Quizá desde que Oswald Spengler publicaraLa decadencia de Occidente (Der Untergang des Abendlandes, 1918), existe una fácil tendencia a asumir que eso que llamamos Occidente está herido de muerte, sin remedio posible. Cuando, con los matices pertinentes, se acepta este pronóstico, lo que queda por discutir es qué habrá después y en qué momento nadie podrá negar que el cadáver hiede. Como el autor alemán basaba su ensayo en un análisis cíclico —amén de forzado— de la historia y de las civilizaciones, el paralelismo con la denominada caída de Roma es inevitable en cada reflexión sobre este tema. Sin embargo, cabría ser cautos, y plantearnos varias preguntas, antes de dar por sentado que nuestro mundo sucumbe mirándose en el espejo romano. La primera pregunta: ¿qué es Occidente? La segunda: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la “caída del Imperio Romano”?
Este artículo ofrece multitud de información sobre el argumento de Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017). Queda usted avisado.
La cinta de la Mujer Maravilla fue muy esperada por motivos extracinematográficos. Resulta inevitable que los intereses políticos y sociales acaben marcando la trayectoria de alguna que otra película; qué se le va a hacer. Además, la buena o la mala recepción de un filme no siempre se debe a su factura artística. Por suerte para Wonder Woman, muchos de los que entonces esperaban que la historia fílmica de Diana reivindicara la superheroicidad femenina recibieron lo que buscaban. Me alegro por ellos. Sigue leyendo
Unos días antes de la cena de Nochebuena hablaba con mi padre sobre las diferencias que existen entre la Navidad que celebramos hoy y la que se celebraba tiempo atrás en este país. “Celebramos la navidad de los yanquis”, me decía, y es cierto. Los símbolos que en Europa nos recordaban el acontecimiento originario de la fe cristiana, han ido cediendo lentamente ante los nuevos idolillos del mercado. Así, ahora se celebran las “fiestas”, un tiempo de “magia, amistad y armonía”, escuchamos a Frank Sinatra y a María Carey, nos acostamos viendo películas románticas y nos trae regalos el bonachón patrocinador de Coca-Cola.
En los últimos tiempos ha ido cogiendo fuerza la idea de que existe un fenómeno llamado “ideología de género” que estaría haciéndose con el dominio cultural, mediático y, cada vez más, político de nuestra sociedad. Con ello se correría el riesgo de que dicha ideología se convierta en el pensamiento oficial del Estado, inaugurando una nueva era de totalitarismo.
Quienes ven esta amenaza a menudo parecen convencidos de que se trata de una nueva arma del marxismo cultural. Un mismo perro que vuelve con distinto collar para tratar de abolir el régimen de libertades en que se basan las democracias liberales. Sin embargo, esta visión prácticamente no nos dice nada acerca de dicha ideología y cuál es la cosmovisión en la que se asienta. Conocer estos rasgos es fundamental para analizar su proyecto político y su visión acerca del hombre. También es requisito para discutirlas, dado que no es posible refutar lo que no se alcanza a comprender.
Hay escritores amables, accesibles, que son una lectura fácilpara el metro o la sala de espera del dentista. Los leemos con gozo y nos distraen, pero raramente volvemos a ellos; no nos han conmovido realmente ni han dejado un poso en nosotros. Una vez que cumplen su misión, la de entretenernos, los dejamos en la estantería y sabemos que no nos acompañaran en la próxima mudanza. Por supuesto también tiene mérito escribir libros así, de los que llegan a todo el mundo, y además muchas veces son más interesantes que los otros, los que vienen reverenciados por la crítica como alta literatura u hondísimos ensayos trasgresores, y que son en realidad plomizos y lo único que hacen es matar la afición por la lectura.
Entremedias hay un tipo de autores inteligentes que necesitan un tiempo de maduración; requieren un leve esfuerzo lector que se recompensa con creces. Y cuando la obra que tienen es extensa y podemos dedicarle largo tiempo, se convierten poco a poco en compañeros de viaje con los que conversamos y con los que crecemos.
Gómez Dávila, un pensador solitario
Un ejemplo es Nicolás Gómez Dávila(1913-1994). Un pensador colombiano que vivió secretamente entre unos pocos buenos amigos, dedicado a la lectura, poseedor de una de las mayores bibliotecas personales de su país, autor de dos libros de ensayo, un par de importantes artículos sobre política y derecho y, sobre todo, de una obra inmensa de cinco volúmenes de aforismos llamada Escolios a un texto implícito.
Los escolios son las anotaciones que hacían los escolásticos en los bordes de las páginas de los libros clásicos para explicar o comentar lo que estudiaban. Gómez Davila escribió más de diez mil escolios a un texto innombrado que jamás sabremos seguro si es la Modernidad, o el legado cultural de Occidente, o sus propias lecturas, porque él nunca lo explica ni tampoco es necesario saberlo. Nos basta con felicitarnos por tal infinidad de aforismos, sentencias o epigramas, casi todos brillantes, bellísimamente escritos, muchos inolvidables, desordenadores de conciencias adormecidas, divertidos algunos, pesimistas otros, y recomendables todos.
Los cinco volúmenes aparecieron separadamente en Colombia y casi no tuvieron repercusión hasta que el filósofo italiano Francesco Volpi los reeditó juntos con una introducción, El solitario de Dios, escrita por él mismo. Esta primera aparición completa en la editorial colombiana Villegas colocó al ya por entonces fallecido pensador en el cosmos intelectual europeo; fue traducido a varios idiomas, y se sucedieron las referencias a los Escolios por parte de autores prestigiosos como Ernst Jünger o Frédéric Schiffter.
En el año 2009 la editorial española Atalanta publicó los cinco volúmenes en un solo y cuidado libro de más de mil cuatrocientas páginas. Su repercusión no hizo más que incrementarse, y de hecho la edición se agotó y no ha sido hasta este año que vuelve a poder encontrarse en las librerías.
El Breviario como introducción al universo gomezdaviliano
En cualquier caso, para quien quiera una primera toma de contacto más ligera también es muy recomendable una versión reducida a 281 páginas de la misma editorial, llamada Breviario de escolios.
Este Breviario tiene una introducción bastante recomendable de José Miguel Serrano y es un buen camino para entrar en el universo gomezdaviliano. Quien agote sus fértiles páginas, y si se queda con ganas de más, podrá lanzarse a la lectura del volumen completo. Además ya empieza a haber varios estudios académicos de bastante profundidad. En concreto, Facetas del pensamiento de Nicolás Gómez Dávila, una obra colectiva disponible en pdf y cuya descarga es gratuita, sirve como un buen acompañante en la lectura. Y al ser trabajos independientes, al igual que los escolios, podemos leerlos sin prisa, disfrutándolos y esperando a que sedimenten en nuestra ánima.
¿A quién se asemeja Gómez Dávila a la hora de interpretar el mundo?
Si tuviéramos que encontrar un equivalente a este pensador colombiano, seguramente tendríamos que hablar de E.M. Cioran. Ambos autores tenían una cultura vastísima, escribían poéticamente, estaban desencantados con el mundo moderno, eran refractarios al sistema filosófico y por eso cultivaban el fragmento, llevaban una vida austera y monacal, y si bien no eran autores de best-sellers tienen un público amplio y leal.
Nicolás Gómez Dávila tenía a gala ser “reaccionario”; añoraba un mundo que ya no es, pero que seguramente nunca fue. Viajó poco para alguien de su solvencia económica, ya que en toda su vida sólo fue a una vez a México y un par de veces a Europa, pero lo que vio no le dejó buena impresión. La Europa de postguerra, sobre todo, le llevó a identificar la modernidad con la barbarie. Tampoco era muy dado a ver las virtudes de la democracia, que consideraba que disolvía la cohesión social. También era muy defensor del catolicismo y el orden tradicional.
Dicho esto, sus vitriólicas diatribas se quedan más bien en esteticismo y frases epatantes. Pocos escritores habrán dejando defensas tan bellas del amor, la buena vida, el saber popular, la amistad y la bondad humana. Hay una celebración de la cultura clásicaen cada una de sus páginas, y unos análisis de los fenómenos sociales y políticos que difícilmente se pueden minusvalorar.
Sumergirse en el Breviario implica hacerlo con lápiz para escribir escolios a sus escolios; o copiarlos en un cuaderno; o encabezar con alguno una página en blanco y desarrollar nuestro propio escrito desde él. Es un libro para tenerlo en la mesita de noche y leer sólo una página antes de dormirnos, o por la mañana al desayunar, y que lo que leamos nos ronde durante el día.
Y tal vez resulte un poco extraño no incluir citas de un autor tan citable en esta reseña, pero no hemos conseguido encontrar un solo escolio de entre los diez mil que al reproducirlo no hiciera una imperdonable injusticia a los demás. Nos queda recomendar la lectura del Breviario a quien no lo haya hecho ya, y sentir cierta envidia de veterano por los que se vayan a embarcarse por primera vez en esta experiencia.
Durante los últimos meses se ha iniciado un interesante diálogo en medios de comunicación acerca de la presencia cristiana en la sociedad. ¿Dónde están los cristianos?, se preguntaba Diego S. Garrocho en el diario El Mundo. El artículo recibió numerosas réplicas, entre ellas las del filósofo Miguel Ángel Quintana en El Subjetivo, José María Torralba en El Español, Miguel Brugarolas en El Independiente y otras muchas publicaciones. La llamada de atención de Garrocho ponía de relieve la aparente incomparecencia de actores específicamente cristianos en la llamada «batalla cultural». Aquellos que, se supone, representan la fe sobre la que se construyeron Europa y la civilización occidental, ¿qué tienen que decir hoy? ¿Dónde están escondidos? Es más: ¿por qué están escondidos?
La filosofía quizá no está de moda, pero el filósofo surcoreano Byung-Chul Han sí. Y es que existen pocos pensadores vivos tan mediáticos, como este coreano educado y afincado en Alemania. Su éxito radica en que ha sido capaz de explicar, con una claridad que se agradece, la situación existencial del hombre del siglo XXI. Byung-Chul Han es ante todo un radiólogo de las sociedades occidentales, un pensador atípico, un romántico con alma oriental. Sus ensayos breves, con un tono divulgativo que huye del academicismo, así como su lenguaje claro y repetitivo, le convierten en un autor accesible y popular.
Todo hombre libre ama el mar. Todo amante del mar es griego aun sin saberlo. Cuando los soldados de Jenofonte, de regreso a casa desde el corazón de Persia, avistaron las aguas corrieron hacia ellas porque, allí donde otros ven una barrera, ellos veían un puente y un camino a casa. En un tiempo de barreras, fronteras y obstáculos, deberíamos volver la vista a Grecia y al griego antiguo para recordar quiénes somos.
Carl Schmitt (Plettenberg, Alemania, 1888-1985) es conocido fundamentalmente por dos rasgos que contribuyen a agigantar su caricatura: primero, el hecho de que su obra principal (El concepto de lo político, 1927) propusiera que no había nada más político que distinguir a los hombres entre amigos y enemigos; segundo, la circunstancia de que fue uno de los grandes apoyos intelectuales del Tercer Reich (por lo menos en un inicio). Juntos, estos dos datos parecen proyectar la silueta de un pensador sanguinario, capaz de colaborar sin despeinarse con crímenes tan grandes como las que se cometieron en la Alemania de los años 30 y 40.
No obstante, para cualquiera que conozca algo acerca de él más allá de estas dos sentencias, Carl Schmitt es uno de los filósofos políticos más originales y audaces de los últimos siglos. Para discutir con él no basta con una reductio ad hitlerum que, aunque pudiera resultar sencilla, dejaría intactos buena parte de sus argumentos que siguen vivos en nuestra reflexión política. Por eso, sin intención de justificar los rasgos de su biografía que resulten injustificables, lo traemos aquí como una figura tremendamente influyente en el pensamiento político contemporáneo: así lo reconocieron desde Walter Benjamin o Laclau, muy populares en la izquierda marxista, hasta Leo Strauss, a quien los exaltados acusan de ser el padre del neoconservadurismo. A partir de Schmitt, casi todos los grandes pensadores políticos han tenido que contar con él, bien sea como interlocutor a batir o como cooperador necesario.
Una consecuencia colateral de las protestas raciales –o más bien revisionistas– en Estados Unidos está siendo la destrucción y el derribo de estatuas. Las efigies de héroes confederados son bajadas de sus pedestales al mismo tiempo que corren esta misma suerte descubridores como Cristóbal Colón o, lo que evidencia con más fuerza la ignorancia de los nuevos talibanes, un gran defensor de los indios como fue San Junípero Serra. Además, este aquelarre iconoclasta no se limita a Estados Unidos. También en la Mallorca natal del ilustre fraile se ha vandalizado su imagen, y en Barcelona algunos proponen derribar la efigie del que fuera almirante de la Mar Océana. Esto último me ha llamado particularmente la atención, porque refleja que el sectarismo ideológico no solamente desprecia el pasado, sino también la identidad de las poblaciones. El Colón que guarda el puerto de Barcelona desde 1888 es un símbolo de la ciudad, casi tanto como la Estatua de la Libertad lo es de Nueva York, o por lo menos así lo han visto siempre quienes han llegado por mar a la Ciudad Condal. Cuando era pequeño mi familia menorquina me contaba que el “¡tierra a la vista!” que gritaban con entusiasmo cuando navegaban desde Mahón era “¡Ja veuen a Colon!”, y yo mismo pude disfrutar esa sensación la única que vez que he tenido la posibilidad de seguir esta ruta.
Hace medio año se estrenó El Ascenso de Skywalker, la última entrega de la saga de La Guerra de las Galaxias, una serie de películas tan popular que no es necesario presentarla. Con ella son ya nueve las cintas que integran la colección, amén de numerosas series, novelas y videojuegos que expanden su universo. Sin embargo, lo más interesante de esta última película no ha sido el cúlmen de una historia que se ha alargado por décadas, sino el haber constatado la desafección que gran parte de la comunidad de fans siente hacia lo que una vez fue el objeto de su admiración. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
China venía arrastrando varias situaciones complicadas: las protestas en Hong Kong, la guerra comercial, un menor crecimiento económico y, por si fuera poco, el coronavirus fue presentado por muchos como su Chernóbil.
Todas las crisis de la Historia –ya sean políticas, económicas, sociales o ecológicas– han tenido repercusiones inesperadas, tan difíciles de prever y lidiar como sus propios orígenes. Sin embargo, podemos decir con Ortega y Gasset que siempre han tenido algo en común: el pertenecer a uno de dos tipos. O bien han sido crisis “vespertinas”, es decir, momentos oscuros que han sido el preludio de noches todavía más largas; o por el contrario, crisis “matutinas”, que como la muerte de Jesucristo –esta comparación es mía, no del agnóstico filósofo – han permitido el desarrollo de oportunidades más fecundas para la humanidad. La crisis generada por el Covid-19 no será diferente: también sus efectos serán imprevistos, y podrán ser totalmente nocivos o generar una nueva esperanza.
Que me perdonen los académicos de la RAE por la siguiente afirmación pero aún hoy, a pesar de sus continuas -y cuestionables- revisiones léxicas, existen conceptos imposibles de categorizar y definir, palabras que esconden tantas identidades como personas que las pronuncian y que ni miles de años han convertido en cognoscibles u objetivables. Ni la filosofía ni la lingüística han alcanzado a materializar nociones que ya pasada o no la edad contemporánea se nos siguen resbalando entre acepciones y significantes. Así, términos como Dios o Alma persisten como conceptos indómitos para la verdad -y posverdad-.
Buenas nuevas: Homo Legens acaba de reeditar la obra Sobre el poder en la modernidad y la posmodernidad, de Javier Barraycoa. Se trata de un brillante trabajo de síntesis, donde su autor recorre la mayoría de las referencias notables y determinantes en la materia; logra trazar el recorrido del concepto de poder desde la modernidad y su necesario e inevitable desarrollo hasta nuestros días, poniendo siempre el punto sobre las íes. El valor de este ensayo reside, precisamente, en lograr describir trayectorias, movimientos, que nos han llevado a un panorama político y social tremendamente erosionado.
Hace un tiempo, en un importante diario nacional, apareció un artículo sobre los llamados “autosexuales”. El titular es el siguiente: “Ni hetero ni homosexual: soy autosexual y estoy enamorada de mí misma.” Define la autosexualidad como una orientación sexual más que implica “la capacidad de tener una relación romántica y sexual con nuestra persona. Puede que hasta en exclusiva.” Quise saber lo que pensaba la gente de todo esto, y leyendo los comentarios a la noticia pude (afortunadamente) recuperar algo de fe en la humanidad.
Desde hace ya algunos siglos, mencionar el tema de la libertad es una forma casi segura de electrizar nuestros afectos, actos y pensamientos. En el discurso de muchos, además, es una auténtica palabra “talismán”, esto es, una palabra que parece condensar todo lo bueno de la vida humana. Su mera invocación suscita sentimientos positivos, aspiración a la justicia, emancipación personal o incluso ideales educativos. La usan todos los políticos de todos los colores y los anunciantes de todos los productos habidos y por haber. Nos emocionamos cuando William Wallace es ejecutado al grito de “¡libertad!” al final de Braveheart (…por más improbable que un escocés del siglo XIII muriera exclamando tal cosa). Nos posicionamos a favor o en contra cuando George W. Bush y sus aliados lanzaban la campaña de actividades contraterroristas en Oriente Medio, el Cuerno de África y otros lugares bautizada como “Operación libertad duradera” (…pero entendíamos bien el significado y propósito de la misión). O nos lanzamos a probar los patinetes Lime mientras la compañía dice que su propósito es “desbloquear la alegría y la libertad de la posibilidad” de recuperar el tiempo que perdemos en los atascos (…aunque no siempre sepamos qué hacer después).
En las pasadas entregas habíamos abordado la figura del vampiro desde la literatura, haciendo alusión a la obra que introduce al vampiro romántico en la era moderna, El Vampiro, de John W. Polidori, así como la obra cumbre de Bram Stoker, Drácula, no omitiendo a los reconocidos autores que, antes y después de Polidori, contribuyeron al desarrollo de la literatura vampírica.
En esta ocasión, continuaremos nuestro viaje adentrándonos en los orígenes mismos del mito vampírico, para tratar con ello de comprender la fascinación que el vampiro, esa expresión del arquetipo junguiano de La Sombra, ha causado en el ser humano desde tiempos quizás inmemoriales.
Una de las características de los tiempos políticos actuales es la reformulación, al menos nominal, de los partidos. Las entidades que en su momento se hacían llamar “conservadoras” o “democristianas” llevan años oscilando entre la etiqueta “centro” o “centro derecha”, según el periodista con el que hable uno de sus representantes, o según la coyuntura que marquen las encuestas. En no pocas ocasiones, optan por asumir el letrero de “liberal”, a pesar de que se trate del mismo término que usan quienes aseguran ser el verdadero “centro”. En el caso de España, este idéntico traje es el que quieren lucir Partido Popular y Ciudadanos. E incluso varias corrientes dentro de Vox se asignan el derecho a emplear esta denominación de origen. De manera que, ¿cuál de los dos partidos, o cuál de los tres es el liberal? ¿O es que hay varias clases de liberales?
Desde hace ya algunos siglos, mencionar el tema de la libertad es una forma casi segura de electrizar nuestros afectos, actos y pensamientos. En el discurso de muchos, además, es una auténtica palabra “talismán”, esto es, una palabra que parece condensar todo lo bueno de la vida humana. Su mera invocación suscita sentimientos positivos, aspiración a la justicia, emancipación personal o incluso ideales educativos. La usan todos los políticos de todos los colores y los anunciantes de todos los productos habidos y por haber. Nos emocionamos cuando William Wallace es ejecutado al grito de “¡libertad!” al final de Braveheart (por más improbable que un escocés del siglo XIII muriera exclamando tal cosa). Nos posicionamos a favor o en contra cuando George W. Bush y sus aliados lanzaban la campaña de actividades contraterroristas en Oriente Medio, el Cuerno de África y otros lugares bautizada como “Operación libertad duradera” (pero entendíamos bien el significado y propósito de la misión). O nos lanzamos a probar los patinetes Lime mientras la compañía dice que su propósito es “desbloquear la alegría y la libertad de la posibilidad” de recuperar el tiempo que perdemos en los atascos (aunque no siempre sepamos qué hacer después).
El padre Nasir tiene una sonrisa acogedora, hay algo en sus gestos que destila jovialidad. No se queja a pesar de que hemos acudido a la cita con una hora de retraso. Islamabad ha amanecido con un bochorno de lluvia. Nuestro conductor se ha retrasado y nosotros nos hemos retrasado grabando los rostros de un mercado que nos ha imantado. Las caras de Islamabad, la capital de Pakistán, se parecen muchas veces a las caras de la India, con mujeres engalanadas con los colores más bonitos del mundo. Pero en otras ocasiones se parecen a las caras de Afganistán, con el gesto severo de los pastunes, con sus gorros que parecen tartas de trapo, con sus barbas largas que quieren demostrar una gran piedad.