No es absurdo pensar que el coronavirus sea el gran revulsivo del sector educativo de los últimos cien años. La escuela y la institución del maestro apenas han cambiado respeto a otras entidades sociales como el hospital, pero esto puede cambiar con una rapidez inusitada. Podemos estar ante cambios no solo forzados por las circunstancias, sino por la aceleración de procesos que de otro modo hubieran tardado mucho más en materializarse.
Me parece que hay al menos tres realidades que, aunque independientes al COVID-19, están modificando el escenario educativo y que con esta crisis pueden ganar aún más protagonismo ¿Cuáles son?
En primer lugar, un mundo cada vez más incierto y en constante movimiento y transformación. Este ritmo tornadizo obliga a una formación que sea permanente a lo largo de nuestra vida. El mismo Objetivo de Desarrollo Sostenible nº 4 se centra en “promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”.
La segunda realidad, que parece que de forma definitiva se instala en nuestras vidas es el uso de las tecnologías. Ya antes de la actual crisis se nos hacía difícil pensar una educación sin internet y ordenadores, a estas alturas se nos hace simplemente imposible.
Finalmente, la tercera realidad se explica por la entrada de una multiplicidad de nuevas y, en muchos casos exitosas, experiencias formativas privadas. Sin ánimo de ser exhaustivos podemos subrayar tanto experiencias presenciales como los bootcamps (formaciones intensivas de varias semanas para aprender habilidades informáticas), o digitales como los moocs (cursos online dirigidos a millones de personas), además de experiencias más completas como thePowerMBA. Las iniciativas educativas son muchas, cada vez son más y potencialmente muy lucrativas. Te sugiero que simplemente busques en Google posibilidades de inversión en el mundo de la educación y verás a qué me refiero.
Es mucho lo que está pasando en poco tiempo y limitada nuestra capacidad de interiorizarlo. Durante años se pensó que las innovaciones en el campo educativo de nuestra época estarían básicamente relacionadas con los métodos; no obstante, la progresión explosiva de novedades en el campo educativo puede afectar también a la estructura del sistema educativo y al fin mismo de la educación. Me gustaría centrarme en tres transformaciones potenciales que la educación está viviendo o puede vivir en los próximos años.
El fin de la educación
La primera transformación se relaciona con “el fin de la educación”. El objeto de la educación es según el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos “el pleno desarrollo de la personalidad humana”. En la misma línea, en nuestra tradición filosófica autores como Kant o Arendt advertían que la educación era lo que permitía al hombre ser hombre. Un proceso de años conducido por la transmisión y el ahondamiento en nuestra realidad, hasta poseer el tiempo y contexto propios. La obsesión por los indicadores, así como la preeminencia del criterio de lo útil y de la educación skill-oriented están transformando el fin último de la educación. Buen ejemplo de ello es el curso de seis meses y 300 dólares lanzado por la Universidad Google que la misma empresa equiparará al de una carrera universitaria. El fin de la educación puede derivar en un objetivo menos elevado y menos costoso. Una educación dirigida a preparar a las personas para el desempeño de un trabajo, es decir, que en vez de preparar personas, prepare gagne-pains.
Las organizaciones educativas
La segunda transformación es sobre la estructura de las organizaciones. El espacio donde se ha realizado la educación en los últimos años se ha puesto en duda por vez primera de forma seria. Con el coronavirus la conveniencia de lugares físicos dedicados a la enseñanza donde se establezca contacto entre profesor y alumno y entre alumnos se ha puesto en tela de juicio. Si buscamos una educación dirigida a la empleabilidad y a lo útil la milenaria estructura universitaria pierde sentido. Como decía Quintana Paz hace unos días, ¿vale la pena cerrarse cuatro-cinco años, endeudarse incluso, en un campus lejos de casa para conseguir un trabajo? En la medida en que las entidades educativas justifiquen su existencia en base a la empleabilidad de sus estudiantes esta estará obligada a transformarse. El mencionado certificado Google comentado anteriormente interpela a todas las entidades educativas y no es anecdótico.
Los métodos educativos
La tercera transformación es sobre los métodos. Podríamos centrarnos en las innovaciones de tipo neurocientífico, pero la ruptura que me parece más significativa a nivel metodológico concierne la provisión de la educación. En parte por razones antropológicas, en parte por razones de practicidad, estamos pasando de un modelo de profesor-maestro, a profesor-acompañante. La figura del profesor como maestro, alguien que domine con maestría un área del conocimiento y la trasmite, sigue erosionándose. El profesor está dejando de ser el vértice imprescindible del proceso educativo, rompiendo así la importancia de la transmisión. Cada vez más, no decantamos por una educación basada en la evaluación de unos contenidos prefabricados –a menudo digitales– para facilitar la autodidáctica por parte del alumno. Frente a la lección maestra del sabio y la posterior interacción; pasamos a un modelo de contenido de asimilación rápida por el alumno, y la figura de un profesor-acompañante. La entrada de actores comerciales en el sector educativo, junto con la popularización de la educación a distancia puede agilizar este proceso.
En la esfera pública siguen ocupando gran parte de los debates del derecho a la educación algunas discusiones infecundas como la importancia de la titularidad pública de los centros educativos. Ciertamente los tiempos políticos son más lentos que la innovación educativa, y parece cada vez más difícil legislar una realidad que está cambiando a mayor velocidad que los límites permitidos por los trámites reglamentarios. Podríamos dejar de malgastar energías en problemáticas del siglo XIX y centrarnos en pensar cómo podemos garantizar que la educación siga siendo un derecho humano, no pensado exclusivamente en términos de accesibilidad, sino en términos del derecho que nos permite ser seres humanos.
El autor, Ignasi Grau, es director de la ONG educativa OIDEL, con estatuto consultivo ante la ONU, el Consejo de Europa y la UNESCO.