La principal lógica de un sistema electoral con segunda vuelta es evitar una repetición de elecciones. O mejor dicho, evitar perder el tiempo de los políticos, de hacerselo perder a los ciudadanos evidenciando la bajeza de miras de los representantes públicos, y de reducir los costes de reorganizar toda la infrastructura electoral desde cero.
Publicamos a continuación el texto en español del Manifiesto de París redactado por una docena de intelectuales europeos de primera línea, entre los que destacan nombres como Robert Spaemann o Rémi Brague. Se trata de un análisis profundo y exhaustivo sobre la idea de Europa y las amenazas actuales para la identidad y la civilización europea, tanto desde el punto de vista de las ideologías como de los modos de gobierno, la deriva de la economía, la organización social, la inmigración y la educación.
La lista completa de autores, así como los intelectuales españoles que se han sumado al manifiesto, pueden consultarse al final de esta página. El documento original, en este enlace.Sigue leyendo
En el último mes y, de forma más evidente, en los últimos días, se habrán dado ustedes cuenta de que Podemos ha estrenado –como si se tratase del Dr. Ford en Westworld— una nueva narrativa política en torno a un vocablo que en los próximos meses cobrará mayor y mayor relevancia en la comunicación del partido: ‘la trama‘.
El pistoletazo de salida del nuevo discurso del partido ha tenido lugar este lunes, cuando Iglesias ha presentado –por aquello de perpetuar la campaña de Hazte Oír, incomprensiblemente– un nuevo autobús: el #TramaBUS. Sigue leyendo
Entre los múltiples motivos para no votar a la formación de Pablo Iglesias hay uno que, sorprendentemente, nunca se esgrime. Se habla del posible desastre económico, del caos social y de otros males propios del populismo. Pero Podemos también rinde un culto activo a la fealdad.
A primera vista, el criterio estético aplicado a la política podría parecer frívolo, cuando no irrelevante o reduccionista. Esto sería cierto si se tratara de un mal gusto espontáneo, pero ojo: estamos ante una práctica ensayada y perfeccionada de la fealdad. Sigue leyendo
La consultoría electoral persigue desesperadamente alcanzar el momento indicado en el que la opinión pública y el contexto responden positivamente a las acciones que los partidos y candidatos llevan a cabo. La demoscopia permite identificar aquellos temas que en la agenda pública y posibilita la realización de actividades alineadas con los intereses con mayor potencial electoral.
Hace no más de un año, tras el excelente inicio en una candidatura europea, las puertas de la Moncloa parecían abiertas al profesor y tertuliano devenido en político, Pablo Iglesias. La crisis y el desencanto de los españoles promovió el crecimiento exponencial de Podemos otorgándole 5 eurodiputados a tan sólo pocos meses de la creación del partido.
Durante toda la segunda mitad del año 2014 y la primera mitad de 2015, Podemos llegó a posicionarse como el segundo partido político en preferencia nacional (llegando incluso a convertirse en primera fuerza en las estimaciones durante los dos primeros meses de 2015). Hoy el panorama se ve diferente, siendo desplazado por el PSOE y por Ciudadanos en su carrera por convertirse en cabeza de la oposición y alternativa a un nuevo gobierno del Partido Popular. Sigue leyendo
Unos días antes de la cena de Nochebuena hablaba con mi padre sobre las diferencias que existen entre la Navidad que celebramos hoy y la que se celebraba tiempo atrás en este país. “Celebramos la navidad de los yanquis”, me decía, y es cierto. Los símbolos que en Europa nos recordaban el acontecimiento originario de la fe cristiana, han ido cediendo lentamente ante los nuevos idolillos del mercado. Así, ahora se celebran las “fiestas”, un tiempo de “magia, amistad y armonía”, escuchamos a Frank Sinatra y a María Carey, nos acostamos viendo películas románticas y nos trae regalos el bonachón patrocinador de Coca-Cola.
En los últimos tiempos ha ido cogiendo fuerza la idea de que existe un fenómeno llamado “ideología de género” que estaría haciéndose con el dominio cultural, mediático y, cada vez más, político de nuestra sociedad. Con ello se correría el riesgo de que dicha ideología se convierta en el pensamiento oficial del Estado, inaugurando una nueva era de totalitarismo.
Quienes ven esta amenaza a menudo parecen convencidos de que se trata de una nueva arma del marxismo cultural. Un mismo perro que vuelve con distinto collar para tratar de abolir el régimen de libertades en que se basan las democracias liberales. Sin embargo, esta visión prácticamente no nos dice nada acerca de dicha ideología y cuál es la cosmovisión en la que se asienta. Conocer estos rasgos es fundamental para analizar su proyecto político y su visión acerca del hombre. También es requisito para discutirlas, dado que no es posible refutar lo que no se alcanza a comprender.
El límite es aquello que define cualquier cosa, convirtiéndola en determinable. Si no lo hubiese, sería imposible comprenderla, como mucho podríamos intuirla pero, en ningún caso, dominarla. Así es lo infinito, lo eterno, el ser, el tiempo, lo omnipotente, la divinidad, la libertad y, antes que todo ello, la existencia humana.
Las preguntas fundamentales nos provocan crisis porque son, al fin y al cabo, indefinibles: ¿Qué es el tiempo? ¿la eternidad? ¿el ser? ¿la libertad? Cualquier fórmula con que uno intente decir de una vez por todas estos conceptos, le deja siempre insatisfecho, testificando así la propia impotencia intelectual.
Hay escritores amables, accesibles, que son una lectura fácilpara el metro o la sala de espera del dentista. Los leemos con gozo y nos distraen, pero raramente volvemos a ellos; no nos han conmovido realmente ni han dejado un poso en nosotros. Una vez que cumplen su misión, la de entretenernos, los dejamos en la estantería y sabemos que no nos acompañaran en la próxima mudanza. Por supuesto también tiene mérito escribir libros así, de los que llegan a todo el mundo, y además muchas veces son más interesantes que los otros, los que vienen reverenciados por la crítica como alta literatura u hondísimos ensayos trasgresores, y que son en realidad plomizos y lo único que hacen es matar la afición por la lectura.
Entremedias hay un tipo de autores inteligentes que necesitan un tiempo de maduración; requieren un leve esfuerzo lector que se recompensa con creces. Y cuando la obra que tienen es extensa y podemos dedicarle largo tiempo, se convierten poco a poco en compañeros de viaje con los que conversamos y con los que crecemos.
Gómez Dávila, un pensador solitario
Un ejemplo es Nicolás Gómez Dávila(1913-1994). Un pensador colombiano que vivió secretamente entre unos pocos buenos amigos, dedicado a la lectura, poseedor de una de las mayores bibliotecas personales de su país, autor de dos libros de ensayo, un par de importantes artículos sobre política y derecho y, sobre todo, de una obra inmensa de cinco volúmenes de aforismos llamada Escolios a un texto implícito.
Los escolios son las anotaciones que hacían los escolásticos en los bordes de las páginas de los libros clásicos para explicar o comentar lo que estudiaban. Gómez Davila escribió más de diez mil escolios a un texto innombrado que jamás sabremos seguro si es la Modernidad, o el legado cultural de Occidente, o sus propias lecturas, porque él nunca lo explica ni tampoco es necesario saberlo. Nos basta con felicitarnos por tal infinidad de aforismos, sentencias o epigramas, casi todos brillantes, bellísimamente escritos, muchos inolvidables, desordenadores de conciencias adormecidas, divertidos algunos, pesimistas otros, y recomendables todos.
Los cinco volúmenes aparecieron separadamente en Colombia y casi no tuvieron repercusión hasta que el filósofo italiano Francesco Volpi los reeditó juntos con una introducción, El solitario de Dios, escrita por él mismo. Esta primera aparición completa en la editorial colombiana Villegas colocó al ya por entonces fallecido pensador en el cosmos intelectual europeo; fue traducido a varios idiomas, y se sucedieron las referencias a los Escolios por parte de autores prestigiosos como Ernst Jünger o Frédéric Schiffter.
En el año 2009 la editorial española Atalanta publicó los cinco volúmenes en un solo y cuidado libro de más de mil cuatrocientas páginas. Su repercusión no hizo más que incrementarse, y de hecho la edición se agotó y no ha sido hasta este año que vuelve a poder encontrarse en las librerías.
El Breviario como introducción al universo gomezdaviliano
En cualquier caso, para quien quiera una primera toma de contacto más ligera también es muy recomendable una versión reducida a 281 páginas de la misma editorial, llamada Breviario de escolios.
Este Breviario tiene una introducción bastante recomendable de José Miguel Serrano y es un buen camino para entrar en el universo gomezdaviliano. Quien agote sus fértiles páginas, y si se queda con ganas de más, podrá lanzarse a la lectura del volumen completo. Además ya empieza a haber varios estudios académicos de bastante profundidad. En concreto, Facetas del pensamiento de Nicolás Gómez Dávila, una obra colectiva disponible en pdf y cuya descarga es gratuita, sirve como un buen acompañante en la lectura. Y al ser trabajos independientes, al igual que los escolios, podemos leerlos sin prisa, disfrutándolos y esperando a que sedimenten en nuestra ánima.
¿A quién se asemeja Gómez Dávila a la hora de interpretar el mundo?
Si tuviéramos que encontrar un equivalente a este pensador colombiano, seguramente tendríamos que hablar de E.M. Cioran. Ambos autores tenían una cultura vastísima, escribían poéticamente, estaban desencantados con el mundo moderno, eran refractarios al sistema filosófico y por eso cultivaban el fragmento, llevaban una vida austera y monacal, y si bien no eran autores de best-sellers tienen un público amplio y leal.
Nicolás Gómez Dávila tenía a gala ser “reaccionario”; añoraba un mundo que ya no es, pero que seguramente nunca fue. Viajó poco para alguien de su solvencia económica, ya que en toda su vida sólo fue a una vez a México y un par de veces a Europa, pero lo que vio no le dejó buena impresión. La Europa de postguerra, sobre todo, le llevó a identificar la modernidad con la barbarie. Tampoco era muy dado a ver las virtudes de la democracia, que consideraba que disolvía la cohesión social. También era muy defensor del catolicismo y el orden tradicional.
Dicho esto, sus vitriólicas diatribas se quedan más bien en esteticismo y frases epatantes. Pocos escritores habrán dejando defensas tan bellas del amor, la buena vida, el saber popular, la amistad y la bondad humana. Hay una celebración de la cultura clásicaen cada una de sus páginas, y unos análisis de los fenómenos sociales y políticos que difícilmente se pueden minusvalorar.
Sumergirse en el Breviario implica hacerlo con lápiz para escribir escolios a sus escolios; o copiarlos en un cuaderno; o encabezar con alguno una página en blanco y desarrollar nuestro propio escrito desde él. Es un libro para tenerlo en la mesita de noche y leer sólo una página antes de dormirnos, o por la mañana al desayunar, y que lo que leamos nos ronde durante el día.
Y tal vez resulte un poco extraño no incluir citas de un autor tan citable en esta reseña, pero no hemos conseguido encontrar un solo escolio de entre los diez mil que al reproducirlo no hiciera una imperdonable injusticia a los demás. Nos queda recomendar la lectura del Breviario a quien no lo haya hecho ya, y sentir cierta envidia de veterano por los que se vayan a embarcarse por primera vez en esta experiencia.
Bajo la hegemonía progresista parece obligatorio abominar de todo legado y tradición. Lo nuevo es bueno por ser nuevo, y todo lo heredado es intrínsecamente perverso por el mero hecho de serlo. Se nos dice que tenemos que reinventarnos constantemente y practicar una política de tierra quemada con cualquier vestigio de sabiduría transgeneracional; nos imponen un adanismo perpetuo, un reinicio diario, con lo que esto tiene de desarraigo y desestructuración social. En lugar de comunidades fuertes y solidarias, de las que cobijan, se prima el seccionarnos en grupos de afinidad enfrentados entre sí y perpetuamente resentidos; quedamos así abocados a luchas identitarias que hacen inevitable la mediación del Estado para gestionar tanta colectividad ofendida.
Como ciudadanos, podemos dejarnos llevar por la corriente, y buscar ansiosos el reconocimiento individual acumulando likes en la red de gente que no abrazaremos nunca, y hacer nuestros los tópicos políticos progres con los que nos bombardean los medios. También podemos declararnos víctimas del mundo y esperar en algún lugar tranquilo a que nos otorguen el derecho a tener más derechos que nuestros vecinos.
O podemos elegir el camino difícil, el de la ética, el de la common decency orwelliana: abrazar la realidad sin aclamar sus injusticias, no deslumbrarnos por lo novedoso por sistema, ser críticos con la modernidad y quedarnos con lo que ésta que tenga de liberadora mientras rechazamos sus esclavitudes… O sea, ser simple y llanamente un conservador, alguien que está más abierto a lo bueno que a lo nuevo.
Claridad e impacto de un pensamiento abandonado
En los podcasts de Triálogos seguimos contando con invitados de excepción. En esta nueva entrega el pedagogo y filósofo Gregorio Luri ha desarrollado los temas que trata en su imprescindible obra La imaginación conservadora.
Vivimos tiempos de polarización política y debates histéricos. Por lo que se agradece escuchar el hablar amable y reposado de un conservador sin estridencias, alguien que no acepta las imposiciones del progresismo ambiental, pero tampoco sueña con cargas de húsares restableciendo algún periclitado poder imperial.
Luri es profesor y se nota en su claridad expositiva. También hay cierta honestidad en sus propuestas, ya que rehúsa a darnos una fórmula infalible para actuar políticamente. Ser conservador es una actitud escéptica que se modula según el territorio y la tradición que se habita, por lo que difícilmente se puede promulgar un catecismo universal conservador.
Aquí le escuchamos derrochar su amable sabiduría, ajena a los academicismos o las petulancias postmodernas. Por ejemplo como cuando suelta joyas tipo que “el psicólogo más grande de Europa era Lope de Vega”, que es lo menos canónico que se puede decir hoy. O cuando defiende sin complejos la libertad educativa frente a las imposiciones estatales, que es una herejía tal y como está el tema en nuestra época.
En definitiva, este programa 35 de Triálogos versa sobre qué significa ser conservador hoy en España, pocos temas son más actuales.
Si murmurar la verdad aún puede ser la justicia de los débiles, la calumnia no puede ser otra cosa que la venganza de los cobardes.
Jacinto Benavente.
Cuando los medios de comunicación deciden echarse en brazos del relato emocional, dejando de lado la enorme responsabilidad que conlleva informar desde el rigor y la imparcialidad, lo hacen siempre con el objetivo de servir a algún tipo de ideología para fabricar estados de emoción que forjen adoctrinamiento a través de una agitación intencionada. Cuando esto ocurre, se dispara directamente a la línea de flotación de los más básicos valores democráticos de toda sociedad, donde el estado de derecho, cuyo sistema garantista es la expresión máxima de los derechos y libertades que lo conforman, se ve amenazado de tal manera, que las consecuencias son tan inquietantes como impredecibles. La libertad de comunicación, por la que tanto lucharon generaciones, es un valor imprescindible de toda democracia solvente que sólo se ve dignificada cuando se ejerce tanto desde la responsabilidad individual como la colectiva, lejos de ser manipulada con fines sectarios o partidistas.
Todo es ya un relato. La falacia es un peligroso valor al alza cuando la culpa o la inocencia las determina una ideología. Utilizar la vida como un drama del que anhelamos ser víctimas, es una trampa para colectivizar a través del dolor, la llegada a un efímero éxito construido en la ofensa, la tragedia y la autocomplacencia.
Nos hemos acostumbrado a vivir entre ficciones y a fabricarlas para ser nuestros propios protagonistas y así de paso, crear los antagonistas a nuestro antojo. Da igual que sea mentira, lo importante es el espectáculo que fomenta y al que sirve. Por eso, se maldice más que se dice y se miente más que habla.
Porque ahora se escriben ficcioticias o psicotícias, una suerte de relatos emocionales cuya carga argumental es un compendio de estados emocionales narrados al servicio del suceso con la única intención de alimentar sospechas, deformar situaciones y crear universos ideológicos que predispongan las sensaciones hacia el objetivo de la sinrazón, la ira, la vulnerabilidad, la empatía dirigida y, por ende, la zombificación social.
Una sociedad obsesionada por tribalizarse, por identificarse de manera compulsiva con algo, con alguien. Esa adicción identitaria es la consecuencia de un sistema que no acepta la existencia individual como un reto cuyo proceso empieza en la madurez personal para luego encontrar su lugar en el grupo.
Ahora, ante la imposibilidad del discernir, se nos dice continuamente desde todos los frentes mediáticos como tenemos que pensar, como tenemos que hacer y, sobre todo, qué y cómo tenemos que sentir. Ante la falta de una respuesta propia sobre la realidad, el individuo, desorientado, busca y rastrea de manera compulsiva deformaciones ideológicas a través del colectivo en el que mimetizar sus miedos y sentirse protegido emocionalmente amoldándose al discurso oficial.
https://youtu.be/O6o0lxowFaw
La emoción narrada, es la nueva quimera de una sociedad que no acepta la incertidumbre intrínseca de la propia existencia y sus dilemas. El miedo al fracaso entendido como una aceptación por parte de los demás y no por parte de uno mismo, nos hace buscar la pertenencia compulsiva al colectivo o la tribu.
La metáfora está por encima del marco analítico. La sospecha por encima del hecho jurídico. El pensador de Rodin, es hoy una estatua derribada cuyo pedestal ocupa ahora un sentimiento victimista, una ofensa indefinida, un recuerdo sensacionalista. Una sociedad revisionista por miedo a enfrentar el futuro de manera natural, que utiliza un neolenguaje lleno de axiomas y eufemismos con el único objetivo de hacer que las emociones, y no las razones, construyan un mensaje narrativo, seductor y ficticio, para predisponer al espectador a tomar una posición sesgada fuera del argumento constructivo.
El tiempo ya no es real, es diferido. Cualquier afirmación fraudulenta, es ahora sentencia. La palabra señala, la frase mancha y la historia sentencia. Lo espectacular está al servicio del suceso. El relato fomenta la dependencia de la superestructura ideológica y del obsesivo consumo que se controla y regula través de la narrativa.
Todo es una emoción, una sensación. Nada es una reflexión, una razón.
Todo en el relato actual, se ha convertido en exordio y peroración en detrimento del argumento y el análisis crítico.
Los maldicientes se sacian retozándose en la cultura de la cancelación, la nueva herramienta inquisitorial en la que se regodea una sociedad que, perdida la ética, ya sólo se viste en el armario de la estética. Algunos, ya no encuentran más alimento que el lamento, haciendo de él su único argumento. Frágil, letal, engañoso, certero. Relata que algo queda. La democracia no puede ser un relato mal escrito, una historia falsa, un panfleto al aire o un cuento para dormir niños. No podemos conceder ni ceder la decisión de lo que es verdad a las apariencias, al libelo y a la argucia de un titular envenenado. Ni mucho menos, a una audiencia ansiosa de ello.
Sello de la Asociación Neoyorkina de supresión de los vicios (s. XIX) representando las ideas del castigo y la quema
La hiper-emoción es Saturno devorando a su hijo. Las redes sociales, son la nueva hoguera de las vanidades donde quemar y cancelar todo lo potencialmente ofensivo bajo las soflamas inequívocas de un nuevo autoritarismo digital disfrazado de causa noble y piel muy fina. En ellas mismas, se construyen una red de desarraigos y frustraciones que vomitan los complejos en forma de exabruptos, quejidos y señalamientos.
La palabra se hace verso para adornar el perjuicio y la sospecha.
Es la sociedad de la apariencia que abandona a la de la eficiencia. Somos una sociedad vigilada y vigilante, estimulada más por lo visual que por lo intelectual. Somos inquisitoriales, maestros de una moralidad propia que siempre aplicamos a lo ajeno. Alguien nos ha convencido de estar siempre en el lado injusto de la vida y pensar que por ello, somos víctimas de algo o de alguien. Incapaces de asumir nuestras propias decisiones, hemos tomado nuestros anhelos como derechos, y a nuestros complejos, como emociones.
La neodifamación, convertida en herramienta usual en la era digital, es la que ennegrece con la sospecha todo aliento de verdad. Por ello, el relato, ese maravilloso relato de la emoción, debe quedarse en su hábitat natural que es el espacio de la ficción.
Los difamados rebosan de llagas que supuran a pesar de la mentira mediática que las origina. Ante la calumnia, el corazón late, pero el alma se para. Por la herida de la injuria, sangran en silencio. Ante la impostura, el momento doloroso convertido en una farsa contada en forma de emociones y narraciones manipuladas. Ya proscritos, el mundo que conocían desaparece con las primeras luces de la infamia.
Saben que la verdad, siempre terminará emergiendo. Pero no saben cuánto tardará en hacerlo. Así que un buen día, decidirán coger toda la basura que les han lanzado y la reciclarán para hacer que sus vidas merezcan aún más la pena.
Despojémonos pues del traje de la sospecha, para empezar a valorar un humanismo mediático y narrativo más respetuoso con nuestra dignidad, que nos haga vivir en consonancia con lo que somos y con lo debemos ser.
Aunque nos guste el relato, también debe gustarnos la vida real, nuestra esencia y existencia y el espacio que ocupamos en ella. Y si no, luchar por cambiarla, pero no hacerlo nunca desde la impostura de fabricar lo que no somos. Y lo que es peor, contar de otros lo que no son, ni lo que fueron ni lo que serán
Si naciste al final de la década de los ochenta o al comienzo de los noventa, puede que experimentes el colapso de la civilización occidental tal y como la conocemos hoy.
Durante los últimos meses se ha iniciado un interesante diálogo en medios de comunicación acerca de la presencia cristiana en la sociedad. ¿Dónde están los cristianos?, se preguntaba Diego S. Garrocho en el diario El Mundo. El artículo recibió numerosas réplicas, entre ellas las del filósofo Miguel Ángel Quintana en El Subjetivo, José María Torralba en El Español, Miguel Brugarolas en El Independiente y otras muchas publicaciones. La llamada de atención de Garrocho ponía de relieve la aparente incomparecencia de actores específicamente cristianos en la llamada «batalla cultural». Aquellos que, se supone, representan la fe sobre la que se construyeron Europa y la civilización occidental, ¿qué tienen que decir hoy? ¿Dónde están escondidos? Es más: ¿por qué están escondidos?
El ser humano es por naturaleza un ser que habita, un ser que transforma la realidad no solo con el fin de obtener cosas útiles, sino con el afán de dejar su huella en el mundo, de dejar algo de sí mismo en la realidad. Vosotros mismos cuando habéis llegado a vuestro cuarto, aquí en el Colegio Mayor lo habéis habitado, lo habéis llenado de fotos de vuestros seres queridos y de objetos que siendo poco útiles os son muy preciados pues forman parte de vosotros, dicen algo de vosotros, de quiénes sois y de qué es lo que os importa en este mundo; desde la bufanda del Real Madrid que cuelga del corcho de la pared, hasta la claqueta que adorna el escritorio recordando las noches de Butaca C. Allá donde moramos dejamos huella, imprimimos algo de quiénes somos en la realidad, la hacemos nuestra, nos pertenece a la par que le pertenecemos a ella.
[Este texto procede de la lectio inaugural del curso 2020-2021 del Colegio Mayor UFV, que ha sido editada para su publicación aquí]
Los hombres no tan valiosos habrán experimentado alguna vez este estrangulamiento mío, este estrechamiento íntimo, tan distinto al de quien apenas ha olido aún las delicias de la perfección humana, pero sí se ha convencido de la podredumbre que lo rodea.
Somos unos románticos, enajenados en visiones futuribles de una comunidad dichosa, caminante hacia la belleza que puede salvarla, e integradora en su seno maternal de los débiles y los fuertes.
Somos unos idealistas que esperamos lo que creemos que no ha de llegar, y ese deseo de álgidas bondades es el que nos constriñe una y otra vez a la umbría realidad, cuando nos enfrentamos contra el imponente Saturno que nos resiste, para después, vencidos en la noche de la ciudad posmoderna, devorar nuestra entraña.
Siendo un muchachillo preadolescente leí en un libro que no recuerdo una expresión del tipo “esa vieja insoportable me está volviendo loco”. Hasta ese momento los libros, para mí, representaban cosas serias y eran escritos por personas serias; “ese hombre es un escritor” significaba “esa es una persona ilustrada, sabia, respetuosa”. Aquella frase me pilló por sorpresa, pues no esperaba encontrarme en un libro, recomendado por un profesor de mi colegio (también una persona seria, ilustrada, sabia y respetuosa), una expresión de lenguaje coloquial e irreverente; algo que no se podía decir delante de los adultos y, menos aun, delante de un profesor.
La editorial Confluencias, que tiene uno de los catálogos más sabrosos del panorama independiente actual, ha publicado “Diccionario de adioses”, de Gabriel Albiac. Se trata de una nueva edición de la obra que comprende los grandes temas del autor desde Espinoza hasta el Holocausto. Por sus páginas transitan la Modernidad y su crisis impregnadas de la tristeza que suele caracterizar las obras de Albiac. Si Confluencias ya había acogido en su tienda a “Alá en París”, la colección de piezas escritas por la misma mano después del atentado terroristas yihadista contra Charlie Hebdo, no ha de sorprendernos que “Diccionario de adioses” enriquezca los fondos de esta editorial. Ambos libros comparten la mirada dura, lúcida e implacable sobre el fracaso del proyecto moderno y sobre sus ruinas, en las que ahora habitamos.
En efecto, “Diccionario de adioses” es un libro utilísimo para el universitario porque permite leer los grandes temas de la historia, la filosofía, el arte, la cultura popular -y, ¡ay!, la política- desde una perspectiva distinta a la que nos exige la corrección política.
Así, en la voz “Idénticos (los): nacionalismos, fascismos, populismos”, Albiac se remonta a la Tubinga de 1795 para recordarnos su proximidad a la “mitología de la razón” que cristaliza en la idea de Volkgeist y que evoca en palabras de Fichte: “Sois vosotros, (alemanes) quienes poseéis, más nítidamente que el resto de los pueblos modernos, el germen de la perfectibilidad humana y a quienes corresponde encabezar el desarrollo de la humanidad… Si vosotros decaéis, la humanidad entera decaerá con vosotros, sin esperanza de restauración futura”. Su definición del nazismo “la forma administrativamente centralizada -esto es, socialista”- del nacionalismo” abre puertas y ventanas para que corra el aire del pensamiento en torno a la estrecha relación que existió entre ambas ideologías en sus orígenes (recuérdese la década de 1920 en la historia del nazismo) y su retorno en nuestros días de la mano de ciertos populismos. Desde aquí podemos llegar al panarabismo y la ideología del Foro de São Paulo.
Me resulta especialmente seductor el apartado que dedica a la “judeofobia” (así se titula y no “antisemitismo”) y que abre con una célebre cita de Emil Fackenheim. Albiac recuerda la obligación -tal vez decir “imperativo moral” sería más sonoro- que gravita sobre todo ser humano y que Zola formula ante el caso Dreyfuss: “mi deber es hablar, no quiero ser cómplice”. Frente al horror del Holocausto y del camino que condujo a los campos, a los guetos, a las fosas comunes y los hornos crematorios, se alza la pregunta bíblica por el destino de tu hermano. Callar puede ser una forma de complicidad e incluso de autoría. El texto de Albiac es inmisericorde. Pasa del antisemitismo en la Europa de la Modernidad al terrorismo en Oriente Próximo. No perdona ni a Arafat ni a sus simpatizantes. “Jugamos con serpientes”. “No, no existe cuestión judía. Sí, cuestión antisemita. Como una de las lacras más perennes y más enigmáticas de la conciencia europea”.
El libro se cierra con otro texto sobre Berlín, la ciudad que yo tanto quiero y en la que todos los que nacimos el siglo pasado hemos vivido, aunque jamás hayamos puesto los pies en ella. En efecto, “Berlín era una amalgama de cine y libros. Pantallas de la Guerra Fría, novelas de Le Carré: leyenda. Dorada o negra. Dorada y negra: es lo mismo. El Próspero de La Tempestad se hubiera sentido en casa: Berlín era la materia de nuestros sueños. Mejor, de nuestras pesadillas”. Evoca la caída del Muro: “Berlín fue lo imposible: la libertad. Para aquellos que nunca la conocieron. Poca cosa. Todo”.
Es un libro magnífico para reflexionar y un texto estupendo para discutir entre humanistas. No rehúye ni la mirada severa sobre la filosofía ni la crítica feroz de la autocomplacencia de los intelectuales. El camino al horror del siglo pasado está jalonado de libros, de artículos, de periódicos y de panfletos y de ideas incendiarias.
Este libro es una buena carta de navegación para adentrarse en la Modernidad y encontrar el camino entre los restos de la devastación.
Para homenajear al fallecido pintor y arquitecto Viktor Hartmann (1834-1873) se organizó una exposición con obras suyas, la cual sirvió de ocasión para un nuevo homenaje: los Cuadros de una exposición (1874), de su amigo Modest Musorgski. La obra, originalmente escrita para piano, es seguramente más conocida por la orquestación de Maurice Ravel, aunque existen, además, numerosas versiones a manos de los más variados músicos “doctos” y “populares”.
Fue Miguel de Unamuno uno de los primeros lectores españoles que se detuvieron en la figura del teólogo danés Søren Kierkegaard a principios del siglo XX en su obra Del sentimiento trágico de la vida(1912). En ella Unamuno refleja una de las ideas principales sobre la que gira la filosofía de Kierkegaard que inauguró la corriente existencialista en Europa: la lucha agónica del ser humano por conquistar su deseo de libertad. Este pensamiento se convirtió pronto en una constante en las novelas que la crítica literaria ha catalogado como noventayochistas. Ese sentimiento trágico lo podemos ver de igual forma en la obra capital de la narrativa noventayochista El árbol de la ciencia (1911) de Pío Baroja, en la prosa poética de La voluntad (1902) de Azorín y en la obra más importante de Unamuno, Niebla (1914). En esta última obra hay un sentimiento permanente de lucha del protagonista, Augusto Pérez, por afirmar su propia existencia: «tengo mi carácter, mi modo de ser y mi lógica interior».
No es absurdo pensar que el coronavirus sea el gran revulsivo del sector educativo de los últimos cien años. La escuela y la institución del maestro apenas han cambiado respeto a otras entidades sociales como el hospital, pero esto puede cambiar con una rapidez inusitada. Podemos estar ante cambios no solo forzados por las circunstancias, sino por la aceleración de procesos que de otro modo hubieran tardado mucho más en materializarse.
En la adaptación cinematográfica de Luciano Visconti de Muerte en Venecia (novela homónima de Thomas Mann), podemos ver cómo el eje de la cinta gira en torno al proceso de destrucción espiritual del protagonista, Aschenbach, por su enamoramiento de un joven polaco durante su estancia en Venecia. Durante los compases finales de la película vemos cómo Aschenbach, quien para la belleza era fruto de la mesura y el equilibrio moral, queda derrotado por Tadzio que, como Dionisos, representa el éxtasis y el desorden moral. La muerte del compositor representa simbólicamente la muerte de la Europa que había reinado hegemónicamente, cultural e intelectualmente, hasta el siglo XX. Sigue leyendo