Sólo el cristianismo pareciera entrar en puja con el pensamiento científico; probablemente porque es la única religión que se fundamenta en una determinada versión de la historia humana con especial énfasis en el origen de la especie (Romanos 5:12-15). Dicho conflicto resuena particularmente en la sociedad estadounidense, donde el desarrollo científico y el nivel de religiosidad cristiana son particularmente altos.
Esto ha originado un sinnúmero de debates, como aquel que pregunta si debe enseñarse en los colegios la teoría de la evolución o el relato bíblico de la creación. En esta línea, ha quedado como parte del folclore nacional el conocido juicio a John Scopes, un profesor que en 1925 enseñó a sus alumnos la teoría de la evolución, pese a que el Estado de Tennessee prohibía dichas lecciones por oponerse al relato bíblico de la creación.
Evoca este suceso, y esta discusión en particular, el octavo episodio de la novena temporada de Los Simpson titulado Lisa, la escéptica. Allí, los alumnos de la primaria de Springfield realizan tareas de excavación paleontológica en un terreno que estaba por ser utilizado para la construcción de un centro comercial. Durante el transcurso de sus tareas, Lisa encuentra lo que parecería ser el fósil de un ángel. La gente de Springfield se acerca con entusiasmo a dicho fósil, viendo en él una sólida base sobre la cual cimentar su fe.
Lisa, escéptica respecto a la interpretación popular, decide llevar una muestra del mismo a un paleontólogo del Museo de Ciencias Naturales para analizar la verdadera naturaleza de este descubrimiento, pero los resultados no son concluyentes. Tiempo después, el fósil del ángel desaparece.
Ahora viene el chiste en cuestión: este suceso provoca el enojo de la religiosa gente de Springfield, quienes reaccionan culpando a la ciencia y destrozando el Museo de Ciencias Naturales; en los destrozos, un colmillo de mamut cae sobre Moe, quien ante el accidente responde: “¡Ay, qué dolor! Pero la ciencia médica podrá curarme”.
El chiste es claro: Moe se queja de las explicaciones científicas en defensa de los relatos bíblicos, pero cuando tiene un problema no duda en recurrir a la ciencia en vez de acudir a Dios. El silogismo sería el siguiente: la ciencia dice que el origen de las especies se produjo por mutación y selección natural; entonces, si crees en el relato del Génesis, estás en contra de la ciencia, ergo, no mereces disfrutar de los beneficios que esta provee, o de lo contrario eres un hipócrita. Pero, ¿qué es la ciencia? Y en todo caso, ¿en qué parámetros nos amparamos a la hora de caracterizarla?
Hagamos entonces un breve repaso sobre la identidad del pensamiento científico antes de remarcar el temple reaccionario bajo el cual se oculta este supuesto escepticismo simpsoniano.
Las reglas del juego
Siguiendo el modelo nomológico deductivo de Hempel y Oppenheim, sabemos que las teorías científicas deben cumplir las siguientes condiciones. En primer lugar, deben tener un poder predictivo el cual debe ser manifestado mediante la presentación de enunciados subjuntivos; en otras palabras, de toda teoría científica debemos poder deducir un sinnúmero de enunciados subjuntivos con carácter predictivo. Los enunciados subjuntivos se caracterizan por manifestar relaciones causales del tipo A⇒B; por ejemplo: “si caliento el agua a 100°C, esta se evaporará”. De esta manera, el esquema es el siguiente:
Tx⇒(Cix’p⇒Erx’f)
Tx alude a una teoría x, Cix’p es la condición inicial x’ en un momento presente (p) y Erx’f es el estado resultante x’ en un momento futuro (f). Es imprescindible que la condición inicial x’ pueda ser reconstruida en un tiempo presente para que el fenómeno caracterizado sea tangible; no podemos darle carácter científico a un enunciado de la siguiente índole: “en el Reino de los cielos, el jaspe repele todos los objetos”. De estas exigencias pende la falsabilidad de las teorías; sobre dicha cualidad se erige el empirismo.
Entonces, retomando el modus tollens, en donde [(A⇒B) ^ -B)] ⇒ -A, definimos el pensamiento científico de la siguiente manera:
[(Tx⇒Fx’) ^ -Fx”)] ⇒ -Tx / Fx” ∈ Fx’, en donde Fx’=(Cix’p⇒ Erx’f)
Si la teoría x es verdadera, entonces sucede el fenómeno x’; de esta manera se elabora un caso particular de dicho fenómeno (Fx”). Si dicho caso particular del fenómeno no sucede, concluimos que la teoría x es falsa. Por ejemplo, con la segunda ley de Newton se pueden predecir los movimientos parabólicos en el vacío; basta con reproducir las condiciones iniciales de un caso particular para falsar o comprobar dicha ley en virtud del estado resultante.
De esta manera, la característica principal del pensamiento científico consiste en poner fe en el siguiente axioma: el universo está gobernado íntegra y férreamente por un código de leyes; debido a esto, todas las teorías deben ser universales, de tal forma que se refieren a clases infinitas y no reconocen condicionamiento espacio-temporal. Agregamos entonces que las teorías científicas deben presentar modelos legislativos que nos expliquen predictivamente los incesantes cambios de la naturaleza. Es de esta manera cómo la ciencia efectúa predicciones; a diferencia del proceder de los profetas, la ciencia emite rigurosas predicciones legislativas: he aquí el verdadero motor de la medicina, la ingeniería y demás industrias humanas.
Por último, sintetizando todas las fórmulas, tenemos:
{[Tx⇒ (Cix’p⇒Erx’f)]^(Cix”p’⇒ -Erx”f’)} ⇒ -Tx
La teoría x indica que ante las condiciones iniciales x’ en un momento presente (p) acontece el estado resultante x’ en un momento futuro (f); de esta manera, se manifiesta el característico poder predictivo que debe tener toda teoría científica. A continuación se elabora un experimento el cual presenta un caso particular del fenómeno predicho por la teoría x; por ende se presentan las condiciones iniciales x” y, de no suceder el estado resultante x”, la teoría x es falsa.
Ahora bien, de suceder el estado resultante x”, la teoría x queda parcialmente comprobada, pero nunca de forma absoluta. Es por esto que la ciencia solo provee verdades parciales; según el falsacionismo, la ciencia solo tiene el poder de señalar tajantemente la falsedad de una teoría. Inclusive podemos apoyar una teoría falsada y no por ello nos ponemos en oposición al pensamiento científico. Como señala Feyerabend, a la luz de la historia de la ciencia, ni siquiera las falsaciones son absolutas, ya que los científicos suelen encariñarse con teorías falsadas para volver a sacarlas a la luz: el modelo heliocéntrico de Copernico había sido falsado, pero el gusto estético de Galileo hizo que la retomara para defenderla con éxito. Como vemos, el conocimiento científico es lo suficientemente pantanoso como para ejercer algún tipo de dictadura intelectual.
Introducción al falsacionismo saussureano
Ahora bien, ¿qué predicciones legislativas nos ofrece la paleontología? La entera historia natural (el evolucionismo en tanto estudio histórico del origen de las especies) no ofrece ninguna, de tal forma que no constituye un estudio científico. Volviendo al chiste de Los Simpson, la paleontología en nada aporta a la salud del ser humano.
Aquí radica la falacia en la cual recae continuamente el ateísmo: se toma como axioma de toda historia natural la inexistencia de Dios para luego construir un relato que explica cómo se originó la vida y el universo (siempre y cuando se excluya la hipótesis de Dios), y a partir de dicho relato se concluye que Dios no existe; este proceder constituye una burda falacia circular. En realidad, frente a un relato así solo es aceptable concluir que Dios puede no existir, que la fe en la inexistencia de Dios es mensurable con hechos observacionales.
De esta manera, merece la pena incluir las nociones de diacronía y sincronía de Saussure. Se trata de dos líneas de investigación que aparecen dentro de un mismo campo de estudio. La diacronía se aboca al análisis histórico de un mismo ente, como es el estudio de la evolución del término “antropología”. Por su lado, la sincronía se aboca al análisis de un sistema en particular: por ejemplo, el estudio del griego koiné. La sincronía evoca un eje sistémico-legislativo, mientras que el eje diacrónico se desarrolla en el plano histórico y evolutivo. De esta manera, decimos que la ciencia es sincrónica ya que estudia la legislación del universo, mientras que la paleontología es diacrónica ya que estudia la evolución histórica de las especies. En otras palabras, aceptamos el estudio de las mutaciones y la selección natural como descripción del mundo biológico pero no como relato sobre el origen de las especies.
Graciosamente, quien pudo darle un valor sincrónico y estrictamente legislativo al darwinismo fue un monje católico: Gregor Mendel.
Ahora bien, como contrapartida, recordemos que las teorías científicas no deben circunscribirse a ningún tiempo y lugar ya que son universales, de forma tal que lo válido hoy es válido en cualquier momento; de esta manera, uno puede pensar que la ciencia traspasa la dualidad diacronía/sincronía. Sin embargo, las hipótesis que maneja la historia natural constituyen narraciones históricas. En ningún momento presentan modelos legislativos; más bien utilizan estos modelos que provee el eje sincrónico para construir sus relatos históricos de manera paralela a cómo se manejan otros campos como la arqueología o la criminología. Basta, en todo caso, con repasar las diversas hipótesis sobre el origen de la vida o las investigaciones sobre el origen del VIH/sida.
Ahora bien, en el ámbito de la astrofísica, quizás resulte tentador aplicar los modelos sistémicos-legislativos hacia el pasado de forma equivalente a como se proyectan en el futuro; tampoco debemos olvidar que sus observaciones se sitúan mayormente en un tiempo pasado (muchas de las estrellas que vemos podrían haber dejado de existir hace miles de años). Sin embargo, también es cierto que muchas de las investigaciones que se dan en este campo se sitúan enteramente en el terreno de la metafísica, manejando hipótesis incontrastables y que por ende no son científicas.
Cuando se postula que el universo nació como producto de la colisión de una dimensión paralela con la nuestra (específicamente, con el choque de dos membranas), deben advertir tanto el lector como el alumno que no existe ninguna forma de contrastar siquiera un aspecto de dicha hipótesis; esas ideas están tan afuera de la ciencia como aquella que postula que “en el Reino de los cielos, el jaspe repele todos los objetos”.
Merece entonces la astrofísica una discusión aparte: además de instalar particularmente los ejes diacronía/sincronía, se debe indagar en la constratabilidad de muchas de “sus” teorías remarcando aquellas de naturaleza puramente metafísica.
Apuntes sobre laicismo
Queda claro, entonces, que los ejes diacrónicos y sincrónicos nos ayudan a ver qué problemas merecen ser considerados desde una óptica laica, productiva y científica. Además de lícito, es absolutamente necesario establecer estos ejes a fin de distinguir qué problemas son realmente científicos y cuáles pertenecen a la historia natural. Debemos preguntarnos cuáles son los verdaderos problemas que deben investigarse a fin de desarrollar las diversas industrias humanas. Cuestiones como la extinción de los dinosaurios o la evolución del cráneo de los felinos no forman parte de la verdadera problemática científica. Campos como la paleontología están completamente parados en el plano histórico; crean relatos históricos coherentes que axiomáticamente excluyen a Dios, de tal forma que se desempeñan solo en articular una mitología atea para quienes no desean creer en Dios. Se valen de la ciencia, pero de igual manera que las investigaciones históricas o policiales.
Uno entiende que los gobiernos inviertan gran parte de sus recursos en educación ya que de esta manera se le brindará a la sociedad de más y mejor mano de obra, mientras que los educados estarán mejor capacitados para ganarse el pan: el círculo virtuoso es visible; sin embargo, ¿por qué debe tratarse en los colegios el origen de la especie humana? ¿Nos vuelve productivos el conocimiento de dichas teorías o le quitan espacio a contenidos más importantes?
Es importante plantearnos estas preguntas ya que, aunque la historia natural no sea una ciencia, algunos de sus campos podrían llegar ser crucialmente útiles: por ejemplo, el estudio de los procesos climáticos del pasado podría enmarcarnos en el estudio de los actuales fenómenos climáticos.
Lo importante es nunca proceder con credulidad, teniendo en cuenta que el conocimiento requiere de financiación, y toda financiación se basa en una ideología. Que un gobierno destine parte de sus recursos a las investigaciones de la abiogénesis o que incluya estos tópicos en los programas escolares representa una alevosa transgresión del laicismo.
Confundir un Estado ateo con un Estado laico es tan grosero como confundir el ateísmo con el agnosticismo; el Estado ateo es también un Estado confesional.
No es la ciencia, sino la filosofía la que debe fundamentar todo programa educativo, si lo que se está buscando es el cultivo del pensamiento y la creatividad; de lo contrario, no se estará educando sino adoctrinando.
Filosofía, educación y adoctrinamiento
En última instancia, la ciencia nunca dejará de ser un dogma con sus axiomas constitutivos, y aunque se trate del dogma más abierto, por su naturaleza misma nunca podrá sembrar el escepticismo. La única manera de cultivar el escepticismo es con la filosofía (específicamente, la epistemología) ya que esencialmente esta se trata del arte de cuestionar y de un “mirar por afuera”: la filosofía de la ciencia no procede científicamente, sino que estudia los fundamentos del pensamiento científico; la filosofía de la historia tampoco estudia la historia, sino que analiza sus metodologías.
Particularmente la epistemología, en ese “mirar por afuera”, no se introduce en ningún campo de estudio en particular, sino que analiza sus métodos y los fundamentos de cada uno de estos; no enseña ni ciencia ni historia, sino que ayuda a pensar la ciencia y la historia. De esta manera, podemos decir que la epistemología estudia el material que compone a las ideas, de ahí que incluya en sus dominios a la lingüística, la semiología, la metafísica, la lógica y, por extensión, a las matemáticas. No es la ciencia, sino la filosofía la que debe fundamentar todo programa educativo, siempre y cuando se esté buscando el cultivo del pensamiento y la creatividad; de lo contrario, no se estará educando sino adoctrinando.