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Viaje de ida y vuelta: del feminismo político al feminismo ético (I)

En Mujer y género por

Durante los últimos tiempos, la denominada ideología de género ha irrumpido como un torbellino y ha venido a instalarse en el corazón de los parlamentos, leyes y movimientos reivindicativos de medio planeta, para regocijo de unos y alarma de otros.

Palabras como patriarcado, género, dominación y emancipación, que provienen del ámbito del pensamiento, se han instalado en nuestras sociedades hasta volverse vocabulario de uso común.

Parece evidente, sin embargo, que la llegada de la ideología de género no ha sido uniforme y que existen ciertos ámbitos sociales que se resisten a adoptar los planteamientos de esta teoría, algo que choca con el hecho de que existe un consenso mayoritario sobre algunas cuestiones básicas, especialmente en lo que se refiere a la corriente feminista. Prácticamente todo el mundo se define como “feminista”, pero me atrevería a decir que una parte importante lo hace con la boca pequeña, sin identificarse con buena parte de las tesis de quienes hasta ahora han llevado la bandera del feminismo en las ágoras y los estrados de los movimientos sociales e instituciones políticas.

También llama la atención el hecho de que, pese a que desde hace años se han multiplicado los esfuerzos (y la inversión) para luchar contra ciertas actitudes que han sido denominadas como “machistas”, estas no solamente no han decrecido sino que en muchos casos están multiplicándose entre las generaciones más jóvenes. ¿Por qué esa división social? ¿Por qué no están dando resultado las políticas feministas? ¿Por qué el feminismo (canónico) solo parece calar entre la izquierda ideológica?

En este microensayo dirigimos la mirada a los movimientos estrictamente feministas, aquellos cuyo feminismo adquiere una dimensión puramente política, que realizan una lectura de la historia en clave de dominación masculina (patriarcado) y  luchan, por tanto, por la “emancipación” de la mujer frente a actitudes que le cosifican, le reducen o, en el peor de los casos, terminan por someterle a un régimen de violencia y, eventualmente, de muerte.

Creo que es razonable decir que la división que se ha producido en torno al feminismo no está tanto en sus fines como en un desacuerdo radical con el análisis del problema y con la explicación que se da del hecho de la violencia sobre la mujer (a nivel estructural y a nivel de las relaciones particulares). Por eso, uno de los puntos necesarios para confrontar ambas visiones consiste en tratar de entender en qué tradición intelectual se inserta el feminismo contemporáneo y por qué utiliza ciertos conceptos para decir lo que dice.

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El punto de partida: la actitud ilustrada

Cuando hablamos de “emancipación” estamos hablando, de manera casi invariable, de una perspectiva que entronca directamente con la tradición ilustrada. La Ilustración, con el sapere aude! (¡atrévete a saber!), pretendió emancipar a la razón de la tradición en la que desde hacía siglos se había cultivado de forma casi exclusiva: el ámbito religioso (dado que en el ámbito civil dicha tradición murió con el Imperio Romano).

Se trataba, en definitiva, de que los hombres y mujeres pudieran ser intelectualmente autónomos, adultos, y que su inserción en la sociedad no se realizara única y exclusivamente a través de la guía de las instituciones religiosas (algo que no necesariamente implica un ataque a la religión, aunque de hecho fuera la actitud más extendida con el tiempo).

Del tronco de la Ilustración (del que nacerían la Modernidad y su continuación, la Posmodernidad) nacerían varias ramas, entre las que nos interesa destacar algunas tesis de Nietzsche y algunas tesis de Marx, por considerarlas ingredientes fundamentales del caldo intelectual de donde surge buena parte de la articulación conceptual del feminismo contemporáneo.

(¡Ojo! hay quien puede decir que en la selección de estos dos autores hay una intención de desacreditar la vocación transversal del feminismo tachándolo de marxista. Nada más lejos de la realidad, como se verá a continuación. Ahora bien, sí es cierto que la preocupación por la igualdad entre hombres y mujeres ha sido durante mucho tiempo una reivindicación “de izquierdas” –por eso decía Mounier que “a menudo el espíritu se domicilia en la derecha pero reside en la izquierda”– y es razonable atribuir a este hecho una conexión entre la estructura del feminismo contemporáneo y las tesis de los autores más influyentes en el espacio político de la izquierda.)

De Nietzsche, nos interesa la tesis sobre la genealogía del saber. Su propuesta sobre el origen de los saberes consiste en afirmar que las verdades comúnmente aceptadas, las corrientes filosóficas, las proposiciones teológicas, etc. no nacen de manera alguna de una experiencia de la Verdad, sino que son fruto de las relaciones de poder históricas y son en realidad una forma de perpetuar la dominación.

De ahí que el “superhombre” (tesis emancipatoria) en su filosofía es aquel que es capaz de sustraerse del poder establecido y vivir conforme a su propio criterio. ¿Suena a una idea bastante parecida al pensamiento que guía el feminismo?

Las tesis de Nietzsche, de todos modos, no nos bastan para extraer una lectura que permita articular movimientos sociales. El superhombre de Nietzsche es un hombre solo ante el mundo y sin motivaciones particulares para actuar. Ese es el precio de la autonomía y de la ruptura con el orden del bien y el mal.

Nos interesa entonces recurrir a Marx por lo contrario: por su fertilidad como promotor de lecturas de la historia que permitan agrupar a los hombres (proletarios y burgueses / progresistas y reaccionarios/ opresores y oprimidos) y articular programas de lucha para provocar un cambio a nivel social.

En lo que nos ocupa, la diferencia entre uno y otro, Nietzsche y Marx, puede resumirse en que si ambos parten de una intención emancipatoria, Marx se dirige no al interior del hombre (que es particular) sino a su exterior, a las condiciones materiales de su existencia (que son comunes) como son el reparto del capital, la estructura social, el sistema de trabajo, la teoría económica y, en último término, los instrumentos políticos, religiosos y culturales al servicio de aquellos. Marx cree ver en todo ello (como Nietzsche en cierta manera) una estructura de dominación.

El hombre como sujeto producido

Cuando hablamos de las formas sociales, de las ideas mayoritarias, de las creencias e incluso de la manera de consumir y de entretenerse como “estructuras de dominación”, que es como se plantean en el ámbito del pensamiento marxista (en comunión parcial con el pensamiento nietzscheano), de lo que estamos hablando es de la capacidad de estas formas de vida y de pensamiento para “producir” sujetos (personas) hechos a la medida de los fines de dicha sociedad (y, por lo tanto, en cierta manera subyugados y explotados).

Es una idea muy extendida, por ejemplo, que el sistema educativo en lugar de liberar encadena y reduce las expectativas a la elección de una profesión. Desde el marxismo se analiza y se contemplan todas las prácticas socialmente extendidas (no solo la educación) como formas de adhesión a un tipo de comunidad con unas relaciones de poder establecidas.

Para lo que nos interesa, en el pensamiento feminista este es exactamente el mecanismo que permite perpetuar las estructuras de dominación del hombre sobre la mujer. Según esta tesis, sería la estructura social (el reparto de la identidad y función de los dos “géneros”, masculino y femenino) la que inocula el “virus” del machismo en las cabezas de los hombres que, programados de esta manera, reproducen a título particular la violencia que les es transmitida, perpetuando así la dominación.

Si nos quedamos aquí, en lo que he denominado feminismo político, para acentuar su dimensión social y externa a la persona, entenderemos que la lucha de esta manera de pensar se articule en la forma de una cierta “violencia” sobre las estructuras (Iglesia, economía y cultura) y la inercia de la sociedad, principalmente ejerciendo una discriminación positiva que se mantenga hasta corregir la tendencia “machista”.

Ahora bien, este tipo de feminismo, que es el que se ha instalado como referente en nuestra sociedad, es también el que no ha conseguido calar en todos los ámbitos. Por ejemplo, no ha calado en aquellos sectores de población que no perciben una vinculación real de la economía, la religión u otras instituciones con la dominación sobre las mujeres; o que simplemente no entienden de qué manera una discriminación va a terminar con otra discriminación.

¿Significa esto, como se suele decir habitualmente, que estos sectores son principalmente “machistas” y están “alienados” por el sistema? ¿Es posible que el feminismo político tenga puntos ciegos que no se estén examinando?

Michel Foucault: pensar la resistencia

Para abordar esta cuestión, nos introduciremos en uno de los pensadores que en los tiempos recientes se ha dedicado a pensar con más profundidad y honradez las cuestiones que tratamos: Michel Foucault, pensador francés de la generación del 68, uno de los herederos más brillantes de Nietzsche, marxista en su primera época y homosexual (pedigrí conservador donde los haya).

Pues bien, después de una vida siguiendo este enfoque que hemos venido definiendo, Foucault publica en 1984 el segundo volumen de su Historia de la Sexualidad (moriría antes de publicar el tercero), en el que incluye un texto titulado Modificaciones (a su pensamiento) en el que da cuenta de un error que pondrá en jaque todo el esquema estructuralista que había abrazado hasta entonces.

Según reconoce, si bien es cierto que el conjunto de las prácticas, creencias, estructuras de una sociedad tienen cierta importancia en la configuración del sujeto, es un error inferir de ello que se trata, por tanto, de un sistema opresor que ejerza un dominio mediante la generación de sujetos a medida. La razón es simple: dicho planteamiento no explica de qué manera es posible que en una sociedad así se produzca el hecho constatable de la resistencia por parte de la ciudadanía.

Ahora bien, si la persona es algo más que un sujeto generado por la sociedad, ¿qué es? ¿De dónde nace esa fuerza capaz de actuar de forma crítica y abrazar o rechazar una forma social, convirtiéndose en cooperador o rebelde de la misma? ¿Puede que ahí esté parte de la clave de por qué en una misma sociedad, personas con las mismas creencias y prácticas adopten conductas distintas?

En la segunda parte de este microensayo abordaremos esas preguntas. (Segunda parte publicada el 2 de marzo 2017)

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