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Etty Hillesum, el cielo en el Holocausto

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Esther (Etty) Hillesum, murió el 30 de noviembre de 1953 en Auschwitz, a los 29 años de edad. Durante  los  tres  últimos,  escribió  un  diario  en  el  que  relató  su  conversión al catolicismo y su camino espiritual durante el Holocausto.

En  el  libro  Una  vida  conmocionada:  Diario,  se sigue su recorrido interior caracterizado por un caos profundo que le lleva a la búsqueda de un hombre al que corresponder toda la vida. A pesar de ello, esta joven reconoce que la posesión absoluta no es la posesión de “lo Absoluto”.

“Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y ahí dentro está Dios. A veces me es accesible, pero a menudo hay piedras y escombros taponando ese pozo, y entonces Dios se encuentra enterrado. Hay que desenterrarlo de nuevo”

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Nacida  en  Polonia,  en  una  familia  judía  con  desequilibrios  emocionales,  se  describe  en  sus diarios  como  una  mujer  “inestable,  egocéntrica  y,  sobre  todo,  interiormente  caótica”.  Desde  la infancia, reconoce un gusto por la belleza a partir del asombro ante la realidad.

“En Deventer los días fueron grandes llanuras soleadas. Cada día era una gran unidad intacta. Tenía contactos con Dios y con todos los seres humanos, probablemente porque apenas veía a nadie. Había campos de trigo que nunca olvidaré, ante los que estuve a punto de arrodillarme. Estaba el río Ljssel con las sombrillas coloreadas, los tejos de paja y los caballos paciendo. Y además el sol, que dejé que me penetrara por todos los poros”

Como algunos jóvenes, Etty mantiene relaciones sentimentales desordenadas. Tal y como cuenta en su diario, su pareja fija es Han Wegerif, un hombre de 62 años. Reconoce que, al igual que la literatura, hay algo en el acto sexual que nunca es capaz de expresarse.

“Es igual que ese último grito liberador en la relación sexual, que también se queda tímidamente atrapado en el pecho”.

En un momento de caos, aparece Julius Spier, el psicoterapeuta que, con su acompañamiento, le lleva  a  reconocer  en  su  experiencia  el  vacío  existencial  que  vive,  pero  también  su  riqueza interior.   Para  facilitar  este  camino,  le  invita  a  escribir  un  diario  en  el  que  relate  todo  lo acontecido. Si bien es cierto que aprendió a “escuchar a su interior” y a descubrir y contemplar la realidad que ocurre, redactarlo era doloroso.

“A veces los pensamientos están perfectamente organizados y claros en la cabeza y los sentimientos son muy profundos, pero escribirlos es imposible”

No es un camino fácil porque queda embarazada de su pareja y, finalmente, decide abortar. Aunque reconoce que la plenitud no se encuentra en lo palpable, encuentra dificultad para acallar la soledad.

“A pesar de mi incapacidad para entregarme totalmente en lo físico (porque soy de tal manera que en lo más profundo de mí no lo deseo), de vez en cuando recurro a pequeños trucos y tretas eróticas que no se adaptan a mí y por eso no encuentran eco en mí. Esta es la razón por la que sigo sintiéndome tan sola”

Una vez iluminada su historia, Spier comienza a hablarle sobre el Evangelio y los Salmos. Un día, Etty se encuentra a sí misma, de rodillas, en su habitación. Más tarde, lee el pasaje de la carta de San Pablo a los Corintios sobre el amor y vuelve a caer de rodillas. A través de las lecturas, comienza el despertar espiritual de Etty y un deseo de acrecentar su relación personal con Dios.

“Esta tarde estaba descansando en mi camastro y he tenido el impulso repentino de escribir en mi diario el fragmento que te incluyo: ’Tú que me diste tanto, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas’. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, en una larga conversación”.

Poco a poco, la relación comienza a madurar y a encontrar un equilibrio. El deseo de su corazón parece colmarse.

“A través de mí fluyen anchos ríos y dentro de mí hay altas montañas. Y detrás de los matorrales de mi inquietud y mi confusión se extienden amplias llanuras de mi tranquilidad y entrega. Todos los paisajes están presentes en mí. Hay sitio para todo. La tierra está en mí y también el cielo está en mí”

La inquietud de Etty por ayudar a Dios se convierte en una prioridad y decide hacerse voluntaria para trabajar como enfermera en el campo de concentración de Westerbork. En su interior, hay un anhelo de tener una pequeña parte de Dios en todos los enfermos: “ no puedes ayudarnos, sino que nos corresponde ayudarte a ti, defendiendo hasta el final Tu casa en nosotros”.

“Poco a poco toda la superficie de la tierra no será más que un inmenso campo de concentración y nadie o casi nadie podrá quedar fuera de élNo me hago ilusiones sobre la realidad de la situación y renuncio incluso a pretender ayudar a los demás. Adoptaré como principio el ‘ayudar a Dios’, tanto como sea posible y, si lo consigo, entonces estaré ahí para los demás”

Allí, es consciente de la tragedia de su pueblo, pero reconoce la vida como algo significativo e intenta reconocer lo extraordinario en la sencillez de su servicio.

“Me gustaría juntar las manos y decir: soy tan feliz y estoy tan agradecida y la vida me parece tan bonita y llena de sentido. Sí, bonita y llena de sentido, mientras estoy aquí, al pie de la cama de mi amigo muerto, muerto demasiado joven, y a pesar de que pueda ser deportada a un lugar desconocido en cualquier momento. Dios mío, te estoy agradecida por todo”

Etty y su familia reconocen que es inevitable la prisión y el 6 de junio de 1943 se ofrecen a las SS. La joven anhela vivir para poder contarlo, pero teme no sobrevivir al Holocausto.

“Quisiera vivir muchos años, para poder explicarlo posteriormente. Mas si no se me concede este deseo, otro lo hará, otro continuará viviendo mi vida, desde donde terminó

En el campo de concentración, su relación se estrecha y busca reconocerlo en el otro.

“Amo tanto al prójimo porque amo en cada persona un poco de ti, Dios. Te busco por todas partes en los seres humanos y a menudo encuentro un trozo de ti. Intento desenterrarte de los corazones de los demás”

Etty muere el 30 de noviembre de ese mismo año. Al final de su diario comprende la razón su existencia y reconoce en la donación su vocación vital.

“He partido mi cuerpo como el pan y lo he repartido entre los hombres. ¿Por qué no, si estaban tan hambrientos y han tenido que privarse de ello tanto tiempo?”

Su diario concluye con la siguiente cita: “Una quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas”.

Etty Hillesum, al igual que otras víctimas del Holocausto como Ana Frank o Edith Stein, cuenta las vivencias del exterminio judío. Desde su experiencia, Etty explica el desgarro y la belleza de un encuentro inesperado que cambiará el rumbo de su vida.

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Nací en Valencia en 1998 y estudio Periodismo en la Universidad Francisco de Vitoria. Aprendo en @mirada21es y tengo especial interés por las Humanidades

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