El pasado sábado a las 22 horas, España se puso a aplaudir a España.
No era una iniciativa de una parte en reconocimiento de otra, aunque así fuera el llamado que circulaba por redes sociales, sino un reconocimiento de su soberanía que había encontrado una excusa para aunarse y dar aliento a quienes lo gastan cada minuto en atender a un igual.
El pueblo aplaudió coordinadamente porque el pueblo está compuesto de personas que son personas.
Algunos actos meritorios de los últimos días se están intentando camuflar como una acción política coordinada. ¡Qué lejos estamos de la verdad! De ser así, sería una manifestación visible de que la espontaneidad no puede ocupar su lugar en nuestro tiempo.
O lo que es lo mismo: que la grandeza debe seguir un protocolo.
¿Se les ocurre mayor atentado contra el sentido común?
Personas haciendo de personas. Eso fue lo que ocurrió el sábado. Nos hermanamos para gritar “¡Viva España!” y nunca ha tenido, en la historia reciente de muchos de nosotros, más valor y categoría de sentencia. Vivimos porque estamos llamados a vivir. Ejercicios de efusividad colectiva, de gritos politonales que piden amor, unidad y paz, es lo que hermana a las personas; que forman pueblo; que crean Nación.
No nos olvidemos de esto.