“Todos somos Francia”, “Todos somos París”, “#NotInMyName”, “#PrayForTheWorld” y ponte una bandera francesa en la foto de perfil de Facebook, lanza una proclama contra el terrorismo en Twitter, firma una campaña en Change.org y, a continuación, grábate cantando ‘La Marsellesa’.
Quienes pecamos de cínicos no podemos evitar la tentación de echar al carro de las habituales manifestaciones de cursilería generalizada la cantidad de banderolas de Francia que pueblan hoy los perfiles de Facebook. Es casi como si fuera parte de una obligación social, una muestra de buen gusto, demostrar lo muy unido que uno está a las víctimas de la masacre desde el sillón de casa.
Y, sin embargo, algo me dice que si el artículo terminara aquí estaría siendo injusto, me estaría equivocando. Bueno, hay algo cierto: las recogidas de firmas para pedirle al líder del DAESH que dejara de matar niños cristianos nunca le llegaron…
Pero, más allá de eso y del hecho de que a las familias de los fallecidos les importe un comino si sales a la calle vestido de ‘La libertad guiando al pueblo’ o si te quedas en silencio meditando acerca de lo ocurrido, lo cierto es que hacer visible el dolor y la indignación ante “lo intolerable” no solamente es probablemente fruto de una necesidad antropológica sino que es signo de una sociedad que todavía está viva.
Los signos, las banderas, los himnos no son solo adornos que se agitan en las manifestaciones y en los actos oficiales. La diferencia entre que usted y yo nos volquemos en una manifestación de “solidaridad” (que en realidad es con-pasión) con las víctimas –aunque sea en las redes sociales y no en la calle– o guardemos la “compostura” no es solamente una cuestión de emotividad desbordada.
Dijo Michel Foucault (en ‘La experiencia moral y social de los polacos no puede ser borrada’) que solo la experiencia de lo intolerable es capaz de convertir en pueblo a quienes eran solamente grupo. Que es en estos momentos, cuando la indignación, el horror y el desasosiego se hacen evidentes, cuando se hace patente también aquello por lo que vale la pena unirse al otro.
Ahora bien, para que eso sea posible es necesario que suceda ese “salir afuera” de la propia individualidad. Un salir que, efectivamente, no se traduce en una ayuda real hacia quienes han sufrido en sus carnes la masacre, porque tiene que ver más con la adhesión personal a una comunidad mediante un signo. La bandera francesa se ha convertido estos días en un punto de encuentro en el que podemos reconocernos todos.
Les confieso que solo desde esta perspectiva soy capaz de tragar según qué cosas (son ustedes bastante cursis). Lo que sí que ya no paso son las críticas de los sepulcros blanqueados que atacan a quienes levantan la bandera de Francia en sus perfiles en redes sociales: “¿Por qué te pones la bandera de Francia y no la de la conchinchina? ¿Por qué te quedabas callado cuando atacaban en un país lejano? ¿Es que los otros no importan porque son pobres? Eres un eurocentrista asqueroso…”
Habría que preguntarles a los hipócritas que atacan a estos si lloran igual a la propia abuela fallecida que a la del libanés, siendo ambas iguales en dignidad ante los ojos de Dios. Y es que el propio dolor es a menudo una oportunidad para que comparezcan los afectos. Así como la bandera de un país cuelga muerta de asco en la mayoría de actos oficiales en tiempos de paz, es en momentos como estos cuando se convierte en punto de encuentro.
Puede que los franceses nos tengan rencor porque les ganamos el Eurobasket, pero hoy nadie duda de que españoles y franceses somos hermanos y de que Europa es real. Jesús no lloró en el Evangelio la muerte de un desconocido, lloró la de su amigo Lázaro, y de él pudieron decir los que lo vieron “¡Cuánto le quería!”.
Por mucho que “Todos somos Francia” suene a lema vacío, puede que tengáis razón: en el fondo (aunque solo queramos darnos cuenta en días como estos), somos un poco franceses y ellos son un poco nuestros. La dinámica del amor es inevitablemente la de preferir, la de escoger, mientras que un amor que es independiente de quién es el amado no es amor es ideología.
La preferencia por los franceses, el sentimiento de cercanía, es una muestra de afecto que en nada desmerece a todas las víctimas del mundo. Al contrario, solamente porque amamos a quienes nos son cercanos somos capaces de acercarnos a la comprensión del sufrimiento de quienes nos son lejanos.
Otras perspectivas sobre los atentados de París:
- ‘Protagonistas de la Historia‘, por Yara García Ramos
- ‘Silencio, s’il vous plaît”…‘, por Chema Medina
- ‘Condenados a vivir juntos‘, por Ignacio Pou