Diógenes Laercio cuenta que Heráclito fue sorprendido un día por los efesios mientras jugaba con unos niños en el templo de Diana. Me pregunto si no iría allí el sabio a buscar el Logos en la risa de los niños. Una risa que es la prueba más irrefutable del milagro del ser.
¿Qué es la risa? Para no caer en la tentación de de-construir la risa del adulto –tan afectado en todos los órdenes por la cultura que absorbe con el paso del tiempo –vamos a detenernos en la primera risa, que no es la del niño ni la del recién nacido, sino la del bebé que ha pasado ya del año pero que todavía no articula palabra que no sea “mamá”, “papá” o “popó”.
Para concretar: quiero detenerme a considerar la risa de Macarena, una risa tan imposible de desobedecer como aquellos Misterios de los que habla el piloto de El Principito; una risa que me hace zambullirme pletórico en el ridículo de perseguirla a cuatro patas emitiendo sonidos que intentan imitar el ladrido de un perro.
La risa de Macarena –un año y cuatro meses– ilumina el lugar allí donde acontece. Porque es un acontecimiento, siempre nuevo, genuino, novedoso. Es lo contrario del dolor y el mal que oscurecen la mirada de quien lo padece.
La risa del primer año de vida habla de otra cosa, habla de sentido y de esperanza, apunta como una flecha a lo que hay de bueno y bello en el mundo. ¿Quién le negará su fuerza de gravedad? No hay más que ver cómo atrae todas las miradas y despierta todas las expectativas en los adultos que están alrededor.
¿De qué nos habla esa risa tan simple y directa como una herida? El hecho de que la risa se dé en el contexto del juego – no sólo, aunque sí de forma privilegiada– nos habla de la profundidad del aspecto lúdico de nuestra vida, y por qué no decirlo, de la existencia humana.
Si me faltan respuestas a todo lo que “dice” la risa de mi hija me falta todavía más el acabar de formularme las preguntas que me suscita
Allí, en el juego, es donde más se empeña el niño pequeño en estar. Allí dialoga sin palabras, aprende y crece. A todo le encuentra el niño pequeño su costado lúdico.
Cualquiera que se ponga delante de un bebé y su plato de comida lo sabe. Cada vez que arroja la chuchara al suelo y espera que alguien la recoja, o cuando se pone a esconder los trozos de comida, o simplemente a acumularlos en un montoncito.
Es sorprendente lo rápido que comprende un bebé los “rituales” del día a día: comer, jugar, bañarse, irse a la cama. En el juego y el ritual, Macarena participa activamente de la vida, entra en diálogo, sin escatimar nada. Porque –he aquí el milagro, la realidad (todo aquello que me rodea) responde, habla, tiene iniciativa y me invita a beber de su fuente y a nadar en ella. La risa es la expresión agradecida de quien sencillamente comprueba que se le extiende una invitación a participar del juego.
Si me faltan respuestas a todo lo que “dice” la risa de mi hija me falta todavía más el acabar de formularme las preguntas que me suscita. Espero estar atento a la llegada de estas preguntas que sin duda coloco entre las más importantes de mi vida. Mientras tanto, me preparo para devenir en perro o en sapo, ahora que oigo los pasos de mi mujer que llega a casa con la niña.