o quizás se han podido enamorar. Millón y medio de personas exactamente igual que tú.

Comienza la vigilia con algunos minutos de adelanto. La gente se agolpa alrededor de las pantallas, en sus pequeñas comunidades, y se levanta cada rato para decirle al Papa, aunque él ni se pueda imaginar que están allí, pues que están allí.

Salen testimonios, de Siria a Uruguay. Nos representan el perdón de Juan Pablo II a Ali Agca. Se hace la noche. Empiezan las Misas “clandestinas” sin sagrario, al aire libre, entre los altavoces y las tiendas de campaña. Llega el Papa. Se encienden las velas. Se hace el silencio. Los confesores están en el suelo confesando. Los penitentes esperan de rodillas en la hierba. El Papa se marcha.  Se va con aplausos y lágrimas. Empieza la música. Se abren los sacos. Se meten algunas personas. Otras salen a los pasillos a abrazarse, a conocerse, a bailar. Los corros de charlas se amplían. “Que venga el de Finlandia, las asiáticas de Nueva York, el chico de Sri Lanka”.  Empieza la fiesta del nuevo pueblo de Israel, concluida unas horas después en la eucaristía más multitudinaria del año. El mensaje es este:  “Nadie es inferior y distante, nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e importantes: ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú, tal como eres. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio”.

misa multitudinaria


Y ahí estoy. Viendo la lluvia caer. Elucubrando horas. Con tres polacos que con fastidio han tenido que interrumpir su pelado de pipas Tijuana. Con una familia y sus maletas que no termino de ubicar en el entorno. Quizás iban de camino a la estación central de trenes, ubicada a 300 metros, y han tenido que ponerse a salvo en la universidad.

Esperamos los ocho cuerpos en silencio a que termine el aguacero.  Pero eso no ocurrirá. El coro de truenos se viene arriba. Los edificios de enfrente se evaporan en una pantalla blanquecina, estrambótica  y fría. El sonido me repica en las entrañas y me da el escenario perfecto para sentirme como un Kapuscinski en Luanda.

Añoro a mi grupo.

 

He estado con ellos una semana para responder las preguntas que en nuestro prólogo dilucidábamos que podían ser respondidas. Hemos visto qué soporte tienen sus “verdades” con las palabras del Papa. Hemos reído, reñido, bebido agua con limoncello (asqueroso), rezado, gritado, cantado y dormido durante la vigilia en sacos y chubasqueros compartidos.

Las preguntas y respuestas que hemos pronunciado y nos han respondido son las siguientes.

¿Qué espera la iglesia de estos jóvenes?

–Que se despeguen del sofá, que se atrevan a soñar con cambiar el mundo. Que dejen huella.- Dice el Papa, cada vez con diferentes palabras, en cada uno de los actos en Cracovia.

¿Y los jóvenes de ésta Iglesia? 

–Que siga adelante con su labor apostólica, que lleve la buena nueva al mundo. Que se modernice, aunque no sepamos de qué manera debe hacerlo. Que acoja a todas las personas, sin importar su credo, país, pasado o tendencia sexual.- Dice un grupo de chicos de Ávila y Jerez en el andén de la estación de tren de Czerna.

¿Qué mensajes ha dado el Papa Francisco durante el encuentro? 

De sus intervenciones en el Encuentro Inaugural, el Via Crucis, la vigilia y la Misa de cierre de esta JMJ 2016, destacamos los siguientes fragmentos pues de una manera u otra, han sido intuidos por los chicos a los que hemos entrevistado.

“Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más terror. Nosotros hoy estamos aquí, porque el Señor nos ha convocado. Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia”.

“No os dejéis anestesiar el alma (…) No os detengáis en la superficie de las cosas y desconfiad de las liturgias mundanas de la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por el contrario, instalad bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse. Y esa alegría que habéis recibido gratis de Dios, dadla gratis (cf. Mt 10,8), porque son muchos los que la esperan”.

“Entendéis entonces que no aceptarse, vivir infelices y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea”.

¿Hay un llamado a adoptar posturas visibles para que los católicos tengan más relevancia en el ámbito político, económico, cultural y social?

-Lo hay, lo ha habido y tiene que haberlo.- Responden unas chicas del Puerto de Santamaría, Líbano, El Salvador e Iraq a lo largo de esta semana. No dicen más que esto.

¿Qué mensaje se quiere lanzar al mundo con la JMJ?

–Que hay una comunidad viva, que existen otros jóvenes católicos como yo. Que no estamos solos. Que hay una misión. Que hay algo verdadero.- Dice un grupo heterogéneo de cordobeses, cántabros y bilbaínos durante los 8 kilómetros de caminata hasta el Campus de la Misericordia.

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Esta tarde abandonamos el centro de Cracovia.

Hoy y mañana estaré en una pequeña escuela llamada Geodesia, a 40 minutos del aeropuerto. Mañana, tras hacer algunas visitas de rigor por lo que ha quedado pendiente de grabar, me dirigiré al aeropuerto donde a las 20 volaré a París a calcar la noche que tuve en Amsterdam el viernes 22 de julio. Cerveza, prisas y habitación compartida.

Dejo incrustado en la porosidad de los ladrillos de esta ciudad, como los corazones y nombres propios arañados a la piedra de Auschwitz, un conjunto de experiencias inconexas de la gente que se ha ido, con la que me he vaciado por la necesidad de crear una empatía que reafirme mi fe en el otro, mi fe en mí, y mi fe en que verdaderamente el “amor es más fuerte”.

“Ama y haz lo que quieras” ha sido la firma estampada en banderas españolas, en un folio A6 a un chica de 17 años y el sello de este reportaje por Polonia tratando de averiguar qué narices es esto de la JMJ y por qué salen comunidades de peregrinos, enardecidos por el Papa, a llevar una buena nueva al mundo con la siguiente esperanza; la de una fe revivida y redimida de una iglesia “más necesaria que nunca” y aliada en la misión del signo de los tiempos.

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(@RicardoMJ) Periodista y escritor. Mal delantero centro. Padre, marido y persona que, en líneas generales, se siente amada. No es poco el percal. Cuando me pongo travieso, publico con seudónimo: Espinosa Martínez.

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