Réplica a un vanidoso

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Siendo un muchachillo preadolescente leí en un libro que no recuerdo una expresión del tipo “esa vieja insoportable me está volviendo loco”. Hasta ese momento los libros, para mí, representaban cosas serias y eran escritos por personas serias; “ese hombre es un escritor” significaba “esa es una persona ilustrada, sabia, respetuosa”. Aquella frase me pilló por sorpresa, pues no esperaba encontrarme en un libro, recomendado por un profesor de mi colegio (también una persona seria, ilustrada, sabia y respetuosa), una expresión de lenguaje coloquial e irreverente; algo que no se podía decir delante de los adultos y, menos aun, delante de un profesor.

En realidad aquella lectura no cambió mi prejuicio respecto a lo que debían decir los libros, sino respecto a cierto tipo de expresiones. Mi razonamiento fue algo así: “¡Ah! O sea que estas cosas se pueden escribir. Poniéndolas por escrito, en modo literario, las insolencias son admitidas”. Supondrá el lector que esta nueva forma mentis no se podía sostener mucho tiempo. Sin embargo, me parece que duró más años de lo que ahora estaría dispuesto a reconocer y se veía confirmada con nuevas lecturas.

Por supuesto que ahora la cosa es un poco distinta y hay cosas que no estoy dispuesto a admitir. Si bien en los últimos párrafos del artículo del señor Llorente se muestra adónde deseaba conducir las aguas, no me parece que esto legitime todo lo anterior y, concediendo que nada de lo que hagamos o digamos es capaz de agotar un tema, en el caso citado ni siquiera es suficiente. Ahora bien, si la pregunta “¿por qué escribes?” la usa para reflexionar sobre otra cosa,  aprovecho yo también de hacer mi parte, pero en orden a dar una respuesta.

Antes, sin embargo, debo decirle que la “vía de expresión de mi subjetividad” y “un medio para realizarme personalmente” no son sino otras caras del “afán de reconocimiento”, de la vanidad. Entonces estas cosas las escribimos, publicamos y leemos con tanto gusto, ya que no hacen sino mostrarnos a nosotros mismos así como somos, tan humanos.

La vanidad es tan humana como lo es la cojera al tener piernas o patas. Ningún ser que no las tenga puede cojear, pero, por favor, que nadie me venga a decir que la cojera es un bien. (El señor Llorente no lo dice respecto a la vanidad, pero, como advertí, aprovecho yo también la cuestión para llevar el agua a mi molino). La vanidad es humana, pero como defecto.

Lo específicamente humano son una serie de facultades y dimensiones que nos distinguen de otras especies de vivientes y no vivientes: libre albedrío, intelecto, relacionalidad, historicidad, culturalidad, religiosidad, sexualidad, etcétera. (Varias de éstas las tomo prestadas al antropólogo Juan Gabriel Ascensio). Cuando una actividad, un ambiente, una sociedad ponen en juego o favorecen el desarrollo de las facultades y dimensiones específicamente humanas, entonces podemos decir que son actividades, ambientes, sociedades más humanos. No todo lo que nace del hombre, como manifestación del mismo, es igualmente legítimo, pues algunas cosas podrán favorecer el desarrollo integral del hombre y otras no; aquéllas serán mejores que las otras. Sí, no debemos temer a decir que hay cosas mejores que otras, también a nivel de sociedades y culturas.

Seguramente ninguna cultura será capaz de agotar o cubrir todos los espectros de la riqueza espiritual del hombre, pero ciertamente la que se dedica sólo a la recolección y a la guerra es inferior a la que construye catedrales góticas y crea música polifónica, al menos en algunos evidentes aspectos.

¿Entonces? Entonces escribo sobre cosas que quizás leerán muy pocos, pero si no las escribo, ciertamente nadie lo hará. Escribo sobre cosas humanas y las mismas actividades de escribir, de compartir y de leer lo escrito son actividades específicamente humanas, y esto nos hace vivir mejor. Escribo para que vivamos como personas humanas, que no es poca cosa.

De profesión: inquieto. Aspirante a ciudadano romano, gusta de caminar por algún templo con Sagrario habitado. Sobre pentagramas arroja manchas de sonidos que nadie ha escuchado. Después de haber buscado en la filosofía el sentido de las cosas, ahora se distrae unas cuarenta horas semanales buscando sentido a la filosofía. Come lo que le den y duerme donde lo reciban.