Vox, un partido inevitable
De VOX, el nuevo partido de la derecha española, se puede decir que es inevitable. Poco más.
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Sigue leyendoLa España que madruga para comprar el pan e ir a misa, la que acude a los toros siempre que puede y a la que, si le metes un poco el dedo, te dice “¡viva el rey!”, en vez de “buenos días”, ha llenado este domingo el palacio de Vistalegre (en Madrid). Convocadas por Vox, miles de personas han acudido desde diversos puntos del país para pedir elecciones, para criticar a los medios de comunicación que no son afines y para pitar a Puigdemont.
Recientemente tuve la suerte de compartir copas con una voz autorizada de la izquierda- izquierda de nuestro país (y no me refiero al PSOE). En un momento, la conversación nos llevó a discutir sobre el hipotético trato que se otorgaría a una persona de profundas convicciones religiosas y conservadoras en un hogar de la nueva izquierda. Y, asimismo, cómo se recibiría a un activista LGTBI por parte de un diputado de VOX. Sigue leyendo
Nota del editor: Reaparecen en estas líneas dos viejos conocidos democresianos en un diálogo que acaso nunca haya tenido lugar pero que, por su interés, nos dignamos a reproducir. Se trata de una entrevista que el abominable Gregorio Samsa, responsable de algunas polémicas, como la que encendió al mismísimo Jorge Bustos, mantiene con otro personaje despreciable que figura entre nuestros colaboradores: don Ignatius Reilly Jr. Tras algún tiempo sin dejarse ver por estas páginas, nos afligen con una intervención conjunta que ofrecemos al lector para que haga con ella lo que juzgue conveniente.
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Ignatius, hace ya algún tiempo abandonaste la primera línea de fuego en esta batalla cultural, y somos muchos los que nos preguntamos: ¿por qué lo dejaste?
Hice números.
Sigue leyendoUna de las peores cosas de esta década de procés es cómo ha contaminado la ética y la estética de la protesta política. Hagan la prueba de sustituir mentalmente por esteladas las banderas españolas de las manifestaciones de algunos barrios madrileños. El paralelismo viene de lejos. (O de todo lo lejos que cabe en este paréntesis que ha detenido el tiempo).
Sigue leyendoSe nos ha hecho extrañamente familiar abrir (la ventana de) un periódico y encontrar análisis de la situación política nacional en clave guerracivilista. Como en el famoso epigrama de Ángel González, parece ya una perogrullada decir que la historia, como la morcilla, se hace con sangre y se repite. Ya saben, España es una herida sin cicatrizar y todo eso.
Queramos o no, basta dar una opinión sobre cualquier tema nimio para vernos emplazados en uno de los frentes de un gran conflicto que, al parecer, hará añicos el país. Los políticos, versados en las creencias del pueblo al que gobiernan, con una mano hacen desaparecer problemas acuciantes de nuestra realidad material y con la otra sacan conejos simbólicos que nos dividen en los hunos y los hotros. Al invocar la historia y hacerla pasar por el embudo de su discurso, creen, y con ellos nosotros, que la domeñan, ignorando que nuestra historia la escribirán los que nos sucedan.
Si bien la dialéctica guerracivilista se remonta, por lo menos, a los debates suscitados por la Ley de Memoria Histórica, la confrontación frentista sí que parece una novedad de esta legislatura. Paradójicamente, las dos citas de Manuel Azaña, que Pedro Sánchez mencionó en tono conciliador durante el debate de investidura, tienen más bien un tono funesto para el que conoce su contexto. La primera cita proviene del famoso discurso Paz, piedad y Perdón, pronunciado el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona, en la antesala de la Batalla del Ebro:
“Se comprobará una vez más lo que nunca debió ser desconocido por los que lo desconocieron: Que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo río“.
La segunda procede de una sesión de las Cortes, el 27 de mayo de 1932, que se centró en el proyecto de Estatuto de autonomía de Cataluña:
“Nadie tiene el derecho de monopolizar el patriotismo“.
Entre las dos citas median, por cierto, tres golpes de estado contra la joven República, entendida, como la entendía Azaña, como una democracia liberal: La Sanjurjada en 1932, la Revolución de 1934 y el último y definitivo comandado por Francisco Franco en 1936.
La maldición que nos determina a tropezar dos veces con la misma piedra puede ser exorcizada, según creemos, si conocemos los entresijos de la historia. No parece conveniente, por ejemplo, extraer citas ad hoc que contradigan el sentido general del párrafo o del texto. La cita de Sánchez sobre el patriotismo obvia, por ejemplo, que en el mismo párrafo Azaña advierte que las soluciones políticas, además de patrióticas, han de ser acertadas, y que dos soluciones patrióticas enfrentadas pueden ser igualmente erróneas. Sin embargo, eso no lo más importante si queremos conocer los hechos pasados tal como sucedieron y no como un refrito ideológico presentista. Lo fundamental, y más difícil, es que atribuir a los actores históricos, en sus textos y acciones dentro de sus circunstancias, el conocimiento de los acontecimientos posteriores, o los valores con los que hoy juzgamos el mundo, nos conducen a conclusiones históricas poco fiables, cuando no engañosas o directamente erróneas. Nadie sabe, tampoco Sánchez, cuando citó solemnemente a “don Manuel Azaña, presidente de la República”, ni los que lo censuraron, en qué frente se situaría Azaña en la paradójica “monarquía republicana” actual, tal como la describe Javier Cercas.
En la historicidad en la que están embebidos, ambos discursos son, indudablemente, ejemplos de la gran oratoria azañista, cuya hondura intelectual sería impensable en nuestro contexto de política de memes y pokemons identitarios. También son ejemplos de la desacertada visión política de su autor, pues ni en 1932 fue capaz de predecir la deriva nacionalista catalana en los siguientes años, ni en 1938 supo calibrar el grado de recrudecimiento de ambos bandos. No obstante, es en estos desaciertos, por los que la República se le fue a Azaña de las manos, en los que se vislumbran destellos de un patriotismo optimista y bienintencionado que nos invita a reflexionar y a aprender sobre los errores anteriores.
Como muestra, extraigo dos fragmentos de los discursos, sobre los que no me voy a detener para que cada lector extraiga sus propias conclusiones. En el discurso de 1932, cuando el autonomismo es una empresa nueva y, por lo tanto, no exenta de riesgos e incertidumbre, Azaña confía en que, del proceso de descentralización del poder, España saldrá fortalecida:
“[…] no se puede entender la autonomía, no se juzgarán jamás con acierto los problemas orgánicos de la autonomía, si no nos libramos de una preocupación: que las regiones autónomas –no digo Cataluña-, las regiones, después que tengan autonomía, no son el extranjero; son España, tan España como lo son hoy; quizá más, porque estarán más contentas”. Más adelante dirá que la forma más inteligente de entender la política es como “una tradición corregida por la razón”.
En el discurso de 1938, resulta asombroso, en el contexto fratricida en el que, recordemos, Azaña confiaba en la victoria militar, su tono conciliador, que no sólo no le quita carta de españolidad a los sublevados, sino que los retrata como las víctimas, junto a sus demás compatriotas, de un proceso colectivo ciego de odio y de destrucción:
“[…] la guerra actual no es una guerra contra el Gobierno, ni una guerra contra los gobiernos republicanos, ni siquiera una guerra contra un sistema político: es una guerra contra la nación española entera, incluso contra los propios fascistas, en cuanto españoles, porque será la nación entera, y ya está siendo, quien la sufra en su cuerpo y en su alma”.
En el conocido final del discurso, Azaña hablaría de la guerra como la oportunidad de dejar a un lado los ideales grandiosos y fundar un nuevo contrato social entre hombres libres de rencor.
Hasta aquí, tal vez he podido dar la idea de que le atribuyo a la historia un poder, al menos en potencia, salvífico. Nada más lejos de mi intención. Esto, no nos engañemos, no va de historia, sino de batalla de discursos, de ideología. Como Azaña en 1932 o 1938, nada sabemos del futuro que nos aguarda. Y lo que podamos adivinar, ayudados por el conocimiento del pasado, se revelará, previsiblemente, como un falso indicio de una forma u otra. Bastante ardua parece ya la tarea de sacar algo en claro del guirigay presente, como para hacer previsiones fiables sobre el futuro.
Una de las pocas certezas que tengo de este presente es, sin embargo, la necesidad de entender que, bajo la hojarasca de las políticas populistas y las dualidades míticas de izquierda y derecha, se esconde la grieta, verbalizada de manera explícita en el artículo 2 de la Constitución, entre dos concepciones diferentes del estado y de la nación, es decir, de la ciudadanía. Los pactos y alianzas del gobierno actual parecen apuntar a una nueva dinámica de frentes sobre cuyos resultados sólo podemos conjeturar, sobre todo porque ambos frentes, bajo su apariencia homogénea, esconden, a su vez, elementos disgregadores.
Por un lado, el frente de izquierdas, impulsado por una acción centrífuga, se orienta al desarrollo de una confederación asimétrica que se estructuraría en identidades regionalistas. Dicho proyecto promete el encaje de los separatistas en el estado mediante privilegios. El de derechas, por su parte, concentra sus fuerzas en el mantenimiento de la nación política española, fuertemente unida al sistema monárquico-parlamentario actual. En el primero, el estado es un administrador de las regiones, que en mayor o menor medida tienen voluntad nacionalista. En el segundo, el estado emana de la soberanía nacional, quedando las autonomías como instituciones regionales administradoras, sin menoscabo de sus identidades culturales (en este grupo las propuestas territoriales varían, desde el centralismo de Vox al autonomismo fuerte del PP gallego, por ejemplo).
Sin quererlo, volvemos a encontrarnos de bruces con un destino que ya estaba escrito desde el principio. Tal vez los padres de la Constitución, en su patriotismo optimista y bienintencionado, minusvaloraron que “el enemigo de un español es siempre otro español”. Eso también lo dijo Azaña.
Esta vez sí. Albert Rivera ha muerto políticamente después de trece años de esquelas que tuvieron que ser tiradas a la basura justo antes de ser publicadas. A unos pocos días de cumplir cuarenta años. La “nueva política” se ha cobrado su primera pieza. Es un ejemplo ilustrativo de su principal característica: la velocidad. Los ciclos se abren y se cierran en meses. Las situaciones no se asientan. El relato político consiste en una sucesión de giros que vuelcan por completo el panorama. La lógica de las series de televisión aplicada a la realidad. Convendría levantar el pie del acelerador. España merece una temporada serena dominada por la rutina.
Sigue leyendoHay un aspecto en el que Ciudadanos sí ha conseguido ocupar la posición del PP. Los de Rivera son, a día de hoy, el “nasty party”. La expresión fue acuñada en 2002 por la (todavía) actual primera ministro del Reino Unido, Theresa May. Aquí nos llegó en versión traducida por Esperanza Aguirre. En pleno apogeo pre-Irak del laborista Tony Blair, May quiso hacer ver a sus conmilitones (¡qué grandes palabras tiene nuestra lengua!) que los conservadores británicos no volverían a Downing Street mientras un número tan elevado de votantes les percibiera como un partido “desagradable”. (“Nasty” tiene varias acepciones, que van desde lo antipático a lo sucio y repugnante). La falta de atención a las minorías y la escasa empatía hacia los desfavorecidos estaban entre los motivos que expuso la dirigente.
Sigue leyendoUna de las características de los tiempos políticos actuales es la reformulación, al menos nominal, de los partidos. Las entidades que en su momento se hacían llamar “conservadoras” o “democristianas” llevan años oscilando entre la etiqueta “centro” o “centro derecha”, según el periodista con el que hable uno de sus representantes, o según la coyuntura que marquen las encuestas. En no pocas ocasiones, optan por asumir el letrero de “liberal”, a pesar de que se trate del mismo término que usan quienes aseguran ser el verdadero “centro”. En el caso de España, este idéntico traje es el que quieren lucir Partido Popular y Ciudadanos. E incluso varias corrientes dentro de Vox se asignan el derecho a emplear esta denominación de origen. De manera que, ¿cuál de los dos partidos, o cuál de los tres es el liberal? ¿O es que hay varias clases de liberales?
Sigue leyendoUn eurodiputado es un hombre o mujer, medio diputado. Lo esperable sería que su condición política, de alcance europeo, hiciera de estos políticos europeos unos representantes absolutamente imbricados en la representación de la opinión pública europea. Ésta es, hoy por hoy, inexistente, salvo quizá por los 20 millones de europeos que viven en otros países europeos distintos al suyo, los seguidores de la Champions y de Eurovisión.
Sigue leyendoSi hacemos un balance global de las elecciones municipales, autonómicas y europeas celebradas este pasado domingo, podemos consensuar sin duda la conclusión de que el PSOE ha sido el gran ganador de la noche, volviendo a revalidar la victoria que la dieron las urnas hace un mes, y la de que el PP sigue sufriendo un importante desgaste electoral provocado por el fraccionamiento del voto de centro-derecha.
Sigue leyendoNo ha habido ola populista ni soberanista en Europa. El extremismo de izquierdas sufre un importante retroceso en las elecciones municipales y autonómicas de España. Todavía es pronto para entonar un canto para despedir a los populares y los socialdemócratas, a las familias políticas tradicionales de la Unión Europea.
Sigue leyendoTodo discurso -sea deliberativo, forense o demostrativo- busca producir un movimiento de la inteligencia y eventualmente de la voluntad de los oyentes: que el público piense, quiera o haga lo que se les propone.
Sigue leyendoEl miedo es el hilo conductor de nuestra historia, desde la época de los grandes conflictos en Europa, las “guerras civiles de religión”, los conflictos de clases y la llamada guerra civil europea el siglo pasado, hasta nosotros y el renacimiento del nacionalismo, el llamado soberanismo y el racismo, denominados “supremacismo blanco”. Las situaciones que hemos creado, empezando por el Estado, son hijas del miedo, no de la confianza.
Sigue leyendoRefrescaba en la madrugada de Triana. Lo suficiente como para considerar un error de bulto el haber dejado media botella de Pata Negra en el coche para un después que nunca llegaría.
Sigue leyendoAfortunadamente la propuesta realizada por Vox en la precampaña electoral, para permitir un más fácil acceso a las armas de autodefensa personal, ha sido rechazada por la inmensa mayoría de la opinión publicada, queremos creer también que del público y por el resto de los partidos. Es un ejemplo extremo de creación de un conflicto artificial y de su utilización para captar la atención y ganar adeptos.
Sigue leyendoHay un selecto grupo de personas que, en nombre de la pureza, y defendiendo grandes ideales, renuncia a cualquier contacto con la realidad política, prefieren destruir lo que hay antes que aceptar medirse con las imperfecciones de lo posible. Ya sea porque consideran impura la realidad, o porque la condenan sin remedio, el caso es que descartan cualquier intervención sobre las cosas, tal y como están. Siguiendo esta actitud fuerzan a la realidad a obedecer a ley del “todo o nada”.
Sigue leyendoPues verán… ¿Qué quieren que les diga? A mí, el debate del lunes me decepcionó bastante. Sospechaba, visto lo visto, que iba a ocurrirme lo mismo con el debate del martes, pero no fue así. Cierto que el lunes hubo un claro ganador de la contienda, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, pero la realidad es que fue un debate decepcionante. No dejó de sorprenderme el modo en que Pablo Casado, candidato del PP, desaprovechó esa primera oportunidad ofreciendo una imagen excesivamente moderada en comparación con la que venía siendo su actitud durante la campaña electoral, cediendo todo el espacio de liderazgo de la derecha a Albert Rivera, quién al mismo tiempo que le robaba ese puesto a Casado hacía todo lo posible por distanciarse del corrillo de la derecha para posicionarse en el centro político.
Sigue leyendoEsta semana, el barómetro publicado por el CIS de Tezanos, con más de 16.000 encuestas realizadas en el pasado mes de marzo, otorga al PSOE una horquilla de entre 123 y 138 escaños. El PP estaría entre los 69 y 78 escaños, Unidas Podemos tendría entre 34 y 41 escaños, Ciudadanos 42-51 y Vox entre 29 y 37.
Sigue leyendoParece que Extremoduro, en su Ley Innata, profetizaba los anhelos de Abascal por colocarle a los “españoles de bien” un arma detrás del mostrador o en una cajita de Ikea en el altillo del armario de casa. Siguiendo la estela de la “doctrina castillo”, que hace unas semanas se aprobó en el parlamento italiano (queda la ratificación del Senado), todo apunta a que este tema, junto a otros escondidos en las catacumbas de la opinión pública, saldrán a la palestra en las próximas semanas. Señores, las reglas están cambiando.
¿Están condenados a la perpetua pugna recíproca poder y saber, poder y verdad? Veamos. Juicio primero: Hace no mucho tiempo, un rayo (simbólico) golpeó la columnata del Palacio de Herodes en Jerusalén. Un político debía decidir si actuaba conforme a la prosaica justicia -a la verdad- o aquietarse aquietando a la muchedumbre de unos metros más abajo. La tensión en este juicio era eléctrica.
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