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Miénteme mucho

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Hay veces en que no te basta con un cubata, ni con dos ni con tres. Son esas ocasiones en que todo lo percibes vedado para ti, en que cada paso que das parece tener menos sentido que el anterior y a cada palmo que avanzas, tu alrededor se derrite como una mantequilla al sol. Te has convertido en una gelatina nihilista que exhala suspiros sin cesar.

Es en esos momentos cuando acudes a lo que tengas a mano: la botella de Jack Daniels que haga olvidar tus malos recuerdos; el cigarrillo que acompañe la estética del drama; ‘La conquista de la felicidad’ de Bertrand Russell; algo de Khalil Gibran; unos versos de Pedro Salinas o Antonio Machado; puede que, en medio de tu desesperación, hasta recurras a los documentales de la 2.

O quizá alguien llegue y te dé un baño de realidad, como esos de los que habla el periodista Pedro Simón en su columna ‘Volver al pueblo’. Sin duda, nos ha pasado a todos. Tienes un día de mierda (justo a lo que me refería al principio pero sin tanta parafernalia) y te encuentras con alguien real, de carne y hueso, cuyo testimonio te sorprende y te hace pensar ‘¡pero seré gilipollas!’.

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En una ocasión me encontraba cabizbajo cuando topé de bruces con mi compañero de piso en la cocina. Parecía compungido. Le pregunté qué le pasaba y me contestó que problemas familiares. Al cabo de un rato terminó confesando que su madre había muerto de meningitis cuando tenía 15 años y ahora su padre se encontraba muy grave por un problema de riñones.

Se me encendió la bombillita, como nos pasa a todos en situaciones similares, y me dije a mí mismo: “Esto sí que es un drama, y no el mío. No me volveré a obsesionar con algo tan nimio. He aprendido la lección”. Pero en el fondo sabes que estás mintiendo. Que al día siguiente volverás al trabajo, te molestará algo y tropezarás con la misma piedra. Sin embargo, te engañarás a ti mismo una y otra vez.

La mentira es tan intrínseca al ser humano como el amor. La mentira nos completa, rellena esos huecos de imperfección que todos tenemos. ¿O hay alguien que no mienta en la primera cita? Las primeras citas son siempre terribles. Hay una incomodidad y una tensión en el ambiente que se puede cortar con un cuchillo. Y es que ser guay el 100% del tiempo es agotador.

Puede que las engañifas nos sirvan para escapar de los planes que no nos apetecen o de las personas que nos atosigan. También para obtener la absolución inmediata cuando te has mentido en un lío. Pero en el fondo su efecto es inocuo, la verdad siempre sale a la luz. A esa chica de la primera cita probablemente la hubieras gustado más si no sonases impostado. Tus amigos pueden entender que no quieras salir un día y tú mismo eres capaz de aceptar que por pasar un mal rato no sólo no pasa nada, sino que a veces resulta hasta necesario.

El engaño sólo se reserva un trono de oro en la narrativa. Cuentan que Valle Inclán gustaba de exagerar su vida y dar bola a todas las leyendas que surgían sobre su figura. Al fin y al cabo la mentira y la imaginación participan de mundos similares y bien lo sabía el padre del esperpento. No dejes que la verdad te estropee una buena historia, y menos una noche de copas.

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Escribo sobre empresas y política en Redacción Médica. También escribo columnas y artículos sobre cine y literatura en A la Contra y Democresía. Anteriormente pasé por el diario El Mundo, Radio Internacional, la agencia de comunicación 121PR y el consulado de España en Nueva York. Aprendiz de Humphrey Bogart y Han Solo y padre de dos hijos: 'Cresta, cazadora de cuero y la ausencia de ti' y 'El cine que cambió mi suerte'.

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