Últimamente, cada vez que entro a Twitter, tengo sensaciones escatológicas.
Me da la sensación, igual que en los collages propagandistas de los años veinte, que eran una calamidad para convencer a los de un bando ideológico de las perversiones del otro, que estamos siendo fustigados por aforismos de tres al cuarto; arrastrados por una corriente de almohadillas, tendencias y artículos de pacotilla que solamente engrosan el ruido colectivo y nos vuelven cada vez más lelos por el exceso de información irrelevante.
Pablo d´Ors escribió un librito con Siruela llamado “Biografía del Silencio”. La obra, casi un decálogo para aprender a estarse callado, trata de inspirar la soledad y el recogimiento.
Si pienso en un perfecto antagonista, es, junto a los infernales silbidos de Whatsapp, la red social del pájaro azul.
Y es precisamente en ésta por donde viaja en buena parte el caudal informativo de nuestro tiempo.
Los periodistas, esa especie en extinción a cuyos recién licenciados acompaña la solitaria durante sus primeros años de carrera, han encontrado en el trabajo como gestores de comunidades -por no usar el anglicismo peyorativo- una oportunidad de vencer el hambre, aunque sin aspavientos. En tres de cada tres ofertas relacionadas con titulados en periodismo, lo que se les pide no es objetividad, pensar con rigor, ser creativos o resolutivos en la búsqueda de grandes banderas como la verdad dentro de una historia sabrosa. Lo que se demanda es conocer los secretos técnicos de AdWords y Display para sacarle el mayor rédito económico a las arañas cibernéticas.
Técnicos comerciales de lo cuantitativo. Y lo cualitativo, para cuando estés la república dependiente de tu casa.
Esa es la dinámica enfermiza en la que le toca surfear a los informadores de nuestra era, llamados a su plena extinción en el momento en que las PYMES sepan gestionar su comunicación.
¿Quién requerirá de un intermediario sin formación especializada el día de mañana?
Las universidades, tan presentes en redes sociales, han de replantearse si seguir ordeñando a la vaca azul de la antigua burguesía española -o sea, a los padres- en favor de títulos académicos que no fomentan más que la desidia, el ostracismo laboral y el consiguiente volver a empezar con las terribles consecuencias, en términos de maduración craneal y espiritual, que supone para la generación Z.
Twitter es un vil reflejo de esta coyuntura. Tal vez sea momento de empezar a mirar a otro lado, a adquirir una actitud que nos permita volver a escuchar el silencio del que emanan todos los sonidos. Tal vez hoy sea buen momento para decidir estar menos informados y sentarse a ver las primeras hormigas voladoras vaticinar la temporada primaveral.

