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Punset: ¿el amor es un instinto de supervivencia?

En Amor y sexualidad/Asuntos sociales por

El divulgador científico Eduard Punset me resulta bárbaro en dos sentidos bien distintos de la expresión. ¡Bárbaro!, que diría un hermano argentino, por su inquietud intelectual, por su capacidad de sorpresa, por su afán de responder a las preguntas importantes de la vida –unas, por implicarnos existencialmente y, otras, por el placer de saber más– y por su capacidad para comunicar no tanto su saber, como sus ganas de aprender. Sin duda es de esas personas que alimenta la curiosidad intelectual de muchos otros y, en eso, veo a un compañero de viaje divertido, valiente, conversador y muy agradable.

Sin embargo, a veces tengo la impresión de que Punset es un bárbaro en el sentido orteguiano del término: un observador con anteojeras que cree que puede interpretar toda la realidad desde una mirada científica, que todo lo explica la física, la química, la fisiología, etc. Así, el hermoso camino que podemos iniciar con él no nos lleva, lamentablemente, a ningún sitio en el que merezca la pena quedarse demasiado tiempo. Cuando nos mira, podemos estar seguros de que no ve a una persona –un ser único e irrepetible, dotado de libertad y cuya dignidad remite a la ciudadanía divina–, sino a un individuo de la especie humana –un conjunto de fosfatos determinado por las leyes físicas–.

VIII Melopea Democresiana con el sociólogo Luis Gonzalo Díez.

Es verdad que no nos mira así porque nos quiera hacer de menos, pues tiene esa misma visión de sí mismo. Es capaz de decirnos con una sonrisa que «el alma es una actividad neuronal» o que «el amor es un instinto de supervivencia» y quedarse tan a gusto. De afirmaciones como esas podría concluirse –lejos de la intención de Punset, sin duda–,que unos cuantos procesos neuronales menos no importan mucho o que matar es una forma de amar, porque matamos para sobrevivir –nos queremos mucho– o para que sobrevivan otros.

Su mirada cientista quedó para mí nítidamente plasmada en sus respuestas a las preguntas de los lectores del Magazine que editaba El Mundo allá por 2008. A la pregunta «¿Qué hace falta para ser feliz?» responde, con esa seguridad que da la química, que: «Nadie había indagado ni reflexionado sobre un hecho tan sencillo como el de que hace falta tener la sensación de que controlas algo en tu vida para ser feliz». Añade: «Ahora sabemos otras cosas igualmente importantes que ignorábamos antes. Que mucho más que el dinero –cuando se ha superado el nivel mínimo de subsistencia– cuentan las relaciones de pareja». Termina su respuesta a los lectores: «¿Cómo pudimos vivir sin saber nada de todo esto que nos importaba tanto?».

Verdaderamente, su respuesta nos invita a pensar Punset nació ayer. Sólo en Aristóteles (hace ya más de 2000 años) quedan resueltas esas dos cuestiones. La necesidad de gobernar algo sobre tu propia vida aparece en sus éticas y su Política. O Punset no ha leído a Aristóteles, o le pareció que no era un tipo serio y que era absurdo hacerle caso hasta que la Ciencia, 23 siglos después, confirmara lo que aseguró el filósofo y se han encargado de vivir –sin necesidad de la ciencia moderna– millones de personas durante miles de generaciones.

Gracias a Dios, parece que hay verdades más allá de la Ciencia y que podemos asumir y ensayar vitalmente las respuestas de los filósofos sin necesidad de que la ciencia lo demuestre dentro de unos cuantos miles de años más. Entre otras cosas, porque si la felicidad es fruto de la química y no de nuestra libertad, no sé a qué esperamos para implantar supuestas utopías como La Naranja mecánica, Un mundo feliz o Gattaca. Mientras llega ese terrorífico mundo perfecto donde la vida se angosta de manos de la Ciencia, yo me quedo con los hombres libres, de alma irreductible, que cuando me miran demuestran mirar a un ser humano y cuando me quieren demuestran hacerlo sin pensar o calcular su supervivencia. Sólo con ese tipo de hombres podemos construir juntos ese lugar donde la vida se ensancha.

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  • Este artículo fue publicado originalmente en el blog Dialogical Creativity y es reproducido aquí con permiso de su autor.

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