Desde hace casi cuarenta años, la llegada de la primavera genera un extraño binomio. A la venta estacional de corticoides en las farmacias se le suma la aparición del hit del verano.
Este evento se cuela como el fundamentalismo en una sociedad de iletrados. Esto es: sin prisa, pero sin pausa. Una serie de contorsiones y meneos imposibles te van cercando. Primero, en Facebook. Después, en What´s App. Y por último con los niños de la urbanización con el móvil a todo trapo.
Cabe señalar que esta primavera hemos llegado a la sofisticación de lo zafio, a la cumbre de lo cutre. Y todo gracias al Chombo, que son su último éxito, “Dame tu cosita”, ha conseguido que una criatura deliberadamente asexuada requiera tu genitalidad en oración imperativa.


La teledirigida y siempre benevolente audiencia ponderaban el fugaz pero intenso éxito musical de los artistas. Ahora, sin embargo, lo miden los challenge, que no es otra cosa que un montón de humanos dedicando esfuerzos físicos, temporales e intelectuales para reproducir los pasos de un alien. Cuanto más calcado esté el movimiento, peor vayas vestido o más carne muestres, más caliente estará tu contador de visitas y más probabilidades tienes de ser incorporado a las impresiones o valoraciones de algún YouTuber profesional. Lo que en paralelismos arcaicos sería aparecer abriendo el telediario.
Para los que deseen tener una hoja de ruta para relacionarse con el hit veraniego, aquí van tres opciones.
La primera es sumarse a la ola. Dejarse llevar y echar un vídeo al aire. Estos son los que le fían a Google el derecho al olvido cuando las canas se muestren menos tolerantes con el ridículo propio y ajeno.
La segunda es enfrentarse a esta ramificación de la industria musical. Hacerse fuerte y jurarse a uno mismo que no prestará sus oídos a esas melodías repetitivas y adictivas. Claro. Esta opción solo vale para aquellos que decidan irse de retiro espiritual todo el verano a un monasterio de carmelitas descalzos. Porque si tu órgano auditivo está sano, sabes que será imposible eludir la melodía.
Y queda la tercera opción, quizás la más bizarra, que es sublimar lo que ocurre en ese esperpéntico vídeo que acumula 315 millones de reproducciones en tan solo un mes.
¿Qué pasa si “la cosa” me quiere decir algo elevado? ¿qué ocurre si considero que existe un poder simbólico e integrador en el bicho, que en mitad del desierto me pide algo más que imitarle? ¿Y si el monstruo está pidiendo un abrazo a su manera rumbera?
Estas especulaciones, igual de disparatadas que ponerse a bailar frente a un smartphone buscando un no sé qué de vanidad, las debe tener en cuenta El Chombo, padre de la criatura. Debe saber que existe una remota posibilidad de que alguien opte por esta tercera vía y haga trascender al bicho. Porque estamos los perplejos, que ante este mundo que se fagocita con dieta de memes, tergiversamos a Javier Krahe y decimos: “no todo va a ser darte mi cosita”.