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Qué asunto tan feo…

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Qué asunto tan feo el del juicio a Rita Maestre y Héctor Meleiro. Pinta muy mal. Una vez que Carlos Osoro decide perdonar públicamente la ofensa, el hecho de que Alternativa Española y el Centro de Estudios Tomás Moro decidan seguir adelante con las acusaciones es arriesgado. No sabría señalar si este empeño se trata de un acto carismático, o algo de cierta intrascendencia, o uno de esos hechos que en su pequeñez acaban explicando y anticipando hechos ulteriores mucho más determinantes. Quién sabe si dolorosamente determinantes.

Se abre paréntesis. Los movimientos de la Iglesia, tanto en su forma jerárquica como en sus otras formas (no me refiero a eso que se llama “cristianos de base”, que no existe) deben ser llevados a cabo tras mucha reflexión, como todo. La Iglesia debe estar atenta a lo que el filósofo Julián Marías insinúa en su texto “Un tranvía llamado razón”. Vivimos en una época donde la irracionalidad se expande con rapidez. La irracionalidad de nuestros días es tremendamente seductora y ha hecho morada casi en todas partes. Lo irracional se palpa en nuestros días con una fisicidad que rivaliza con la del mismo asfalto. Cada vez más discursos y costumbres se cimientan sobre alguna de sus formas. Se cierra paréntesis.

El juicio en sí, el de los violentos pacifistas, es para perder la fe hasta en el bicarbonato. ¡Cómo tratan los abogados a los llamados a declarar y a los imputados! ¡Cómo pasan del tema los declarantes y en qué incoherencias caen! ¡Cómo se comporta el público (a veces)! Entre los católicos llamados a declarar tampoco he visto gran elocuencia ni palabras certeras. Pienso especialmente en las preguntas que ofrecían una cierta posibilidad de profundizar más allá de hechos documentales: los conceptos de violencia, ofensa, hostilidad, etc. Sólo una declaración me ha dejado un poco satisfecho (lo que sigue no es textual): la ofensa es al Dios en el que creemos los cristianos y en esa medida nos ofende a nosotros, el problema es que desde fuera de la fe esto no se entiende.  

Me pareció acertada la declaración de una joven que nos hace entre ver el ambientazo de la Facultad de Ciencias Políticas en Somoaguas. Esta muchacha estaba en la capilla durante el asalto. Le preguntan: “¿Sintió usted miedo?”. Responde: “¡Hombre!, después de cinco años en la facultad, ¡no!”. A continuación declaró que sintió algo de temor al pensar que la protesta se les podría haber ido de las manos a los participantes.   

Lo que realmente da qué pensar son las respuestas que dan los acusados y sus camaradas ideológicos. Le preguntan a Héctor Meleiro si ese acto en la capilla es un ataque a la libertad religiosa. Su respuesta es para echarse a temblar: “No sé, no creo que sea yo quien deba decidir eso”. “Flipa, tronco. Fli-pa” (el último entrecomillado es mío). Los que dicen esto son los que acusan a otros de dogmáticos. Estos son los que más vivamente piden que otro -un Pablo Manuel por ejemplo- les fabrique multitud de dogmas a los que aferrarse para no pensar. En realidad, están sedientos de dogmas, pero no genuinamente cristianos. 

Querido lector, saque usted sus propias conclusiones, pues usted sí es quién para valorar este argumento-cagarruta. Eso sí, lea y estudie un poco antes de dictar sentencia. No haga como Héctor, que tras su cobardía intelectual públicamente declarada, asegura, como respuesta a una pregunta, que no era ni es conocedor ni del Derecho Canónico ni de los dogmas de la Iglesia Católica. Eso sí, cree, afirma, que, en conciencia, ese acto no debiera ofender los sentimientos religiosos de los católicos presentes, a pesar de no tener ni la más remota idea de en qué se fundan dichos sentimientos.

Luego está la típica declarante cínica que dispara su frase de película, “¡Oh, cielos! Señor fiscal, no recuerdo nada. ¡Oh! Eso ocurrió hace tanto… Ya lo he olvidado” (frases no textuales). La joven declaró algo así como: “Yo ya declaré en mi día lo que recordaba. Yo ya no me acuerdo”. En su declaración se mezclaba todo: si realmente recordaba o si no o si era procedente o no que respondiera a las preguntas o que si era conveniente que se acordara de lo que pasó o yo qué sé. Los técnicos del derecho se enzarzaron en una discusión sobre si era o no procedente que se acordase, que se dejase de acordar, que dijese o que dejase de decir. Aquello parecía una tertulia realizada por un amante del cine de Gus Van Sant. En fin, la verdad quedó, una vez más, en último lugar. “No me puedo acordar de tanto detalle”. Pues eso, la verdad, un detalle vano.

Sobre Rita Maestre, la que defiende que aquello fue una “protesta legítima y pacífica” (…) mejor poner unos puntos suspensivos. Hablemos de su flamante abogado, cuya honestidad brilló en la sala igual que una plasta de Nocilla en la oscuridad más absoluta. Le preguntó a una de esas testigos tan avispadas (me refiero a las rezadoras) si esas frases fuera de contexto leídas en la capilla (suyos autores eran eclesiásticos pretéritos o escritores bíblicos) la ofendieron y la hicieron llorar. Este hombre o es un memo o es un malvado. Pareciera que una máquina muy primitiva realizase las preguntas. Alguien debería explicarle a este abogado qué significa la palabra “contexto”.

La suprema ignorancia sobre la propia tradición, cultura e identidad que sobrevuela en las mentes de la parte acusada es una auténtica vergüenza. ¿Qué vas a reivindicar de una cultura o tradición que no conoces, que no vives, aunque sea la tuya? ¿Cómo explicarles que la libertad religiosa es uno de esos derechos fundamentales que ellos dicen respetar por encima de todo? ¿Cómo explicarles que no hay libertad ni derecho que pueda ejercerse de manera absoluta? ¿Qué vas a esclarecer de un acto cuya naturaleza ignoras? No se sabe qué es la violencia. René Girard, ruega por nosotros y por aquellos cuyo pensamiento está tan elaborado como las bolas chinas que reivindican.

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