Quien os escribe esto ha pensado en suicidarse pero no ha sabido cómo.
¿Cómo se suicida uno? Me parece que es una pregunta honesta. No por la casi improbable consecuencia -pocos hay capaces de apuntarse a la aventura- de acabar en el tenderete de Manoli, con lubina fresca en las encías; más bien, lo franco de la pregunta. Que es la estupidez que destila el necesitar Wikipedia hasta para quitarnos la vida.
¡Jimmy, apúntate esa para el siguiente correo!


Por lo tanto; como tonto contemporáneo, me apiltrafo en mi butaca de Ikea para deciros: estoy hasta los huevos de esta revista.
Sí, sí, que se acabó. Que ASÍ NO.
¿Por qué?
Porque no ha habido manera de que soltéis un puto euro para ayudarnos y yo no he sabido como engañar a gente rica para que confíe en un proyecto cultural y de diálogo.
“Joder, primera noticia de que necesitabais ayuda”.
Querido lector , quien te escribe es humano. Tiene necesidades fisiológicas muy variopintas y puntuales como un reloj.
Ya está. Me he quedado seco. Me voy a dormir.
(Y todo esto que dijo lo hizo y lo cumplió. Y se fue a mimir como un bebé. A sobarla de verdad, sin cosas raras de alarmistas jugueteros que aporrean teclas. Debajo de mi casa no hay una pescadería, sino un jardín plagado de minas Duncan y yo en realidad amo la vida y esas cosas).
Esta “cosa” está dedicado a porcino Vincent, por impulsarme al experimento sociológico después de que le colase en su cara un farol tan grande que llegó hasta exhalar un vapeo furioso en mis narices. Como un dictador africano constreñido el por bromazepam con lentejas de bote en una pensión de la Gran Vía. Sentado encima del taburete del cuarto de baño, con el secador encendido, secando sus zapatillas de andar por moqueta; fumando las horas y tirándose pedos mientras mantiene la mirada fija en una chicharra muerta en la ventana.
— “No sabía que tenían ese aspecto. Solo las escuchaba gritar ‘nos vamos a morir a la vuelta del verano'”.