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Navidad: reflexiones de una festividad ancestral

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En occidente existen diversas tradiciones que son características de los últimos meses del año y que llegan incluso a traspasar fronteras.  Desde el Halloween anglosajón, pasando por el Día de Todos los Santos, el Día de Muertos en México, o el Thanksgiving Day en Estados Unidos, hasta las festividades propias del mes de diciembre, que nos son comunes en esta parte del hemisferio.

Es acercándonos al final del año cuando, inevitablemente, los medios de comunicación, los establecimientos comerciales y la familia, nos recuerdan que se acerca la Navidad, festividad que pareciera que se prepara con mayor antelación cada año. Ya no es extraño comenzar a ver árboles, luces o decoraciones navideñas en venta desde antes de que pase Halloween.

Sin embargo, esta fiesta que tiene sus orígenes antes de la llegada del cristianismo, ha pasado de ser una celebración con diversos motivos y alcances en regiones específicas del mundo, a convertirse en una festividad celebrada en todos los continentes, salvo en aquellas naciones de religiones mayoritarias ajenas a la cristiandad.

Más allá de los villancicos, de las luces y colores, de los regalos y las vacaciones de cierre del año, esta época es propicia para la reflexión y la introspección, puesto que no podemos soslayar que la Navidad constituye una celebración litúrgica y solemne que, junto a la Semana Santa y al Pentecostés,  es celebrada cada año por millones de fieles de todas las nacionalidades.

Representación gráfica de San Bonifacio talando un roble.

El origen de una celebración

En la actualidad ha sido ampliamente difundida la idea, particularmente por Internet, de que la Navidad en realidad no es una festividad cristiana, sino el resultado de celebraciones ancestrales que giraban en torno al solsticio de invierno y los cambios climáticos que afectaban a las sociedades agrícolas.

Los pueblos nórdicos, particularmente los germanos y los escandinavos, celebraban la Yule, en honor al dios Frey, hijo de Njörðr y hermano de Freya, y divinidad del sol naciente, la fertilidad y la lluvia, el 26 de diciembre, adornando un árbol que representaba al Yggdrasil, el árbol del universo. Se cuenta que San Bonifacio, durante su labor evangelizadora en el siglo VIII en la actual Alemania, plantó un pino como símbolo del amor de Dios y lo adornó con manzanas (representación de las tentaciones) y velas (representando a Jesús como la luz del mundo), antecedentes de las actuales esferas, luces y adornos. Desde Alemania, la tradición del árbol navideño se trasladaría a otras partes de Europa, y de ahí, al resto del mundo.

Por su parte, los romanos desde el siglo III a.C. celebraban, entre el 17 y el 23 de diciembre, las llamadas Saturnales, en honor a Saturno, deidad de la agricultura. En estos siete días de fiesta se intercambiaban obsequios, se organizaban cenas y reuniones y se liberaba temporalmente a los esclavos. Además, tenían la fiesta del Nacimiento del Sol Invicto (Natalis Solis Invicti) exactamente el 25 de diciembre, fecha en que consideraban que culminaba la época más oscura del año, y que conmemoraba al antiguo dios griego Helios, a la deidad siria El Gabal o al dios Mitra, divinidades a las que en diferentes épocas se les denominó Deus Sol Invictus.

Partiendo de esta base, hay que considerar que en los primeros siglos de la expansión del cristianismo, los cristianos no celebraban la Navidad, siendo una de las primeras fuentes que datan la adopción de la fecha la encontramos en Sexto Julio Africano, alrededor del año 221.

El 25 de diciembre como fecha de la Natividad se incorporó al calendario romano a partir del año 336, en los últimos meses de Constantino, a quien hay que recordar como el emperador que legalizó el cristianismo, terminó con su persecución mediante el Edicto de Milán de 313 y convocó al Concilio de Nicea de 325. Para el año 350 el papa Julio I estableció el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, decretándose así ya bajo el papado de Liberio en 354, año en que también la encontramos en el Calendario de Filócalo. Considerándose que así sería más sencilla la conversión de los paganos al cristianismo, el nacimiento de Jesús de Nazaret se ligó en forma definitiva a una antigua celebración pagana, sincretismo que ha perdurado hasta nuestros días.

 

SATURNALES, SOL INVICTO Y NAVIDAD

La fecha del nacimiento de Jesús: Siglos de controversia

Es en los evangelios sinópticos, específicamente en Mateo y Lucas, en los que se habla del nacimiento de Jesús, aun cuando ambos textos no refieren fecha alguna.

En el caso de Mateo (2:1-11), se habla únicamente de que Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, y a continuación se relata la visita de los Magos de Oriente, su adoración y entrega de presentes, y posteriormente la matanza de los niños.

En el caso de Lucas (2:1-20), se refiere que José tuvo que llevarse a María embarazada de Nazaret a Belén, con el propósito de empadronarse en el censo que había ordenado Augusto César. El relato bíblico continúa con el anuncio del ángel a los pastores para que acudieran al pesebre a adorar al niño.

Y ha sido a partir de estos elementos que se ha pretendido, desde hace siglos, determinar la fecha de nacimiento de Jesús.

Dado que el empadronamiento ordenado por Augusto tendría el objeto de reclutar hombres para el servicio militar y fijar impuestos, se estima que es poco probable que se haya emitido la orden en invierno, puesto que el traslado de la población a sus lugares de origen habría enrarecido el ambiente aún más, debido a las difíciles condiciones climáticas a que se enfrentarían durante el viaje, de ahí que se considere que el nacimiento de Jesús no aconteció en diciembre.

Esto es relevante porque es necesario tener presente que el pueblo judío era proclive a la rebelión contra la dominación romana, como lo recordamos en las denominadas Guerras Judeo-Romanas, una de las cuales terminó con el asedio y destrucción de Jerusalén, incluido el saqueo de su Templo, por las legiones de Tito en el año 70. Por consiguiente, la decisión de obligar a la población a viajar en invierno para empadronarse, habría provocado un malestar con posibles consecuencias bélicas.

A partir del versículo que narra que “había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño” (Lucas 2:8), también se ha pensado que era altamente improbable que los rebaños permanecieran al aire libre durante el invierno, ya que la costumbre era que sólo fuera así entre los meses de marzo y noviembre, por lo que se ha considerado que este argumento refuerza la idea de que Jesús no nació en diciembre.

Para calcular entonces la fecha de nacimiento, algunos historiadores y exégetas de la Biblia han partido de la edad que tenía Jesús al morir. Tomando en cuenta que según los Evangelios, tenía 30 años al comenzar su ministerio, como lo vemos en Lucas 3:23: “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años…”, y que dicho ministerio duró alrededor de tres años y medio hasta la crucifixión, evento que aconteció durante las festividades de la Pascua judía, se cree entonces que, a través de una cuenta regresiva, Jesús habría nacido a principios de otoño, esto es, en el mes de septiembre.

A otro problema que nos enfrentamos es a la determinación del año de nacimiento de Jesús. Tradicionalmente se había considerado a su nacimiento como el acontecimiento central de una nueva era y que representaba el año cero, pero este año no existe en el calendario juliano ni en el gregoriano. Fue el monje Dionisio el Exiguo quien dató el año de nacimiento de Jesús a partir de un nuevo sistema de numeración en el siglo VI, no obstante el cual, se equivocó al fechar el reinado de Herodes, por lo que al fijar el inicio de la era cristiana con el nacimiento de Jesús, al que situó en el 753 desde la fundación de Roma, cometió un error.

Investigaciones posteriores ubicaron el nacimiento de Jesús entre los años 4 y 7 a.C., a partir de tratar de establecer la fecha en que Flavio Josefo señaló que había ocurrido un eclipse poco antes de la muerte de Herodes, por lo que comenzó a aceptarse la idea de que se produjo la natividad el 4 a.C.

En la actualidad se debate si el nacimiento ocurrió en el 4 a.C. o en el 2 a.C., puesto que se ha acudido a otras fuentes, particularmente a Tertuliano, a Eusebio y a Irineo, quienes trataron de establecer la natividad a partir de acontecimientos de la historia romana: Tertuliano en el siglo II afirmó que Augusto gobernó 41 años antes del nacimiento de Jesús y murió 15 años después; Irineo lo sitúa en el año 41 del reinado de Augusto; mientras Eusebio en el siglo IV lo ubicó en el año 28 desde la victoria de Augusto sobre Marco Antonio y Cleopatra, pero como en otras cuestiones, en este asunto tampoco existe consenso.

Guerras Judeo – Romanas. Soldados romanas saquean tesoros judíos.

Buscando el significado de la Navidad

Con independencia de la falta de precisión histórica, es un hecho que la Navidad representa una de las festividades mayores del calendario litúrgico cristiano en sus distintas confesiones. En el catolicismo escuchamos de la Misa de Gallo y de la Misa de la Aurora, así como la conocida bendición solemne Urbi et orbi que envía el Papa desde la Basílica de San Pedro. Algunas iglesias protestantes ofrecen servicios esos días; en tanto que los ortodoxos, al no usar el calendario gregoriano, celebrarán la navidad hasta enero. Los mormones se unen a la celebración, pero sin reconocer la fecha como la del nacimiento de Jesús, siendo que los Testigos de Jehová no la celebran en absoluto.

En el clásico navideño A Charlie Brown Christmas, Charles M. Schulz hace que el conocido personaje albergue dudas y se cuestione cuál es el verdadero significado de la Navidad. La duda no es trillada: con todo cuanto hemos hablado hasta el momento, ¿cuál es la verdadera significación de esta festividad? Si hemos de tener en consideración el hecho de que se trata de una fiesta originariamente pagana, cuyos elementos cristianos se basan en imprecisiones históricas, ¿cuál es su significado?

¿Acaso sólo el aspecto comercial que inunda los negocios y los mercados con productos y cosas innecesarias? ¿l¡Los mensajes con que nos saturan los medios de comunicación, con un trasfondo meramente mercadológico, que nos remite a Santa Claus y los convenientemente listos regalos y presentes? ¿Los villancicos repetitivos cuyas notas invaden las calles, las casas y las empresas? ¿Las ofertas de viajes a sitios paradisíacos a precios aparentemente bajos? ¿Los especiales navideños de todas las series televisivas, la repetición de clásicos como It´s a wonderful life, Home alone, Miracle on 34th Street, o cuantas versiones existen de A Christmas Carol y comedias familiares?

Quizás, después de todo, exista una significación profunda, a la que de alguna forma toda la mercadotecnia de la época responde. Recordemos, por ejemplo, la conocida como Tregua de Navidad en la noche del 24 de diciembre de 1914, cuando las tropas alemanas y británicas hicieron un alto al fuego para cantar villancicos, intercambiar regalos, recuperar a los caídos y hasta para organizar partidos de futbol, todo en medio de la Primera Guerra Mundial.

La Navidad es capaz de hermanar a pueblos enfrentados en un conflicto porque su significación es aún más profunda que el mero acto de reunirse, incluso puede ser superior a las creencias religiosas más ortodoxas. Durante el siglo XVII los puritanos ingleses prohibieron la celebración tras la caída de Carlos I, argumentando que se trataba de una fiesta pagana celebrada por los católicos, y la inconformidad popular fue tal, que a mediados de ese siglo tuvo que levantarse la prohibición.

La Navidad representa la unión, y si bien pudiera interpretarse como la búsqueda ilusoria de construir una entelequia, lo cierto es que promueve y difunde algunos de los más especiales valores que nos son comunes a los pueblos, especialmente los relacionados a la familia. Por eso no es extraño que cuando escuchemos sobre Navidad, evoquemos nuestra niñez, innegablemente con elementos materiales como los regalos, las decoraciones, el árbol y las luces, pero también nos remonta a esa edad idílica en la que no había problemas, en la que estábamos reunidos los hermanos, los primos, los tíos, incluso los abuelos, y nuestros padres, en torno a una celebración que destacaba, con independencia del nacimiento de Jesús, la unión y la unidad familiar.

Quizás por eso, Taylor Caldwell escribió: “Este es el mensaje de Navidad: Nunca estamos solos”.

Desde México, para todos los lectores de Democresía, ¡Felices fiestas!

Orgulloso nativo de la Ciudad de México. Abogado de profesión, burócrata por ocupación, luterano, estudioso de la Filosofía, la Teología y la Psicología. Apasionado de las letras, la narrativa histórica, el terror y el horror cósmico, lector asiduo de Nietzsche, Kafka y Lovecraft. Combino la docencia universitaria con la política, atento a Octavio Paz, guardando distancia con el príncipe. Seguidor de Schopenhauer, pero creyente en Facundo Cabral.

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