Se trata de un antiguo chiste para poner de relieve lo poco y mal que se habla inglés en España, incluso en una presunta academia de idiomas. Cuando el futuro alumno llama a la puerta de la academia de inglés, sale una empleada, y cuando el estudiante pregunta si donde ha llamado es el centro de enseñanza que busca, la empleada le invita a pasar diciéndole: “If, between”. (En vez de “Yes, come in”: “Sí, entre”).
El problema no es el desconocimiento del idioma inglés –la mitad de la población no lo conoce-, sino que son muchos los españoles, sobre todo los políticos, que sueltan palabras inglesas porque piensan que eso les da un aire moderno, y por eso dicen trendy para designar un restaurante de moda o cool para referirse a algo que les gusta. (Un dato que pone de relieve el desconocimiento del inglés entre los españoles es que de todos los presidentes de Gobierno que hemos tenido desde el comienzo del régimen democrático, hace 40 años, solo uno, Leopoldo Calvo Sotelo, hablaba inglés).
El usar términos ingleses sin que sea necesario es una mezcla de pedantería, un afán de estar a la moda y un complejo de inferioridad. Los que caen en ese vicio piensan que usar palabras inglesas es una cuestión de prestigio al disfrazar con palabras extranjeras objetos y acciones cotidianos. Suponen que no es lo mismo una caja de leche que un pack y que en un self service la comida es más abundante, aunque sea una comida light. Y que se puede adelgazar haciendo jogging o footing o practicar body fitness.
A veces, adoptar palabras inglesas produce curiosos cambios, y un nombre común, fashion (moda) se convierte en un adjetivo para calificar a alguien que está a la última (“Una chica muy fashion”). Y suena mejor ser single que ser soltero o formar parte del staff en vez de pertenecer a la plantilla de la empresa. O es preferible volar en una línea aérea low cost que en una línea aérea barata, aunque haya overbooking (es decir, que el avión esté lleno) y pagar cash en vez de pagar en efectivo.
Este fenómeno se ve incrementado en el terreno de las comunicaciones, de la tecnología, de la ciencia y del deporte, donde se puede hasta hacer puenting.
Es indudable que cada vez son más los que utilizan términos ingleses como si antes de descubrir esas palabras no hubieran existido otras en español que dicen lo mismo, y hablan del bullying para referirse a los matones, del backstage para hablar de lo que ocurre entre bastidores, de finger (en vez de pasarela), de loby (en lugar de grupo de presión), de deadline, del trending topic, prime time, spoiler, background, target, share… y un larguísimo etcétera.
Aunque a veces se producen hechos curiosos, como puso de relieve una encuesta en la que se preguntaba a los alumnos el significado de la palabra mobbing, y el 78 por ciento ignoraba que se refería al acoso moral. También es curioso y significativo que en España haya más anglicismos que en Iberoamérica, donde se habla de maestría cuando aquí se prefiere master, o de mercado cuando aquí se dice marketing.
Los pesimistas concluyen que desgraciadamente no nos queda más remedio que aceptar el nuevo léxico si no queremos estar offline, es decir, out.