Cuando el maná bajó de la nube digital, todos quisieron probarlo. Los teclados y ratones ardieron de esperanza. La salvación se puso a un clic de distancia. Algunos peregrinos se apresuraron a poner velas en el Muro del dios Like. Otros se arrodillaron ante el altar de la gramática instantánea y le rogaron al paisaje polaroid. Y todos fueron felices, la salvación estaba a un clic de distancia.
La paloma faveadora se posó sobre los elegidos para que el pueblo errante tuviera alguien a quien seguir. Y la travesía por el ciberespacio se hizo ligera. El tierno hashtag se deshacía en la boca como un pan de vida eterna. La comunión diaria de los TT serenó los espíritus y devolvió la justicia a los humildes y pequeños. Y todos se mencionaron, la salvación estaba a un clic de distancia.


Los profetas escribieron los mandamientos de la auto-realización en las tablas de Tumblr y Posterous. Citas brillantes, algo de Lennon y una pizca de Confucio, la Verdad en una cápsula retocada. La buena nueva se extendió en un rumor incesante de RT´s emancipadores. Y todos danzaron, la salvación estaba a un clic de distancia.
La soledad de las alcobas se llenó con el abrazo de las pantallas. Los teléfonos inteligentes reverberaron las revelaciones cosmogónicas. El parpadeo incesante de la lucecita roja llamó a los oficios. Los pulgares vertiginosos dictaron el camino a la paz interior blogueada. Y todos aullaron, la salvación estaba a un clic de distancia.
[…] Una noche los teclados enmudecieron y los ratones balbucearon. Los clics se habían quedado cortos. Entonces todo el mundo pidió cuentas y exigió respuestas. Pero nadie contestó. Al apartar la vista de las pantallas, se miraron entre sí: todos eran microrredentores. No había nadie a quien reclamar.