Mi amigo es sacerdote católico en Los Ángeles. Mi amigo está infiltrado en un congreso nacional de Homilética en San Antonio, Texas. No oculta, en realidad, su condición ad aeternum; de hecho, un corta-pega traicionero le hizo registrarse con un Fr. antecediendo su apellido. Pero al fin y al cabo, cuántos feligreses se sienten vinculados filialmente a sus pastores también en la inmensidad de iglesias americanas, el apelativo no resulta extraño.
Él y su compañero mexicano-californiano son los únicos católicos que han acudido a la humedad del río que fluye a los pies del mítico Álamo, más concretamente, a la catedral del Rito Escocés, un calco de un templo octástilo corintio sobre un zócalo que le sirve de monte Olimpo. Unos días cumple su función inicial de macrologia para albergar los capítulos del Sur del Estado, y otros acoge obras de teatro, conciertos, exposiciones, seminarios y conferencias. A todos los actos acuden sin falta dos convidados de piedra, George Washington y Sam Houston, esculpidos en el frente para que no pierdan ninguna de las sesiones de la fraternidad a la que pertenecían. La rigidez de su rostro nos dejará con las ganas de ver qué cara ponen al ver a una de las principales atracciones a este evento, Nadia Bolz-Weber. Sigue leyendo