Cuando no me ardía el trasero en el asiento de la facultad de periodismo era cuando un profesor se salía del tiesto para expresar una opinión, a mí modo de entender, fundamentada y léxicamente bien construida.
Es un error garrafal atribuir todas las muertes de mujeres en nuestro país a la violencia de género”.
He hablado, con el debido cuidado a las tetas y empujones de Femen, sobre este tema en corrillos selectos. Y no extraigo muchas más conclusiones que las personales.
Por encima de todo; Un hombre, como una mujer, mata.
No creo que el animal que decide liarse a planchazos con su mujer, en ese horripilante momento, se remonte a la Babilonia que “obligó” a las mujeres a prostituirse. Dudo que viaje al repudio farisaico que terminaba con piedra en cabeza de las mujeres que eran acusadas de adulterio. Permítanme “descreer” que ese monstruo hace un repaso mental de la historia del sufragio restrictivo del voto y participación de la mujer desde que la razón dio a luz en forma de “democracia” y concluya: “Todo esto está mal” y opte por terminar con los derechos y obligaciones de la “mujer que ama” a mamporros.
Un día, ese individuo, se levanta; con el alma desbordada de mierda, y dice: “La quiero matar y se acabó”… Le quería matar y se acabó.
Quede una cosa clara. La violencia de género, por sí misma, es una realidad execrable. Pero las razones que subyacen en el acto violento: como “la mayor fuerza del varón”, la misoginia que acampa entre los marginados sociales o los distintos psicotrópicos con los que se “anima” a cometer la salvajada son elementos que completan la acción de un tipo de muerte en concreto de un hombre hacia una mujer. Pero no son la causa única y definitiva de todos los casos de muerte de un hombre a una mujer.
Que los medios de comunicación atribuyan de forma sistemática la palabra “género” o “machista” a lo que es un asesinato, que no homicidio, es un posicionamiento ideológico asumido y digerido por la sociedad. Y eso está mal. Y hay que corregirlo.
Porque universalizar lo concreto de un asesinato, donde la cobardía y la desesperanza suele hacer que no queden ni verdugo ni víctima para contarlo, es atentar contra la inteligencia humana en sus estados más primitivos.
Tintar de ideología el drama de la muerte violenta es un juego de desenfoque, que aparta la vista sobre el verdadero drama. La gente se mata y normalmente por auténticas gilipolleces.
Hay que saber qué ocurrió, cómo ocurrió, en qué circunstancias y que sean las investigaciones policiales las que determinen si debe acompañar en ese caso, en ese asesinato en concreto, la palabra “género”. Porque no podemos crear una comunicación que permita incorporar adjetivos crapulosos cada vez que la tele nos avisa de lo que vecinos y familiares, con la sábana blanca de fondo, lucen con su rutinario mascar: “Jamás me lo habría esperado. Era un hombre muy tranquilo y trabajador”.
Los hombres matan a las mujeres. Los hombres matan a los hombres. Las mujeres matan a los hombres. Las mujeres matan a las mujeres. Las mujeres matan a los niños. Los niños matan a sus padres, abuelos, amigos, perros y hermanos.
El ser humano mata. Y si no, sueña con ello. Una o varias veces a lo largo de su vida (o al día). El resto del tiempo lo empeña en odiar o en buscar el amor y el perdón de esa natural y abominable ocurrencia o acto.
Centrémonos en qué momento la existencia del otro pasó a ser algo fácil de extirpar si el día le sale mal a la bestia. En como la vida, aun siendo más gozosa y aprovechable que nunca, vale para el mundo poco más de veinte copeicas. Un puñado de euros al mes, dice UNICEF en esta campaña de Navidad.
Salvemos vidas, empecemos por las palabras. Condenemos la muerte de un ser humano, no solamente a quien la perpetra. Quitemos el nombre que nos da la comodidad de usar nuestros mapas mentales para contestarnos: “La mató porque odiaba a las mujeres”.
No deleguemos únicamente el esfuerzo y salto de locura (ni siquiera equiparable a la desdicha del mismo Sísifo) que implica un perdón de corazón a quien ha perdido a un ser querido.
Que la sociedad civil repudie la muerte en sí misma y no tanto el género de ésta.