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¿Se puede eludir a la religión?

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Con suma agudeza, Borges advertía que “nombrar es olvidar diferencias” y bien sabemos que sobre este axioma se construyen cada uno de los lenguajes. Por ende, el lenguaje es una ficción que estructura la realidad para más tarde percibirla y pensarla. Análogamente, podemos decir que la religión estructura nuestra realidad social para luego construir nuestra propia sensibilidad.

Entonces, si queremos saber porqué nos desagradan determinados sucesos y nos agradan otros, debemos analizar primeramente nuestra fe; fe en tanto apuesta moral, porque aunque la fe dirige su mirada hacia lo celestial, ella misma no constituye ningún misterio sobrenatural. En otras palabras, tenemos fe en una determinada religión de la misma manera que tenemos fe en la lengua española. Pese al “olvido de diferencias” que nos obliga a practicar un idioma, no por ello lo abandonamos; por el contrario, reforzamos la apuesta. En este sentido, veremos que la religión es un hecho tan ineludible como el resto de los lenguajes.

La madre de todas las ideologías

Toda mirada política o económica, en última instancia, se apoya en una determinada postura moral y religiosa, basta conocer la fe de una persona para saber su ideología y luego su forma de apreciar al mundo. Para explicarlo de otro modo, la religión queda constituida por aquellas convicciones a las que no estamos dispuestos a renunciar bajo ninguna circunstancia.

Astutamente, Nietszche podría decirle a Marx: “¿por qué debemos denunciar la explotación y la opresión?, ¿por qué no le permitimos a los poderosos desplegar plenamente su fuerza, y que los débiles asuman la derrota?, ¿por qué nos hacemos herederos de la tradición judeocristiana?, ¿por qué mejor no reivindicamos la sádica moral vikinga?”. En este sentido, atinó Sábato al decir que “el marxismo es una versión laica del cristianismo”. La religión es la materia prima de todas las ideologías, o mejor dicho, su principio.

Por ende, ¿podemos estudiar a las sociedades del sudeste asiatico si desconocemos el budismo?, ¿acaso podemos comprender algún aspecto de la sociedad india si desconocemos el hinduismo? Y, ¿cómo podríamos contemplar la Revolución China si ignoramos el cristianismo desnutrido de Hong Xiuquan? El propio Hobsbawm decía que la Revolución iraní constituyó la primera revolución contemporánea que no tenía sus raíces en la ilustración europea. Sin embargo, hasta la propia Revolución francesa no fue más que otro eco de las subversiones milenaristas que poblaron la historia europea; tan solo basta recordar las Guerras husitas, la Guerra de los campesinos alemanes liderada por Thomas Müntzer o a los Diggers de Gerrard Winstanley. Más bien, la Revolución iraní constituyó la primer revolución contemporánea que no tenía sus raíces en el cristianismo, sino en otra religión: el Islam. Más tarde, la década del 80 presenció la caída de aquel proyecto que intentó monopolizar la totalidad de los grandes relatos; fue así como la Unión Soviética se vio simultáneamente derrotada por el fundamentalismo islámico en Afganistán y por el catolicismo polaco congregado en torno al sindicato Solidaridad.

La violencia pacifista

Se suele rechazar cualquier abordaje educativo de la religión bajo el mantra “la religión es violencia”. Conviene abandonar esta desbocada deshonestidad intelectual. La violencia es un acto omnipresente en la historia de la humanidad. Más aún, se han cometido genocidios y abusos en nombre de todas las ideologías: el stalinismo ejecutó sacerdotes en nombre del ateismo, Pinochet hizo desaparecer socialistas en nombre del neoliberalismo y, aunque les pese a algunos, el Holocausto invocó al darwinismo. Desde luego, cualquier biólogo dirá con sumo acierto que el nazismo ha realizado una equivocada apreciación del darwinismo; igual operación realizan muchos cristianos para despegar sus convicciones de determinados episodios sangrientos como las torturas y ejecuciones del calvinismo y la Inquisición. Se ha citado innumerables veces Mateo 5:38-48, y aun asi, muchos ateos se encaprichan en culpar al cristianismo por dichos asesinatos.

Entonces, del mismo modo que un pleno conocimiento del darwinismo nos permite rebatir el discurso darwinista del nazismo, el pleno conocimiento del crisitianismo nos permite refutar los argumentos de un inquisidor. Por citar un ejemplo, el racismo predicado y practicado por la Convención Bautista del Sur solo pudo ser vencida precisamente por un pastor bautista negro: Martin Luther King. Fuego contra fuego: puede que la mejor manera de enfrentar y rebatir a alguien sea enfrentándolo a su propio dogma para hacer estallar en mil contradicciones su discurso.

Es cierto, no necesariamente todas las religiones predican el amor al prójimo y la tolerancia, pero, sin lugar a dudas, el primer paso de cualquier resolución debe consistir en conocer la fe del otro.

En última instancia, ¿podemos siquiera entender cualquier conflicto sucedido en Medio Oriente si desconocemos el Islam? ¿Estamos al menos capacitados para leer un periódico ante tal ignorancia? Peor aun: considerando los enormes procesos inmigratorios, ¿podemos siquiera entender a nuestro vecino si no sabemos nada de religión? El peligro no es hablar de religión; el peligro es no hablar de religión.

Si nos negamos a conocer la religión del prójimo (una parte fundamental de su ser), no podemos comprenderlo a cabalidad, y por ende, no podemos ponernos en su lugar y tenerle empatía; ergo, nuestra propia ignorancia deshumaniza a nuestro semejante: es así como la impiedad y la violencia encuentran el camino despejado. En última instancia, la religión genera violencia en tanto impida conocer la religión del otro. Se niega el estudio de la religión bajo el slogan “la religión es violencia”, pero lo único que hace ese slogan, en su negación de tal estudio, es reivindicar ese factor violento que han desarrollado las religiones: impedir el conocimiento de las religiones del resto imponiendo la propia definición de progreso.

¿Educación laica y religiosa?

Pareciera que buena parte de la violencia religiosa que vemos en occidente es parcialmente producto de un sistema educativo que ningunea y rechaza prejuiciosamente el ámbito religioso. Por algún delirio, se le ve mayor utilidad y provecho al estudio de Shakespeare y Cervantes que al de la Biblia, el Corán y el Dhammapada.

Bajo este contexto, la persona religiosa se ve silenciada. Su religión (con la que tanto se identifica) se ve implícitamente censurada; no es digna de ninguna discusión, sobre todo si es una religión minoritaria. Y cuando callamos a alguien, cuando, estrictamente hablando, proscribimos su palabra, puede que lo estemos instando a la violencia.

Sin lugar a dudas, la utilización del aparato estatal con miras a imponer una determinada religión (o determinadas prácticas religiosas) atenta de lleno contra el laicismo, constituye una política intolerante y discriminativa. Opuesto es el caso de la enseñanza de una suerte de “ciencia de la religión” que aborde el estudio de todas las religiones desde un enfoque filosófico, literario y antropológico. Guste o no, la religión existe y tiene gran importancia en todas partes del mundo; es menester que el análisis de cualquier sociedad contemple rigurosamente su aspecto religioso en igual medida que el político, el geográfico o el económico.

Es difícil presentarse a sí mismo ya que pocas cosas son tan difíciles y esquivas como el autoconocimiento. Me encantaría eludir esta tarea enumerando títulos y demás insignias pero no poseo ninguno de ellos; debo presentarme entonces con el solo peso de mis palabras y argumentos.

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