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Pro exámenes

En Educación por

Existe actualmente una gran controversia en torno a los exámenes en el ámbito académico. Por ello propongo una serie de reflexiones incipientes para comprender cuáles son las motivaciones más pestilentes que buscan la abolición del examen (también hay otras de suave fragancia, pero de esas no hablo) y para valorar qué consecuencias malignas podría tener dicha desaparición (quizá también haya consecuencias bondadosas, pero de esas no tengo noticia).

Espero que el aviso de marras sea suficiente para dejar claro que no pretendo agotar el tema ni tampoco tratarlo de forma exhaustiva. Dicho esto, sean malditos todos los comentarios al presente texto que no tengan en cuenta este aviso y que sus autores caigan en desgracia aún mayor que la que demuestran padecer, que no es otra que la incomprensión lectora.

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Vomitation of content

Algunos dicen que los exámenes sólo sirven para vomitar sobre el papel una materia que han memorizado. Quizá se refieren a que ellos y ellas sólo pueden afrontar un examen en semejante disposición. En cualquier caso, hace falta ser depravado intelectualmente para ir con tales intenciones a un examen.

En efecto, los exámenes así estudiados son poco fecundos. Ocurre que el objetivo de un examen no suele ser ese (la vomitona) sino la mostración serena de una serie de cosas en un formato y un tiempo limitado. Tanto el formato como el tiempo tienen su razón de ser según el asunto del examen en cuestión.

También sería interesante recordar la etimología latina del término “examen”, que remite a la recolección de la miel y, en el caso del examen académico, evoca la recogida de los frutos del estudio, no su expulsión indigesta. La diferencia entre el origen etimológico de la palabra “examen” y el significado vomitivo que algunas personas atribuyen al mismo concepto es semejante a la distinción entre cosechar y hacer de vientre.

Dificultades para entender qué es un examen

En los años de formación, incluyendo especialmente la etapa universitaria, puede exigirse al alumno que sepa exponer racionalmente la materia de estudio. El examen es una prueba más de: la capacidad de relacionar cada materia con el resto del saber, por un lado, y una cierta claridad de ideas (tanto en el contenido como en la forma) por otro; a eso se deberían dedicar los años de estudio.

Lo que ocurre es que a muchos alumnos no se les ha explicado el valor de un examen, ni del estudio, ni de nada; o quizá no lo quieren entender, o quizá han sido adiestrado para “no entender” en sentido estricto. Es probable que lo único que se pretenda sea capacitarles profesionalmente o, dicho de otra forma, enseñarse a ser esclavos. Sin embargo, se es mejor trabajador cuando uno ha sido educado como un hombre o una mujer libre.

Nos sobran pedagogos quecaminan sobre las aguas (lean ustedes este artículo sobre pedagogía y educación que firma Luis Gonzalo; gozarán cosa bárbara) y gurús en educación que con 19 años ya están de vuelta de todo y hablan como si los misterios más impenetrables se les hubieran revelado a ellos en exclusiva. Las denuncias provenientes de esta vehemencia transitoria también deben ser colocadas en el lugar que les corresponde si queremos afrontar la cuestión de los exámenes con el sosiego que reclama.

Fijémonos en el ámbito universitario.

Algunos se preguntan, sobre todo aludiendo a materias más técnicas o relativas al software, “¿Qué sentido tiene que me examine de estos asuntos si ya están en Internet?” Buena pregunta, tan buena como la siguiente: Si ese conocimiento está disponible gratuitamente en Internet, ¿por qué paga usted por estudiarlo en la universidad, sometiéndose al ritmo de la clase y a las limitaciones del profesor?

Allá va otra pregunta: ¿Por qué voy a contratarle a usted, que derrocha su propio dinero (o el de sus padres, o el de sus mecenas, o el de sus amantes, o el de sus apoderados) y su tiempo de esa manera, y no a otro que ha aprendido “en Internet”, demostrando mucha más inteligencia que usted? Para mi negocio prefiero al segundo, al que se busca la vida y no se queja ante la oportunidad de demostrar lo que sabe (por ejemplo, en un examen) sino que, más bien, está deseando lucirse sin importar el formato ni la ocasión.

¿De verdad se puede resolver cómo convivir con el misteriocon una búsqueda rápida en Google?

Mucho data, muy big y bastante big data

El argumento “ya está en Internet” puede llegar tan lejos que deslegitime prácticamente cualquier saber aprendido. Alguno declarará que en la universidad se enseña a manejar todo ese conocimiento o todos esos datos del ámbito concreto del saber correspondiente para que el alumno aprenda orientarse en la Amazonia de la información.

Yo respondo: Y se tarda… ¿cuatro años? ¿Realmente es tan difícil buscar información? ¿Cuatro años? ¿No bastaría con uno, como mucho?

Conozco a mucha gente (todo el que se lo proponga, en realidad) que no necesita estudiar ninguna carrera para buscar información con cierta solvencia.

En cualquier caso, si en el colegio y en la universidad se pretende formar a personas íntegras y capaces de generar un mundo mejor, precisamente porque ellos son mejores, ¿cómo voy a estar buscando en Internet constantemente cómo ser una persona de provecho en cada una de las situaciones de mi vida? ¿De verdad, cuando me asalte la duda sobre cómo convivir con el misterio, podré resolver tal cuestión con una búsqueda rápida en Google?

Para no ser Homo antecessors con wifi necesitamosprestar atención monográficamente a los diversos aspectos de la vida humana yhacerlo de muchas maneras: desde enfoques puramente experienciales, hasta otros que, por un instante, nos hacen adoptar el punto de vista de personas que han sabido vivir y pensar en profundidad (o, por lo menos, lo han intentado o han influido mucho en nuestro mundo).

Esa gente son Homero, Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona, pero también Albert Einstein o Karl Marx, entre otros muchos. Y por supuesto que las aportaciones de esta gente son materia de examen, pues “en ellos” los aspectos más fundamentales de nuestra existencia están en juego.

La espiritualización de la formación

Otros aseguran: “Si ya he entendido la materia, ¿por qué hacer un examen?” Si ya lo ha entendido, ¿por qué teme examinarse? Por lo siguiente: porque no quiere entenderlo hasta el punto de dar cuenta ordenada y rigurosa sobre ello o, dicho de otra forma, porque en realidad no es usted ni escolar ni universitario, porque su idea de la academia es la de una charla TED y usted es un pseudoescolar o pseudouniversitario de charla TED.

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Es delicioso escuchar las bravas a la par que delirantes intervenciones de un espiritualista de la formación. Te habla con una seguridad de hormigón armado, tan propia de los nescientes, cuando lo único que en él pudiera identificarse con el hormigón, o quizá con el cemento, es su rostro, duro como una dictadura asiática.

El compadre comienza a parlotear sobre lo que él dice creer haber entendido, eso sí, “con sus palabras”.

El resultado suele ser una declaración que da noticia del planeta mental que el sujeto visitó durante la exposición de la materia. Lo más trágico es que uno muchas veces no tiene la certeza de que éste fenómeno sea capaz de superar semejante estado cognoscitivo en algún momento de su vida útil. Se le ve tan seguro en su verbo y tan esquivo a la hora de alimentarse de algo que no sea su propio pienso.

Sobre aquello de explicar la lección “con mis propias palabras” quisiera apuntar una cosa más. Algunos de los que en el terreno académico se empeñan en explicarlo todo con sus palabras, en el desarrollo de esta gesta sin par, suelen mostrar consciente o inconscientemente no poco desprecio a siglos de duros trabajos que han conseguido aquilatar el vocabulario técnico gracias al cual pueden entenderse todos los que conversan sobre una materia determinada. Al igual que la cerámica de Talavera, las toneladas de soberbia que hay detrás de la verba mea no son cosa menor, o dicho de otra forma, son cosa mayor.

Los trabajos en grupo mal gestionados son la manera perfecta de allanar el camino para una sociedad colectivista

Los trabajos en grupo como “alternativa o remedio” del examen

El buen estudiante sale adelante con o sin exámenes. El mal estudiante, inserto (encerrado, diría yo) en el paradigma “yaestáeninternet”, sin embargo, logra “ir pasado” precisamente porque todo se diluye en: trabajos individuales casi imposibles de suspender debido al increíble nivel de subjetividad inherente a su concepción (he aquí una de las criaturas más horrendas paridas por verba mea); trabajos en grupo que sirven para quemar al personal y para que tanto la gente excelente como los bastardos académicos saquen una nota olvidable; etcétera.

Los trabajos en grupo mal gestionados son la manera perfecta de allanar el camino para una sociedad colectivista, donde los mejores son obligados a mantener a las sanguijuelas y donde el altruismo es una imposición (y, por lo tanto, deja de ser tal para tornarse en otra forma de alienación).

Incontables bellacos intentan comer los tarros del personal con la mandanga de que el trabajo en grupo enseña a trabajar en equipo (algo muy importante en los trabajos de hoy en día porque bla, bla, bla). Eso no es necesariamente verdad; es más, los trabajos en grupo pueden contribuir a todo lo contrario.

Lo que ayuda a trabajar en grupo es crecer en humanidad, no unas técnicas o unas experiencias que no por el mero hecho de ser experimentadas enseñan algo. La experiencia no es un grado: la experiencia es una experiencia y la reflexión preclara sobre ella pudiera ser un grado.

Pareciera que antes las personas trabajaban por su cuenta. Todos. ¿Saben ustedes? Antes todos iban a lo suyo. Cada uno iba por su cuenta. Uno se ponía a trabajar y tiraba millas hasta que moría reventado de tanto trabajar sin contacto con ser alguno. Nadie hablaba con nadie, ni había equipos humanos, ni proveedores, ni nada de nada.

Se buscan discípulos maduros

He aquí una idea que prácticamente no he escuchado ni leído a nadie (habré leído poco, no lo duden): si las relaciones que establecemos en los aspectos más fundamentales de nuestra vida (especialmente los familiares, concretamente el vínculo matrimonial) están sujetas a los cambios más radicales por el mero hecho de que sentimos o dejamos de sentir cosas, no por mucho hacer trabajos en grupo se enseñará a alguien el valor de la fidelidad: ni a un proyecto, ni a un equipo humano, ni a una persona, ni a nada.

Concebimos nuestro tiempo de familia, amigos y comunidad de ocio tan desvinculado del tiempo del negocio que nos hemos creído que realmente una dinámica en el aula (o mediatizada por el trabajo de aula) enseña más y mejor a trabajar en grupo que unos padres que se quieren. Nada enseña más a vivir que ese amor que nos precede y que marca el camino para absolutamente todo.

Me alucina profundamente la candidez de tantas personas, ya sea del ámbito de la educación como de fuera de él, que cuando escuchan que el Plan Bolonia (hablo ahora de la universidad) tiene más trabajos en grupos y proyectos, etc., declaran con entusiasmo que eso está muy bien, que qué interesante.

Sinceramente, para sacar partido a Bolonia es imprescindible precisamente lo que hoy falta tanto: alumnos maduros, rara avis.

Madurar es vivir en larealidad, es dar a las cosas la importancia que tienen (como nos ayuda a verMiguel-Ángel Martí). Y la realidad es que constantemente estamos sometidos a pruebas de todo tipo. La primera de ellas es la prueba de nuestra vida: ¿estoy buscando la felicidad a través de los medios proporcionados a su consecución? Pero existen otras muchas.

El examen, por lo menosparcialmente, nos pone en nuestro sitio y nos demuestra de lo que somos capacesmás allá de los sentimientos y las elucubraciones cerebrales supersónicas. Para elaborar un hábito de juicio saludable necesitamos aportar a nuestra conciencia datos e impresiones que no siempre estén generados por ella misma (me refiero ala conciencia).

Nunca podremos escapar el examen: unos nos examinan constantemente (aunque no nos digan la nota), otros hacen lo propio cuando superamos etapas de la vida y casi todos se entregarán a ello cuando ya no estemos aquí y no podamos reclamar la nota que creemos merecer, ni tampoco sea posible pedir una segunda corrección.

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