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[RÉPLICA] Contra aporofobia: una matización

En Asuntos sociales/Pobreza e inmigración por

Este artículo responde a otro de Marcos Nogales publicado en esta página sobre la palabra del año 2017, aporofobia, con algunas reflexiones sobre el mal uso de las palabras y sus riesgos.

Las palabras fundan mundos. Como si se tratase de fórmulas matemáticas (piensen en lo que encierran los signos E=mc2), nos permiten no solamente nombrar lo que está frente a nosotros de la manera más patente sino incluso desvelar su posición, su lugar en el orden abstracto de la realidad. Solo cuando hay un orden, una interpretación, las cosas que nos rodean se tornan en un mundo, se hacen habitables porque pueden ser comprendidas, podemos relacionarnos más plenamente con ellas.

Al igual que ocurre con las fórmulas científicas, el acervo de las lenguas tiende a evolucionar según algunos criterios, como el de la “economía de las palabras“, de modo que casi siempre las expresiones más aparatosas vienen a ser eclipsadas por otras más breves que resulten equivalentes. Pero ningún criterio tiene mayor importancia que el criterio de correspondencia entre aquello que se nombra y lo nombrado. Así, los enunciados de la primera ciencia vinieron a ser sustituidos por otros más precisos y complejos; y allí donde los hombres alcanzaron una mayor comprensión de lo real, surgieron nuevas palabras para distinguir lo que antes era monolítico y confuso. Comprender consiste casi enteramente en distinguir.

Gracias a esta capacidad casi mágica de la palabra podemos descubrir en la etimología la herencia de milenios de sabiduría encerrada en el modo de nombrar las cosas (piensen por ejemplo en la profundidad de nombrar a este instante “presente”, como un don que se nos da gratuito). Pero también gracias a esta potencia, el vocablo se ha convertido en uno de los más recurrentes instrumentos en la batalla por el pensamiento de los pueblos y a menudo han abusado de él tanto políticos como pensadores, artistas, científicos e ideólogos de todo tipo.

Aporofobia: acotando un término explosivo

Por eso, la decisión de la Fundeu de impulsar una nueva palabra, aporofobia, como “palabra del año” supone un espaldarazo mediático a un término que requiere ser analizado con detenimiento. Pues así como hay palabras que surgen para distinguir -y ampliar así nuestra comprensión sobre lo real- pueden también surgir otras con la intención opuesta: la de confundir, atar lo diverso de modo que resulte difícil y “anti económico” (lingüísticamente hablando) volver a desligarlo. De ello habló ya magníficamente Luis Gonzalo Díez y no me extenderé más sobre el tema.

En el caso de aporofobia, un neologismo acuñado por la filósofa Adela Cortina que ha encontrado gracia en los medios de comunicación durante los últimos tiempos, habría que acotar la calidad del término en relación a uno de los dos criterios:

  • O bien para sintetizar de manera perfectamente equivalente una serie de fenómenos que antes parecían diversos (en cuyo caso cumpliría una función económica)
  • O bien para desvelar una realidad que había pasado desapercibida hasta ahora (es decir, para distinguir).

¿Psicopatología, egoísmo o arma de confusión masiva?

En el caso de que abogáramos por la segunda de estas funciones, habría que suponer que Cortina habría descubierto algo nuevo, a saber, que existe una patología asociada a la mente y más o menos definida que consiste en experimentar un terror injustificable [1]  ante la mera presencia de la pobreza y, en consecuencia, rechazar a las personas pobres tratando de mantenerlas lo más lejos posible.

De ser así, sería necesario distinguir la aporofobia de lo que es simple y llanamente egoísmo, un término que nada tiene que ver con las psicopatologías y que perfectamente explica la negativa de buena parte de la sociedad a darse por aludidos ante la presencia de otro que resulta profundamente incómodo, porque interpela.

¿Existe entonces la aporofobia como tal? Parece razonable que pueda darse -habría que ver si la señora Cortina hizo el pertinente trabajo de campo que requiere toda definición psicopatológica- pero en caso de existir, es poco probable que resulte de gran utilidad explicativa para la reflexión acerca de la actualidad, a menos que demos por cierto que estamos todos chiflados.

¿No será más bien -me pregunto- un término creado para reducir a la irracionalidad, a la locura, a todo aquel cuyas posturas le parecen a uno egoístas o intransigentes? ¿No se ha hecho en alguna medida lo mismo con vocablos como homofobia, catalanofobia, transfobia, etc.? Estas últimas palabras definen, igual que la primera, fenómenos acaso existentes, pero han sido injustamente arrancadas del diván a la esfera pública con el objetivo de absorber y anular cualquier posibilidad de distinción, como si se tratara un intento de justificar lo injustificable: la locura.

¿Con qué finalidad? En el caso de aporofobia, la de acotar la realidad dentro de un esquema binario sospechosamente parecido al de la lucha de clases. Los ricos aporofóbicos -irracionales- contra los pobres.

Así, si bien es plausible plantear la utilidad de aporofobia para referirse a un fenómeno que puede o no tener lugar (el hecho de sufrir dicho terror en grado enfermizo) es sumamente importante negársela en cuanto a sinónimo o síntesis de otros muchos que como poco requieren de matizaciones (distinciones) entre sí que resultan sumamente importantes.

Aporofobia pretende servir tanto para referirse a la estrepitosa respuesta de los países europeos ante la crisis de refugiados como para mentar las políticas fronterizas, la seguridad nacional, la política fiscal, la gestión de la interculturalidad (ámbitos todos ellos que protegen con mayor o menos acierto algún bien: sea el poder del Estado, la vida de los ciudadanos, la riqueza o la paz social) o las actitudes de simple egoísmo que conviven en una misma sociedad.

Pretender que todo ello se explica sencillamente por el “miedo al pobre” es muy propio de una época en que el emotivismo ha reducido la capacidad de comprensión a un puñado de emociones, las más primarias, pero no sirve desde luego para dar cuenta de la complejidad de los discursos filosóficos, políticos, económicos, morales y culturales que dan forma a las decisiones supuestamente aporofóbicas.

***

 

[1] Hay un temor justificable y sano ante la pobreza, igual que lo hay ante la visión de la violencia, de la injusticia, de la fealdad y de todas las cosas que son, en definitiva, malas, sin que ello implique consideración moral alguna acerca de quienes lo sufren ni sin que exima del deber de reconocer al otro en su condición de persona, es decir, de reconocerle como un bien.

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