El título de este artículo es ambiguo. ¿Me refiero a la crítica de la religión que elaboró el propio Marx, o a la crítica que hace del marxismo una encubierta aspiración religiosa?
La editorial Trotta acaba de publicar una nueva edición de los escritos Sobre la religión, textos escogidos y dispersos en la obra de Marx, donde el pensador elaboró su crítica a la religión, cuya importancia radica en ser ésta la “premisa de toda crítica” (p. 17). La edición cuidada y rigurosa a cargo de Reyes Mate y José A. Zamora, destaca por un magnífico estudio introductorio, en el cual los editores nos acercan a la génesis del pensamiento sobre la religión y su relación al pensamiento filosófico, político y económico de Marx.


El interés de revistar estos escritos puede justificarse desde lugares muy diversos. En mi caso, acaso por la experiencia latinoamericana del marxismo, donde se presentó con su certificado de bautismo en la mano, lo que siempre me ha llamado la atención es la fascinación pseudo-religiosa que ejerce sobre una juventud de clase media, culta y romántica, desencantada ante su propio horizonte de realización, y con un sentido herido de justicia social.
Si Mircea Eliade ya señaló la estructura mítica de la visión de la historia del marxismo (el mito de las edades) y Steiner encontró esa nostalgia de absoluto en la promesa mesiánica del materialismo histórico, a mí siempre me ha impresionado la capacidad de sumar devotos y movilizar vidas rabiosamente hambrientas de sentido. Todo esto sin quitar el lenguaje y las expresiones revestidas de carácter sagrado que han suscitado históricamente, en su despliegue iconográfico, los símbolos, colores y banderas entre los guerreros de a pie, o el carácter casi místico con que algunos de sus teóricos se aferran en asegurar que el marxismo no es sino verdadera “ciencia” (pienso en la insistencia de aquella discípula de Althusser, Marta Harnecker en presentar la ciencia del materialismo histórico a los obreros, sindicalistas y luchadores de a pie). Aún con el peso del fracaso histórico del marxismo “aplicado” en el siglo XX (mejor o peor, no se trata aquí de discutir esto), es indudable que la política actual carga con la herencia de Marx, tal como ponen en evidencia Reyes Mate y José A. Zamora. Hay una idea marxiana que ha calado: “Una promesa mesiánica puede informar la construcción de la historia. A partir de Marx, la política o es un descarado negocio o es una promesa de felicidad” (p. 16).


Conocer el desarrollo de la crítica de Marx a la religión resulta muy iluminador a este respecto, desde su comienzo ilustrado, la influencia de Bauer, Feuerbach y el círculo de la izquierda hegeliana, pasando por su etapa de periodista “liberal” hasta la transición que lo llevaría al Marx de los escritos de madurez.
Los argumentos que Marx puede apuntalar contra Dios o la religión no resultan una novedad absoluta, el carácter alienante de la religión ya está en Bauer o Feuerbach, la astucia de la clase sacerdotal que busca mantener sus privilegios es cosecha de la Ilustración, e incluso algunos aspectos de sus críticas podemos rastrearlas en la vieja Grecia (Demócrito, Epicuro…). Tal vez el matiz venga de una síntesis propia, entre ideas retomadas (de Epicuro a Feuerbach) y el impacto del dolor social que experimenta el mismo Marx: “La idea de Dios aparece en la historia porque la vida real está desgarrada por la miseria” (p. 25).
Revelador puede resultar conocer la anécdota de su participación en el debate sobre la ley relativa al robo de leña. Un joven periodista y redactor jefe de un periódico liberal, el Rheinische Zeitung, cubriendo la información sobre los tribunales presencia una injusticia estructural que operará en él un giro radical. Hasta 1841, los más pobres podían “participar en una mínima medida del bien común ofrecido a todo hombre por la madre naturaleza” (p. 31), bajo la forma de recoger las ramas podridas que caían de los árboles al suelo. Una ley federal se aprobó entonces considerando delito, no ya el aprovechamiento de un árbol –que caía bajo el amparo de la propiedad privada –sino de aquellos restos desprendidos espontáneamente.
El mismo Marx recordará más adelante este acontecimiento como aquél que le permitió volverse por primera vez a las cuestiones económicas. Entre los artículos que publicaría en aquél debate, comienzan a gestarse algunas de las ideas que luego calarán en su pensamiento: “Al considerar robo todo atentado a la propiedad, sin distingos, ¿no será la propiedad un robo?” (p. 31).


El marco común de su crítica a la religión estará siempre circundado por la misma experiencia, el sufrimiento y el mal. Y sus golpes de martillo seguirán el mismo principio de fondo: solo el hombre puede transformar la historia, cambiar las condiciones materiales, salvar al hombre.
El marxismo muestra así el carácter soteriológico que impregna sus esfuerzos y la promesa que arrastra a tantos corazones que desean y que no encuentran en la realidad presente un objeto proporcionado a ese deseo.
Una nueva edición de los escritos de Marx sobre la religión, en los tiempos que corren, resulta, creemos, más que justificado.

