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El lobo es un lobo para el lobo: problemática del derecho animal

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 “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” 

 Génesis 1:28

Hay en el pensamiento judeocristiano una visión del ser humano como el último horizonte de la Creación. A lo largo del Génesis la naturaleza es introducida primero como un derecho y después, tras el pecado original, como una obligación que preservar ejemplificada en el relato del Arca y el Diluvio. Dios hace responsable a Noé, por su condición racional -divina- de resguardar a la naturaleza bajo su constructo. Subyace la idea de que la razón hace al hombre el centro del orden natural, y por ello responsable de cobijarla dentro del arca de la razón.

La mentalidad posmoderna parece haber retomado esta tradición a través de diversas corrientes del ecologismo y animalismo. Observan igual que el Antiguo Testamento una inclinación perversa en el raciocinio, el primer mordisco del Pecado Original. Se denuncia el esquema antropocéntrico que según la razón nos coloca en la copa del árbol de las especies para someter a la naturaleza en nuestro provecho. La humanidad debe relegar el progreso en beneficio de un nuevo pacto con lo natural, un nuevo arca conque salvar la Tierra del próximo diluvio de lluvia ácida.

Desde la óptica de Darwin, Homo sapiens sapiens es un actor más como el resto dentro de un pasaje, la Evolución, entre muchos otros dentro de la obra coral que es la existencia. Su rasgo más genuino es el razonamiento, que tiene como función modificar el ecosistema para que este se adapte al sapiens y no al revés. Un sorprendente giro de guión, el desafío mítico de Prometeo contra Natura. No es de extrañar que la razón se relacione simbólicamente con el fuego y por extensión con la luz.

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De cualquier manera el ser humano no es el único ser vivo que realiza esta transformación, ¿o acaso es menos natural un rascacielos que un panal de abejas? Los panales, los nidos, las madrigueras y los rascacielos son reconstrucciones del medio natural a través del materiales naturales para un fin natural, la pervivencia de una especie.

El intelecto es en cierto modo una forma de alta depredación que nos coloca en la cúspide de la cadena trófica, pero eso no otorga el derecho a sentirnos en el centro de la existencia. Si preguntamos a un pájaro quién es el protagonista de la Creación, seguramente nos dirá que las aves, el ser pájaro que para eso inventó las alas. Dirá, quizás con más razón que nos nosotros, que volar les ha llevado a lo más alto. Y lo dicen porque entienden el mundo corporalmente a través de sus alas, como nosotros a través de la razón. Para las aves el vuelo es la medida de todas las cosas.

El raciocinio es una ventaja técnica como lo son las zarpas, las aletas o la fotosíntesis, que nos sitúa en puesto concreto de la pirámide. Pero valorar el puesto más alto como el más importante es un criterio arbitrario igual de ingenuo que considerar que la sabana esta hecha para el león solo por ser el cazador más grande. Simplemente ocupamos una vacante.

La paradoja nuclear del animalismo o del ecologismo ‘antropófugo’ es que al culpabilizar la acción humana asume necesariamente el antropocentrismo que otorga a nuestra especie un papel superior y paternalista sobre las demás

Cabe preguntarse entonces si los dientes del león le hacen responsable de su entorno, o si existe culpa en el hecho de ser un carnívoro depredador. Incriminar a la naturaleza por ser precisamente lo que es. Desde el darwinismo no existe ningún motivo para culpabilizar la actuación humana sobre el medio, ni mucho menos de otorgarle responsabilidad. ¿No es aquello que persiguen todas las especies, romper el formato de la evolución para imponerse sobre las otras para asegurar su permanencia?

La paradoja nuclear del animalismo o del ecologismo “antropófugo”- que no de todo el ecologismo – es que al culpabilizar la acción humana asume necesariamente el antropocentrismo que otorga a nuestra especie un papel superior y paternalista sobre las demás. El ejemplo más claro es la bienintencionada pero aberrante teoría del derecho animal.

Siguiendo la lógica interna del animalismo emergen preguntas evidentes:

  1. Si el ser humano no es el centro, ¿de dónde proviene su papel legislador de derechos animales? Si la respuesta es el intelecto -el sapiocentrismo- entonces el derecho animal es una herramienta imperialista de la especie humana, como si el lobo legislase el bosque por la ley de sus colmillos. Si por el contrario se debe al peaje o “ la culpa” derivada del impacto ecológico, esta es compartida con otras tantas especies como las langostas gregarias, los elefantes, las algas eutrofizantes o las propias células cancerígenas dentro del organismo.
  2. Si el derecho animal busca proteger las singularidades de cada forma de vida frente a los intereses del ser humano, ¿por qué existe un derecho animal común a todas las especies y no una declaración de derechos específica de cada especie? La discriminación binaria entre humanos y no humanos es, además de descaradamente antropocéntrica, caprichosa, e invisibiliza las necesidades de cada especie, ¿o es razonable aplicar los Derechos de la Marmota a las ballenas?

III. Al hilo de lo anterior, ¿qué sentido tiene que los derechos animales sean un pastiche de la declaración de derechos humanos? Frente a cuestionamientos incidentes como el derecho a la intimidad de las mascotas, ¿tienen acaso las demás especies las mismas necesidades que nosotros?. Otros seres vivos no tienen por qué organizar su sistema de valores en virtud de la dignidad, la libertad o el bienestar, si no de otras prioridades. En el caso de los salmones, por ejemplo, durante sus migraciones el bienestar físico se vuelve irrelevante en aras del éxito sexual. Dado que la dignidad o la libertad brotan de la autoconciencia, universalizar estos derechos es equivalente a que las aves gravasen sobre nosotros el derecho a la aerodinamia.

  1. ¿Qué cualidad común convierte a los animales en sujeto de derecho?. En materia de dignidad, esta sólo puede ejercerse bajo la autoconciencia, por lo que los derechos deberían restringirse a primates, cetáceos y otras especies concretas de mamíferos. Como la autoconciencia es una cualidad gradual, estos derechos deberían escalonarse. Si el derecho procede de la capacidad de sufrimiento, como argumenta el teórico Peter Singer (Animal liberation), lo cierto es que esta capacidad no es exclusiva de los animales; las plantas y demás seres en escala evolutiva descendente hasta el nivel unicelular demuestran cambios metabólicos y químicos de respuesta al estrés indicativos de sufrimiento “no neural”.
  2. Si la razón del derecho del animal es su valor intrínseco como actor de la naturaleza, ¿no deberían redactarse también los derechos de las plantas, hongos, bacterias y más aún de las rocas, ríos o fenómenos meteorológicos y biomas en tanto en cuanto son partes igualmente integrantes de la naturaleza?
  3. Si los derechos y responsabilidades animales no pueden ser ejercidos por sus destinatarios, ¿no se convierten inmediatamente en privilegios? Tergiversando a Orwell: todos los animales son iguales, pero unos más iguales que otros.

Todas estas disquisiciones absurdas tienen por objetivo, además del entretenimiento perturbado del autor, poner de relieve la verdadera pregunta relevante al respecto, formulada por Norbert Brieskorn: si nuestra cultura ya parte de principios éticos basados en el respeto a la vida animal, y que además son refrendados por nuestra legislación, ¿cual es la necesidad entonces de imponer una declaración de derecho paralela? Todas estas preguntas hablan de una mentalidad que lejos de desmontar el modelo antropocéntrico, intenta antropomorfizar a los animales a nuestra imagen y semejanza, embutiéndolos en modelos ideológicos humanos que vulneran lo esencial de su especie. La intención puede ser en parte la de generar una justificación filosófica, nuevas tablas de la ley de una ideología que confronta humanos contra animales humanoides en una suerte de lucha de clases que da razón de ser a nuevas formas de activismo político, como los partidos animalistas. Se instrumentaliza la conciencia ecológica como herramienta de desunión que defina una nueva comunidad de votantes y otra de beneficiarios políticos.

Esto no significa que la protección de los ecosistemas ni la lucha por el bienestar animal no sean un objetivo deseable en nuestras sociedades, pero esto no pasa por imponer filosofías artificiosas ni por criminalizar a la especie humana, o negar su progreso. Ni Darwin, ni Marx ni el relativismo dan un respuesta eficaz a la problemática del ser humano frente al ecosistema.

Un apunte de valor de la no oficial Declaración Universal de Derechos del Animal de 1977 declara: “Considerando que el respeto hacia los animales por el hombre está ligado al respeto de los hombres entre ellos mismos”. En este sentido, nuestra relación con la naturaleza debería inspirarse en cambio por el valor humanista y profundo que nosotros depositamos en ella. Debe ser respetada como regalo y patrimonio, desde la experiencia viva de asombro e infinita gratitud de compartirla, de formar parte de ella. El enfoque antropocéntrico no solo es positivo sino además inevitable. Siendo completamente natural y deseable el aprovechamiento de la vida animal, existe una frontera personal y no legislable que transgrede la dignidad ante uno mismo, reflejada en el trato a lo que es bello. Porque según decía Eastwood en Cazador blanco, corazón negro; “ Matar un elefante no es un delito, es un pecado”.

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