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Parches emocionales para la soledad de los viejos

En Asuntos sociales/Bioética por

Una voz puede ser aguda, rasgada, firme, suave o chillona. Al emitirse, tiende a desvelar el sentir de quien la desprende. Una voz puede sugerir extrañeza o familiaridad, pero ante todo, la palabra pronunciada resulta siempre nueva, resucitada para nombrar la realidad de las cosas, provocar un encuentro o aliarse con el desafecto. La voz, en acto, remite al instante presente.

 A propósito de este atributo tan característico, se acaba de desarrollar un dispositivo para recordar a los ancianos que viven solos la toma de pastillas o las citas médicas. El funcionamiento se basa en el uso de mensajes de voz programados a modo de alarma y la particularidad reside en que la voz neutra del asistente virtual se sustituye por la del nieto. La medida busca aumentar la motivación de los mayores para realizar esas pequeñas acciones.

He de confesar que, tras un brevísimo asombro por la tecnología, me ha invadido cierto desasosiego. Sin dudar del buen propósito de los impulsores de la idea, la propuesta del cuidado en diferido no es muy alentadora. Paradójicamente, parece que los remedios para atajar la soledad en la vejez recurren a soluciones sintéticas que, lejos de favorecer el redescubrimiento de esta etapa de la vida, contribuyen a reducir la implicación humana en ella.

De forma gradual, vamos aceptando que las llamadas y la presencia física puedan remplazarse por sucedáneos asépticos. Forzamos el sentido común hasta convencernos de que la repetición mecánica y constante de una voz allegada puede ser mejor que otra ajena. Como si así se eliminase el eco que inevitablemente generan las estancias solitarias, faltas de otra piel. Una grabación reiterada, por familiar que pueda resultar, difícilmente podrá rescatar a quien la escucha de la monotonía y el desabrigo. Tampoco podrá reemplazar la palabra que nace de los avatares y acontecimientos de cada día, pues este invento excluye los matices y las variaciones de tono que tanto revelan sobre el trascurrir de la jornada. Con la técnica también se pierde la respuesta pues el aparato nunca se alimentará de réplicas o expresiones.

Cabría preguntarse a quién reporta más sensación de atención este tipo de artilugios, si al anciano que recibe tales modernidades o a aquel que delega y se apoya en ellas. ¿No se trata, de alguna forma, de un paliativo de conciencias? ¿No contribuyen a disminuir nuestro compromiso?

Quizás estos “avances” nos hagan reparar en que el problema no es que el abuelo descuide las pastillas o se dirija a la consulta en un día equivocado. Más bien, reside en que nosotros olvidemos la oportunidad de vida que se nos ofrece en mitad de una situación de dependencia. En definitiva, la mayor tragedia es ignorar el rescate que puede suponer para nosotros – devotos de la autosuficiencia- saborear la entrega. Dejar por un instante nuestra apretadísima agenda para acompasarnos a otros ritmos.

La tecnología no resultará tan útil si elimina la posibilidad cotidiana de dirigirse a otro como “abuelo”, si se convierte en oportunidad para ocultar la necesidad de compartir que todos tenemos. Mejor una soledad evidente, capaz de sacudir corazones, a una cercanía ilusoria. Mejor ser testigos de la existencia que declina para enfrentarse cara a cara a la pregunta por la vida, para entender que la vejez no constituye una etapa estéril, desvinculada de las demás. Mejor atrevernos a buscar una dignidad que nazca del ser mismo y no de sus logros, por mucho vértigo que nos suscite dejar atrás nuestra valorada productividad e independencia envueltas en una piel tersa.

Decía Romano Guardini en “Las etapas de la vida” que “los cuidados que se dispensan al débil protegen al fuerte mismo. Cuando comprende la necesidad de ayuda del anciano y en atención a él modera su propia impaciencia vital, se ve protegido de muchas cosas que podrían hacerle caer”.

En efecto, la relevancia e interés del cuidado son recíprocos. Si sospechásemos mínimamente cómo puede ordenar la propia vida una presencia cercana que nos reclama, las medidas serían bien distintas. Menos técnicas, más humanas.

El tiempo que empleo en el Periodismo y las Relaciones Internacionales esconde inquietud, un deseo de búsqueda, profundidad y encuentro. Soy algo intensa. Me apasiona conversar, contar historias, abrazar lo ordinario y querer lo extraordinario. Persigo los detalles y la poesía.

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