Este artículo responde a otro publicado por Ricardo Morales en este mismo blog, sobre la polémica campaña de Hazte Oír en torno a la educación sexual y la transexualidad.
“Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad” dicen que decía Aristóteles. Algo así me pasa a mí, fan de las salchipapas y lector de Democresía. Alguien a quien admiro y sigo con devoción insana, publicó hace unos días sus reflexiones intestinales sobre el asunto del autobús de los genitales. Me apresuré a leerlo seguro de que mi alma saldría lozana y mis pasiones dulcificadas tras aquella experiencia. Lamentablemente, me equivoqué. Acabé llorando en el suelo y dándome golpes en las nalgas, con la convicción de que tarde o temprano tendría que levantar la pluma para contradecir a mi maestro. Y eso es lo que me dispongo a hacer ahora –perdóneme Sr. Miyagi.
Lo primero es delimitar bien el terreno donde se da el conflicto. El autor echa en falta una mesita donde tomar el té y hablar llenos de ternura de aquellas cosas en las que no estamos de acuerdo, mientras nos hacemos trencitas mutuamente. ¿Nadie le dijo que a Clausewitz hay que leerlo al revés?
La política es la continuación de la guerra por otros medios. Hazte Oír es un lobby, igual que el LGTBI es un lobby (o mejor dicho, es un foco generador de lobbys). El lobby es puro músculo, fuerza de choque, se mueve en el universo del poder-contrapoder (¡Hola monsieur Foucault!).
Hazte Oír es un musculito, por otra parte, bastante poco inteligente. Pero eso es otro tema. El tema es que la acción de Hazte Oír es la acción de un lobby, que busca definir el juego con sus reglas, en una carrera en la que compite con otros que también quieren marcar la cancha.
El campo de juego son las leyes, y en el caso que nos ocupa, ambos jugadores aprietan porque saben que la Ley es más que normas. La ley educa a los pueblos.
Su conflicto es por el contenido de esa educación implícita a las leyes. En las líneas de Hazte Oír no encontramos a ningún filósofo, aunque sí a personas que se aferran a unas vagas ideas filosóficas que aprendieron cuando fueron al Instituto hace ya muchos años, como aquellas que conceden a los términos “sustancia”, “materia”, “forma”, “naturaleza”, etc. cierto valor a la hora decir algo sobre el hombre.
En el otro bando sí tenemos filósofos profesionales e incluso proyectos de investigación financiados por el Estado a través de universidades públicas. Más allá de sus fuentes de inspiración (Marx, Freud, Marcuse, Derrida, Foucault, quien sabe, incluso Ockham), tienen campeonas como Judith Butler que presenta una hoja de ruta bastante más precisa que los viejos profes de bachillerato de los afiliados a Hazte Oír:
“El género es una construcción cultural; por consiguiente no es ni resultado causal del sexo ni tan aparentemente fijo como el sexo. Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino.” (J. Butler, Gender Trouble: Feminism and the subersion of Identity)
Si a esta negación del principio de no contradicción (una cosa puede ser A y no A al mismo tiempo) y exaltación de la deconstrucción sumamos la dialéctica marxista aplicada a los sexos, obtenemos que el único camino es la lucha, pues la imposibilidad de tregua o diálogo forma parte del propio discurso del movimiento LGTBI, con toda su arenga libertadora contra el patriarcado, la heterosexualidad como imposición de ese esquema opresor, etc. etc.
¿Ha intentado el Sr. Morales alguna vez hablar con un dialéctico de la historia? ¿Ha tomado el té con algún campeón revolucionario? Deje a los de Hazte Oír lanzar sus flácidos golpes en el mundo del lobby, o si lo cuestiona, cuestione la poca efectividad de sus medios. Pero no intente meter el discurso del “encuentro” en un lugar donde el encuentro y el diálogo no tienen cabida.
Es cierto que mi mirada es tal vez excesivamente pesimista y me hace ver en la política la sombra proyectada por Hobbes; por ello agradecería que alguien me refute pronto y me devuelva la joie de vivre…