Si ahora mismo le preguntases a un amigo o familiar cuál cree que es la 2º industria más contaminante del planeta, muy pocos (o casi ninguno) acertarían con la sorprendente respuesta: la industria de la Moda.
El 24 de Abril de 2013 se produjo en Savar, India, el colapso de un edificio conocido como Rana Plaza. Entre sus paredes se albergaban multitud de fábricas de los mayores imperios textiles de hoy en día. Nombres de marcas que todos conocemos y que tenemos en nuestro armario. Los trabajadores alertaron a sus superiores y capataces del posible riesgo de derrumbe debido al mal estado del inmueble, pero nadie les escuchó, pues había algo más importante: seguir con la alta y barata productividad que allí se desempeñaba. La moda no descansa, y mucho menos el consumidor, pero la tragedia no tardó en llegar, y la muerte de 1,138 de sus trabajadores sacó los colores a una industria que hasta entonces miraba hacia otro lado cuando llegaba el turno de tirar del hilo y preguntarse: “¿Quién hace mi ropa?” Desde aquel momento el mundo ya no pudo hacer oídos sordos ante los cuerpos destrozados e historias de las personas que confeccionaban esas camisetas de 3 euros o ese vestido de 10 que te has comprado sin pensarlo demasiado.


Las condiciones de los trabajadores, la contaminación de hectáreas y hectáreas a lo largo del mundo por tintes, lejías y pesticidas e infinidad de injusticias laborales y éticas dejaron bien claro, a quien estuviera dispuesto a escuchar, que la ropa barata nunca lo es. Alguien siempre paga el precio. Cuando comento este tema ante algunas audiencias, a menudo surge un comentario, casi a la defensiva. Esa frase tímida, ese “pero es que yo no puedo permitirme una camiseta de lino orgánico de 60 euros” nunca tarda en salir, agazapada y esperando su momento. Lo cierto es que yo tampoco puedo permitirme una camiseta de 60 euros, sea de donde sea. Pero por suerte, hay muchas maneras en las que podemos aportar nuestro granito de arena a esta nueva frontera llamada sostenibilidad.
Quizás lo primero es desterrar prejuicios: la moda sostenible no es atarse a un árbol y vestir con ropa hecha de retales, colores estrafalarios o tejidos naturales prohibitivos para ciertos bolsillos. No. Moda sostenible son muchas cosas: utilizar la ropa que ya tenemos, reducir su cantidad (con bendición de Marie Kondo o no), aprender a arreglar, remendar, customizar, intecambiar la que no usemos entre amigos y familiares, heredar, y algo que España todavía parece que nos da un poco de cosita: rebuscar y maravillarse antes las posibilidades de las tiendas y mercadillos de 2º mano. Yo misma estuve durante todo el año 2016 sin comprar ropa, calzado ni accesorios a modo de experimento en una época en la que me sentía sobrepasada por el consumismo que me rodeaba (precisamente cuando más metida de lleno estaba en el lado más postureta de la moda) y para resumir un poco mi experiencia, os diré que me ha cambiado la vida.
Aunque no pueda permitirme muchas marcas ecológicas y sostenibles en mi armario, opto por rechazar comprar en tiendas fast-fashion (ropa barata producida de manera rápida y en masa por retailers en respuesta a las últimas tendencias) y de este modo no formar parte de esa narrativa consumista e inconsciente. Una narrativa alimentada por una sociedad que parece pensar muy poco el mensaje o el legado que quiere dejar a futuras generaciones. Solo hace falta poner en Youtube palabras como “Haul moda” y horrorizarse ante la cantidad de personas que comparten sus compras impulsivas y desproporcionadas antes sus fieles seguidores. Tras un rato viendo esos vídeos, recomiendo inocularse un poco de antídoto en forma de documental. El conocido The True Cost plantará la semilla de la duda (sana) en tu mente.
A día de hoy, cada céntimo que gastamos es un voto silencioso entregado a esta u otra causa, compañía o ideal. Tenemos mil alternativas sencillas para intentar hacer un mundo mejor a través de nuestras decisiones como consumidores, pero estamos demasiado acomodados y dormidos para intentarlo. Al igual que citaba Juan Manuel de Prada en su artículo “Guerra al plástico”, todo se reduce al hecho de que no queremos renunciar a todos nuestros privilegios, aun siendo conscientes de que muchos de ellos han llegado a nosotros de modo poco ético o pisoteando los derechos civiles de unos cuantos (muchos). Renunciar a nuestras jornadas maratonianas de shopping en el centro comercial significaría ahondar mucho más en los deseos e impulsos que nos hacen ser los consumidores que somos.
Y somos unos consumidores horribles. Hemos olvidado lo maravilloso del comercio local, de las tiendas de arreglos, de apostar por esas pequeñas marcas que quieren hacerlo bien y con ilusión, y en su lugar gastamos y gastamos en marcas textiles que poco bien le hacen al planeta y sus habitantes. Lo peor de todo es que parecemos no querer entender que el consumismo no nos beneficia en absoluto: gastar dinero en cosas que no necesitamos es esclavizarse para poder tener más dinero para poder seguir comprando más cosas, pedirle a las compañías que produzcan más, que creen más residuos…y mientras tanto seguiremos con poco dinero, sin capacidad de ahorro, con la casa a reventar de cosas que no necesitamos, deudas que nos atan a un trabajo que detestamos para poder pagarlas, pero ¡eh! al menos ya sabremos que ponernos este sábado. (Aunque lo más posible es que sigamos diciendo eso de “no tengo nada que ponerme”.) Por eso, iniciativas como Fashion Revolution o Make Smthing -esta última para luchar con creatividad y conciencia contra el Black Friday- son referentes para todos aquellos que creen en un modo diferente de entender la moda y el estilo.
Como estudiosa y apasionada que soy de la Historia de la Moda, a menudo pienso y me deleito en épocas pasadas. No hablo de remontarse siglos atrás -lo cual sería una delicia para mí, pero no es el momento-, sino de irnos realmente cerca: a la época de nuestras abuelas y bisabuelas. Tenían muchísima menos ropa que nosotros y sin embargo siempre iban impecables. Cuidaban, atesoraban, creaban y remendaban con amor y dedicación sus prendas que gracias a eso, ahora más de una tenemos en casa increíbles piezas (vintage para los entendidos) en nuestro armario que siguen en perfecto estado, por no hablar del valor estilístico, claro. Y yo me pregunto, pensando en el legado, una vez más: ¿qué prendas heredarán mis nietas? No creo que una camiseta comprada en un edificio mastodóntico de Gran Vía sobreviva varias décadas si no es capaz de salir de la lavadora sin pelotillas, desteñida o encogida.
Podría estar durante horas hablando de esto, pero una ya sabe que el periodo de atención de un lector es corto y valioso, de modo que terminaré con un sencillo consejo iniciático: Pensad en las 4 R’s: Rechaza, Reduce, Reusa y Recicla. Actúa como si lo que hicieras marcara la diferencia. Porque, ¿sabes que? Lo hace.

