Hace quince años la televisión era el medio “más completo” para promocionar tu negocio o empresa. Por aquel entonces ni gobierno ni entidades financieras habían tenido la necesidad de crear a los emprendedores; eufemismo para parados de larga duración o jóvenes sin recursos dispuestos a un 18% de interés anual con tal de justificar su inestable situación laboral en las comidas familiares y con los colegas de promoción.
Ocurría, pues, que la televisión, durante unos segundos, tenía la capacidad de colocar tu publicidad en millones de hogares al mismo tiempo. Grandes y medianas empresas hacían apuestas de muchos ceros esperando generar un impacto lo suficientemente importante como para justificar el desembolso.


Responsables de marketing de aquella época, especialmente de empresas medianas que se anunciaban en la televisión regional de turno, iban a los supermercados o a las oficinas de las agencias de viajes de incógnito. Querían ver –como el voyeur adolescente de Elite– qué tal había funcionado el asunto. Y solían volverse contentos a su despacho, que no agencia. Y su cliente pensaba en una nueva forma de gastarse más dinero, que no en rentabilizarlo, para salir más tiempo en televisión.
Era sabido y por ello caían todos en las mieles del comercial de medios, que, si ponían en su escaparate o furgonetas el “anunciado en TV”, el proyecto desprendería un olor a éxito incontestable.
— Porque salir en televisión, Manolo, es jugar en otra liga.
Así funcionaba entonces.
Hoy,tras el empobrecimiento del país, el panorama ha cambiado significativamente.La gente -también los empresarios ahora llamados emprendedores- presumen de no tener televisión en casa. El prestigio está en los premios, en los certificados de calidad, en colarse y caer de pie encima de algún hashtag.
Las nuevas tecnologías han ido ordeñando a la vaca cósmica de Seth Godin hasta la hipersegmentación publicitaria más salvaje. Ya ni los consejos de Jeff Jarvis aplican. Todo va deprisa. Las campañas se autofagocitan con la siguiente promoción,con los turrones derritiéndose en un octubre a 27 grados hasta antes de ayer.
Este ritmo que nos impusieron los tirantes y corbatas de las Torres de Chamartín viene a indicar lo que Bauman denominó crono-sociología. Somos individuos cuya ausencia de lazos con los demás, en una cultura del presente absoluto,parece indicar que sólo importa la velocidad y la eficacia.
Sifracasas, te levantas. Si te endeudas, lo intentas las veces que puedas. Total.Tú lo vales y que nadie te diga lo contrario.
Aprender a fracasar y vencer a la purpurina de Hollywood pasa por reconocer que quizás no todos somos especiales
Ya nadie hipoteca a su familia -al menos no en el cinturón empresarial de las grandes urbes- para dar con el jingle definitivo para “Transportes García S.A.” El que se da un piñazo económico tiene cursos TED patrocinados por su resucitador, el business ángel que Sabina llamaba escualo con fax.
Entonces, ante una quiebra, reconocías el fallo, tu familia se endeudaba por ti y tú te dedicabas a otra cosa.
Aprender a fracasar y vencer a la purpurina de Hollywood pasa por reconocer que quizás no todos somos especiales, que quizás no todos merecemos esa cuota de protagonismo que esperábamos y que se nos prometió en nuestras escuelas de posgrado.
Quizás, merezcamos una cura de humildad en la era de los trolls y de saber recular y reconocer que existe un cuello de botella muy estrecho para salir en prime time a dar tu opinión, enseñar el bebé que hay en tus entrañas o vender tu marca personal como si tu único valor fuera ese: la marca y no la persona y su herencia.
Ojalá que esta noche, entre gin tonics y camomilas, podamos darles algo de esta pedagogía a los vendehúmos de hoy que, todavía, si echas un vistazo a su cuenta de Twitter o a su perfil de LinkedIn aparece lo de “anunciado en Televisión”.

