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La ternura de la sencillez

En Religión por

“La natividad” (1597), Federico Fiori Barocci

Recuerdo desde niña ver esta imagen en la Biblia ilustrada que mi madre colocaba en el recibidor de mi casa. Siempre estaba abierta por esta página durante los días de Navidad y recuerdo observarla durante horas, sabiendo que, dentro de su sencillez visual, había algo mágico en ella que captaba mi atención. Es la imagen de Natividad que viene a mi cabeza cuando pienso en esta época y su recuerdo no solo me devuelve a la niñez, sino que hace permanente en mí la sensación que tenía al observarla: la ternura que emana de o la sencillez de esta escena.

El ambiente rebosa de una pobreza y sencillez que es ciertamente enternecedora: tan solo unos manojos de paja, un cajón de heno y poco más. Y, sin embargo, la luminosidad y amor que encontramos en el rostro de María nos cautiva. Su expresión denota una alegría que arrebata, y su mirada de cariño nos dirige directamente al niño, tan pequeño, indefenso y frágil que dan ganas de tomarlo en brazos y acunarlo.

La dirección de lectura de los ojos pasa por la figura principal de María, iluminada por el foco de luz, y seguidamente nos lleva a la derecha, para descubrir al niño escondido detrás de la mula. Es curioso que lo más importante de la imagen lo descubrimos escondido, cubierto por unos trapos, detrás un animal y acostado en un pobre pesebre. Destacando que lo más importante no es siempre lo principal, y esto a veces escapa nuestra atención: a veces se encuentra escondido, y requiere de nuestra parte para buscarlo y encontrarlo.

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Lejos de adornar la escena de natividad, como han hecho grandes artistas con pan de oro y lujosos ropajes, Barocci hace realidad el mensaje de pobreza y sencillez. Es precisamente por esta humildad que podemos sentirnos identificados y cercanos a estos personajes, que puede despertar en nosotros la ternura de encontrar una pobreza similar a la de nuestro corazón y, al mismo tiempo, un amor tan grande que desbanca la idea de sentirse poca cosa.

La atmósfera poética creada por las luces de Barocci nos sitúan en la calma del no tiempo, del instante suspendido, de la pausa del acontecimiento que nos convoca. La virgen abre los brazos en expresión no de sorpresa, sino de extremo agradecimiento, de aquel que no se puede creer lo que ha recibido, en una actitud de adoración antelo que le ha sucedido y el hijo que se le ha dado, mientras que la mirada de pertenencia de uno al otro nos hace partícipes de ese gran amor. Detrás, en lo oculto de la penumbra, podemos descubrir a San José, loco de sorpresa y alegría, llamando a los que vienen y señalando hacia dónde se encuentra el regalo más maravilloso que ha llegado al mundo.

Por detrás de la puerta, podemos ver asomados a dos de los pastores, sorprendidos, insospechados de lo que están a punto de presenciar, trayendo con ellos un carnero que entra decidido a la estancia. En el suelo, a los pies del pesebre, vemos las pocas pertenencias que esta familia poseía, apenas unas cestas con ropa y algo de grano. La precariedad de su situación nos revela la grandeza de lo que está sucediendo y nos descubre la belleza de la sencillez, que supone la ausencia de todo aquello innecesario.

El alma se reposa en la ternura de Dios niño al observar esta imagen de la sencillez encarnada. Ante la presencia de lo pequeño y lo pobre se despierta la ternura de querer salvaguardarlo y preservarlo. Su fragilidad y sencillez desarman de cualquier escudo y nos acerca al misterio de que lo más pequeños a nuestros ojos e lo más grande en el corazón.

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Elisa de la Torre es artista plástica en pintura y grabado, trabaja en el departamento de Bellas Artes de la Universidad Francisco de Vitoria y realiza su doctorado bajo la línea de Prácticas Artísticas en la UCLM.

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