En defensa del turisteo

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Admitámoslo. La bohemia no tiene cabida hoy día en el mundo occidental y globalizado en que nos hallamos. Emular a Max Estrella o a los aventureros españoles que recorrían el mundo acompañados de una maleta y un poco de buena suerte se antoja imposible. Como mucho, seremos burgueses gozando de los privilegios exclusivos del nuevo milenio disfrazados de letraheridos o de cínicos del cine negro. Y nada de esto es malo.

Pero más allá de que la bohemia hoy día solo pervive como pose, hay otra razón que nos impide recuperar la magia e imprevisión de los viajes del pasado: el turismo. Pocas cosas molestan más a los intelectuales del siglo XXI que los turistas. Escritores, filósofos y librepensadores que desde su poltrona privilegiada acusan al turismo de haber profanado cientos de lugares que antes merecía la pena visitar.

Es cierto que escuchar acento madrileño allá donde vayas les quita romanticismo a las expediciones veraniegas, que la Fontana de Trevi pierde encanto rodeada de flashes o que doscientas personas haciéndose selfies al borde de los Acantilados de Moher es antiestético. Pero el turismo y los turistas son una buena noticia para estos tiempos y hay que darles la bienvenida.

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Las colas kilométricas para visitar la Alhambra de Granada o el museo del Prado significan que cada vez más personas pueden permitirse el lujo otrora exclusivo de nobles y burgueses de hacer turismo. Incluso en la época de crisis interminable en la que vivimos la gente hace esfuerzos y ahorra para poder desconectar, hacerse la foto de rigor en el monumento de turno, dar la vuelta a la ciudad en el autobús turístico, tocar las tetas de Molly Malone en Dublín o cualquiera de las costumbres del homo turísticus que tanto cabrea a los literatos.

Todo el mundo tiene derecho a hacer un paréntesis en su vida y visitar lo que le apetezca y permita su economía. Esa añoranza del pasado, ese romanticismo del que hacen gala tantas y tantas mentes brillantes de nuestra era es fruto de la enfermedad nostálgica que tarde o temprano nos afecta a todos. Pero es que esta nostalgia, como la mayoría, nace de un profundo error analítico. Por supuesto que se disfruta mejor un buffet libre si no lo tienes que compartir con cientos de personas, pero todos los libros que hayas publicado no te dan más derecho a degustar esos manjares que del que goza cualquier campesino.

El odio al turismo demuestra un germen egoísta, arrogante y pretencioso en aquellos intelectuales que pretenden hacer uso exclusivo de los monumentos y capitales europeas, como si hubieran sido agraciados por la mano de Midas. Esta forma de pensar esconde una actitud elitista inherente al ser humano, que prefiere estar por encima del otro, que a su lado. Pero se trata de un carácter contra el que se puede combatir poniéndose en el lugar del otro. Por lo que a mí respecta, bendito turismo, porque si hay muchos turistas significa que tal vez tengo la suerte de ser uno de ellos.

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Escribo sobre empresas y política en Redacción Médica. También escribo columnas y artículos sobre cine y literatura en A la Contra y Democresía. Anteriormente pasé por el diario El Mundo, Radio Internacional, la agencia de comunicación 121PR y el consulado de España en Nueva York. Aprendiz de Humphrey Bogart y Han Solo y padre de dos hijos: 'Cresta, cazadora de cuero y la ausencia de ti' y 'El cine que cambió mi suerte'.