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500 años de la Reforma Protestante: la disputa teológica que cambió el mundo

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Martín Lutero clavando en la puerta de una iglesia en Wittenberg las 95 tesis que cambiarían la historia de Occidente. Aunque esta imagen la tenemos todos muy presente, no está claro que haya ocurrido realmente. El simbólico gesto que daría inicio a la Reforma Protestante puede no ser más que una expresiva ficción.

De lo que no hay duda alguna, es que en el 2017 se cumplirán 500 años desde que Lutero escribiera las famosas tesis (aunque él no las llamaría así) y las enviase al arzobispo de su diócesis, iniciando una polémica teológica cuyo desenlace sería imprevisto para todos.

Lutero y el comienzo del Protestantismo

Corre el año 1505. Lutero, asustado por un rayo y comprometiéndose por un voto (algo supersticioso, él mismo confesará más adelante), ingresa en el convento de los Agustinos. Su época de monje no tiene sobresaltos. Destacando en su formación intelectual, y su pasión por la lectura de la Biblia, siendo muy joven ejerce cargos importantes en su Convento. El príncipe Federico, elector de Sajonia, lo invita como profesor a la Universidad de Wittenberg.

Lutero padece en esos años una fuerte crisis espiritual. Obtiene algo de luz y paz interior por medio de la lectura de San Pablo, en donde formula su tesis de la justificación por la sola fe (la famosa experiencia de la torre). Estas intuiciones, junto a un ataque a la teología escolástica decadente, son aplaudidas en la Universidad de Wittenberg, que cada vez empieza a adquirir mayor renombre.

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A todo esto, el predicador dominico Tetzel inicia su campaña de recoger limosnas para la construcción de la Basílica de San Pedro. Lutero envía sus famosas “95 tesis” sobre las indulgencias al obispo de Maguncia y a algunos amigos; el texto será filtrado por alguno de estos amigos y en pocos meses, gracias a la imprenta, se conocerán en toda Europa. Mientras tanto, Lutero permanece agustino y católico, a pesar de que ya su teología empieza a desviarse de la ortodoxia.

Las 95 tesis de Lutero
Las 95 tesis de Lutero

Este desvío se incrementa hasta la ruptura definitiva, a pesar de los esfuerzos de dos delegados pontificios: Cayetano y Aleandro. Lutero, previendo ser excomulgado, escribe De la cautividad babilónica de la Iglesia. La ruptura ya es total. El papa León X escribe la bula “Exurge, Domine” donde se condenan las tesis luteranas. Se convoca a la Dieta de Worms (donde el emperador Carlos V discute los asuntos del imperio con los príncipes germánicos y los representantes de las ciudades más importantes) y se decreta el destierro del monje agustino.

Lutero, ayudado por el príncipe elector, se esconde varios meses en un castillo, donde traducirá el Nuevo Testamento al alemán y organizará la nueva iglesia a través de cartas a sus amigos. La zona de influencia de Lutero es la ciudad donde tiene su cátedra universitaria y sus alrededores.

Nada más nacer la Reforma se producen cismas y disensiones: Karlstadt, colega de profesorado de Lutero, incita al pueblo a la rebelión y la destrucción de monasterios. Lutero va a Wittenberg a poner orden, prohíbe a Karlstadt escribir sin su autorización. Comienzan a aparecer nuevos iluminados, que interpretan las Escrituras cada uno según su parecer. Lutero empieza a organizar la nueva Iglesia, dado que la Sola Scriptura da pie al caos si no se sigue un canon interpretativo. El mismo que había quemado públicamente libros de derecho canónico, debe ahora organizar canónicamente su Iglesia.

Los ataques a las indulgencias por parte de Lutero son ataques hacia un tipo fraudulento de vivir la relación del hombre con Dios y la forma misma de mirarse el hombre a sí mismo”

Mientras tanto, se produce la Sublevación de los campesinos; mueren 150.000 campesinos que pretenden imponer el Reino de Dios y deponer a los nobles, azuzados por las predicaciones del evangélico Münzer. La situación económica y social no puede ser peor en Alemania; la guerra la ha dejado devastada. Lutero pierde popularidad, y el crecimiento del luteranismo se detiene. Otros reformadores, como en Suiza, Zwingli, ganan adeptos también entre príncipes y señores (contentos de no tener que pagar impuestos a Roma) y en una nueva Dieta convocada por el Emperador en Spira (1529) nace el Protestantismo, cuando varios señores (luteranos y zwinglianos) protestan contra un edicto redactado por una Comisión, que buscaba imponer la liturgia  y los dogmas católicos en todos los rincones del imperio.

Una mirada retrospectiva: teología de la cruz y doctrina de la justificación

Kierkegaard, Barth o Bonhoeffer, son  algunos de los geniales teólogos que ha dado la Reforma. Muchas de sus ideas entroncan, sin lugar a dudas, en ese fondo común del cristianismo que C. S. Lewis llamó Mero cristianismo, y que es compartido por las grandes denominaciones: católicos, ortodoxos, luteranos, anglicanos… Como católico, he encontrado luces e inspiración en estos teólogos reformados. Y también en  el primero de ellos, Martín Lutero.

En 1518, cuando las 95 tesis habían sido ya publicadas y conocidas por muchos, el superior agustino de Alemania convocó un Capítulo en la ciudad de Heidelberg. Allí acudieron representantes de todos los conventos de la Observancia alemana, entre ellos, el representante del convento de Wittenberg, Fr. Martín Lutero. Tocó a este último presentar la tradicional Disputa (más que un debate, un diálogo sobre aspectos de teología), y a fin de evitar escándalos entre los frailes, Lutero presentó su Theologia crucis, donde están ya latentes muchas de sus ideas posteriores, la más famosa acaso, su doctrina de la justificación.

No se puede entender en qué consiste el esfuerzo de Lutero si no se comprende antes el foco polémico contra el que Lutero se alza. El objeto de su lucha no es otra cosa que una posible vivencia de la fe que centra la atención en el hombre y no en Dios, esto es, en la pretensión del hombre de justificarse, de aparecer justo ante Dios, en definitiva, de salvarse a sí mismo.

Esta tentación no exclusiva de la religión cristiana, consiste en creer que al hombre le basta con realizar cierto tipo de actos (actos considerados justos, ritos de purificación, actos de piedad, etc.) para ser santo e irreprochable ante la divinidad. Esta creencia se apoya en la lógica del mérito y el demérito, la lógica del karma. Los ataques a las indulgencias por parte de Lutero son ataques hacia un tipo fraudulento de vivir la relación del hombre con Dios y la forma misma de mirarse el hombre a sí mismo. Abre la posibilidad de convertir la religión en un comercio de cosas “espirituales”, que se resuelve en un trueque entre el hombre y Dios: yo realizo cierto tipo de actos y Dios me garantiza mi pureza, mi paz, mi salvación.

Las consecuencias religiosas de esto son nefastas: Dios queda a merced del hombre, que es capaz, en cierto sentido, de controlarlo (pues la ley del karma es mayor que el mismo Dios, y al hombre le basta con acatarla). Y la relación entre los hombres se complica, se produce una escisión entre puros e impuros, siendo además que esta pureza-impureza queda circunscrita al mundo de la apariencia (basta que alguien vea cómo obro, como cumplo o incumplo esa ley). Unos y otros nos volvemos jueces, nos miramos buscando detectar una mancha, una herida. Y al mismo tiempo y por lo mismo, nos retraemos o nos disfrazamos, escondiéndonos de la mirada inquisidora de los demás. ¿Y qué pasa con el hombre que un momento de sinceramiento, reconoce que no puede, que no llega a ese ideal de santidad-justeza ante Dios? Desespera. Si no puede acudir a Dios con su fragilidad, con su herida abierta ¿a quién acudirá?

Es contra esta manera de entender la vida cristiana contra lo que Lutero se rebela. Hay que decir, sin embargo, que no es ésta la doctrina que defiende la Iglesia Católica contra la cual el fraile rebelde dirige su voz. El mismo padre espiritual de su orden, San Agustín, luchó siglos antes contra la herejía que intentaba predicar esta lógica del mérito, llamada pelagiana en relación a su impulsor. Pero sí es cierto que la tentación de leer mal la dinámica de la fe y la gracia –olvidándose de Dios para centrarse en uno mismo– está siempre ahí, y él mismo, un monje agustino, la padeció.

La teología de la cruz que Lutero presenta en Heidelberg es la teología de quien desespera de sus propias fuerzas, de sus cualidades y virtudes, para fundar todas sus esperanzas en la Cruz de Cristo, cruz en la que Dios se esconde bajo el velo de las humillaciones y la fealdad, que encubren la belleza máxima de Quien se vacía absolutamente por amor. Vivir en el reconocimiento de la propia miseria e incapacidad de obrar en santidad, es vivir crucificado, “en la desnuda confianza de la misericordia de Dios”. Las paradojas de la fe que Lutero explota en muchos de sus textos se comprenden desde este punto, y es en algunos textos de San Pablo en donde encuentra un apoyo para su teología:

“Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste, crucificado.

También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor. 2, 1-5).

Donde no puedo seguir a Lutero es en la radicalización exclusivista de ciertos puntos doctrinales, que lo llevaron a tomar distancia grande con el Magisterio de la Iglesia. Y, aun reconociendo puntos en común con su teología, no puedo alegrarme de la Reforma al infligir ésta una herida terrible a la unidad de la Iglesia, que todavía hoy permanece abierta.

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Es verdad que la Iglesia Católica necesitaba una reforma, y en la misma época de Lutero –fuera de Alemania –esta reforma comenzaba a gestarse, en la obra humanista del cardenal Cisneros, la mística de Santa Teresa de Jesús o la espiritualidad de San Ignacio de Loyola.

Lo que sí puedo celebrar en esta conmemoración del V centenario, es la cercanía progresiva que poco a poco reconcilia a luteranos y católicos y cuyo signo sin duda es la Declaración Conjunta sobre la doctrina de la justificación firmada por representantes de ambas denominaciones el 31 de octubre de 1999.

Santiago Huvelle es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Sus interesen abarcan la fenomenología y el pensamiento de S. A. Kierkegaard. Padre de familia. Fumador de pipa.

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