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El Sínodo más polémico

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El Vaticano es tenido por mucha gente, dentro y fuera de la Iglesia, como círculo de estafadores, palestra de especuladores y pomposo escaparate, a la vez que fraudulento, de inacabables listas de pecados inimaginables; Sede Apostólica de intrigas de poder y ocultas diatribas más políticas que religiosas. O como refugio de mezquinos, relajados e indeseables de tez carmesí y cuernos de carnero, ardientes y fieros tridentes y lengua bífida. Al caso: hoy me trae sin cuidado la mucha gente y sus prejuicios, que no dejarán de serlo aun cuando estuvieren en muchos casos justificados.

No escribo para plegar mi razón sobre círculo alguno de preocupados o de iracundos, de izquierda o de derecha, ultraconservadores o ultraliberales; no es mi intención hacer apología de ideas ni sectarismos, alineándome sobre pensamiento alguno, sino llamar la atención sobre una realidad eclesial novedosa que amenaza para algunos y profetiza para otros. Realidad deprimente y alentadora simultáneamente para un único Cuerpo de Cristo que peregrina a la misma meta, dividido en una grave tensión dialéctica, en anárquico cáncer de cerebro, sobre una cuestión nuclear para la vida de los fieles y la integridad y coherencia de la Tradición recibida de Cristo: el matrimonio.

Johan Bonny

No es necesario, ni frente al más ateo si medianamente informado, recordar que la Iglesia considera, por un lado, el acto homosexual un acto contra natura e intrínsecamente malo, que lesiona personalmente a quien lo ejecuta, y por otro, el matrimonio como institución de derecho divino, es decir, legislada por Dios y que sólo Dios, por consiguiente, puede derogar. A estas alturas de siglo XXI, quien se atreva a afirmar lo contrario, con altísima probabilidad sólo busque persuasión, confusión y engaño para la feligresía católica más negligente, que atiende a cualquier comento ausente la más mínima credibilidad.

Sin embargo, por las razones que fueran en cada caso, nunca han sobrado voces institucionalmente autorizadas sosteniendo, apoyadas en una argumentación más o menos teológica, la postura radicalmente contraria, como en el caso de Johan Bonny, Obispo belga, partidario del reconocimiento de algunas uniones homosexuales, o el reciente del destacado cura polaco Krzysztof Charamsa, confeso gay con pareja estable.

Es bien cierto que hay razones para temer con hondura una vuelta de tuerca respecto a divorciados “recasados” y homosexuales en el Sínodo que comienza. No son desconocidas para los más puestos las enrevesadas y rompientes posiciones de una gran parte de la teología alemana, quizá la más destacada a nivel mundial junto con la italiana. Y existen ciertamente sospechas racionales sobre la opinión verdadera de posicionados e influyentes miembros de la curia, como Walter Kasper o Reinhard Marx, participantes muy activos durante las Asambleas extraordinarias ya conclusas. Kasper y Marx son sólo dos ejemplos de entre muchos de Cardenales y Obispos a los que se han enfrentado abiertamente y en varias ocasiones otros asimismo renombrados, como el Ilmo. Cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cargo que ocupara Joseph Ratzinger hasta su elección pontifical.

Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa, igualmente sospechoso de hereje para el bando por él juzgado rígido y tradicionalista, que también ha tenido sus diferencias públicas con la “postura inflexible de Müller”, ha tratado de abrir el Sínodo echando pelillos a la mar afirmando que no se puede presentar la asamblea episcopal como división de la Curia en bandos enfrentados, sino como amistoso diálogo en pos de la verdad, la misericordia, la moral y la santidad. Ya quisiéramos.

La realidad es bien distinta, mal que me pese: ancianos pastores de la Iglesia arrojándose puyas de esquina a esquina en la misma mesa redonda, no sin cierto deje colérico. Y no me pesan esas rencillas episcopales, matizo: el enfrentamiento es bueno si es para bien contra lo malo, y en ese sentido decía san Gregorio Nacianceno que la ira es intrumento de la virtud; lo que me pesa es que si hay rencillas es precisamente porque hay algo malo dado de hecho.

Mala es la postura conservadora, mala es la progresista o mala es la misma gresca de solideos por enfrentamiento estúpido, innecesario y meramente divisor; eso seguro, no cabe una cuarta alternativa. Sea como fuera, hay podredumbre tras las opacas puertas de esta Asamblea Sinodal, y eso debiera preocuparnos a todos los católicos y conminarnos a orar dolorosa y fervorosamente.

Los tradicionalistas neofascistas protestan contra un intento impío, o hasta diabólico, de cambiar la inmutable doctrina de la Iglesia, Tradición apostólica recibida de manos de Dios Uno y Trino; los rojazos relajados se defienden de tamañas acusaciones constatando, al menos en su literalidad con gran acierto, que un Sínodo no puede alterar el contenido de la fe cristiana y se refiere sólo a cuestiones de pastoral, al criterio a abordar frente a casos concretos de parejas de homosexuales o divorciados. Los torturadores franquistas del infierno exigen rigor y precisión en la articulación argumental, dejando a las claras la solicitud de la Iglesia por los pecadores a la vez que se despeja toda duda sobre su situación efectiva de pecado, de modo que no se posibilite el ulterior recurso de Obispos malintencionados, para justificar aberraciones, a la misma letra ambigua que defendieron en otro sentido; los laxos antievangélicos y enemigos del Dios verdadero ruegan comprensión y mano izquierda para quienes sufren terriblemente por su estado, y se apoyan en la ineficacia y dureza de recordar en todo momento al convaleciente su enfermedad.

Lo cierto es que debe rechazarse en el aula sinodal todo argumento, por actual que fuere, del tipo unamuniano: la razón es antivital y la vida es irracional. Es intolerable separar razón especulativa y razón práctica en el Magisterio de la Iglesia. La Iglesia proclama una verdad que se vive, no una verdad que se piensa; la pastoral es un criterio de misericordia que busca dirigir la vida a la verdad. Y así, por ser aspectos unitarios de la misma realidad, toda experiencia separada de la razón acaba “generando una nueva verdad”, como advierte el refrán patrio: “quien no vive como piensa acaba pensando como vive“. Una mala pastoral iría en paulatino menoscabo de la doctrina. Además de que se corre el riesgo de administrar el sacrosanto Cuerpo de Cristo, la Hostia, a una persona en estado de pecado, en terrible sacrilegio. No lo digo yo, sino el apóstol san Pablo, en 1 Co 11, 27 – 29: “Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo“.

La polémica está servida en una cuestión difícil y vital para la vida de la Iglesia, de cada uno de los fieles que la integran. Ni debemos pecar de laxos ni cerrar a cal y canto las puertas parroquiales a quienes sufren por su estado, a veces incorregible. Quizá sería bueno partir de una postura intermedia y autorizada, releyendo en clave de continuidad el número 84 de la Exhortación apostólica postsinodal (documento de idéntica naturaleza al futurible) Familiaris Consortio, de san Juan Pablo II, uno de cuyos párrafos pego a continuación:

La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo [el vínculo matrimonial], están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»“.

(@ChemaMedRiv) (Chema en Facebook) Grados en Filosofía y en Derecho; a un año de acabar el grado en Teología. Muy aficionado a la buena literatura (esa que se escribe con mayúscula). Me encanta escribir. Culé incorregible. Español.

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