La noche del 24 de diciembre de 1940, en el campo de prisioneros de Tréveries, el filósofo Jean-Paul Sartre se estrenaba como dramaturgo delante de 2000 presos con Barioná, el hijo del trueno.
El ateo beligerante y reconocido como uno de los “padres del existencialismo” elaboró durante 6 semanas el texto con el que Voz de Papel calificó, tal y como reza la portada de su segunda edición, a Sartre como “un ateo que presenta mejor que nadie el Misterio de la Navidad”.
Para dar con esta singularidad, hubo detrás un elaborado trabajo de investigación por parte del Dr. José Ángel Agejas, para recuperar una obra denostada y condenada al ostracismo por los estudiosos de Sartre y cuya edición fue vetada incialmente por el propio Sartre por temor, según John Ireland, a que “si autorizaba su representación, la fuerza de esta obra oscurecería el resto de su producción teatral”.Sigue leyendo
Dieciséis horas después de la matanza de París, después de la rebelión de los hashtag, un amigo de toda la vida y yo nos encontrábamos en el Monasterio de Yuste.
Era una gran mañana para un paseo despreocupado. Nada en el ambiente; ni los naranjos, ni los turistas, ni los eucaliptos, ni el busto de Carlos V, parecían saber cosa alguna del maniqueísmo que entonces bullía en tertulias y telediarios.
“¿Cómo es esto posible? ¿A qué clase de Dios macabro se le ocurre un día tan sublime después de Bataclan?”.
Después de pensar esta ocurrencia, supuse que algo parecido escribirían los más valientes de Twitter y Facebook si vieran la foto de un hombre contento pasear tras las huellas del Rey Emperador.
“¿Cómo se le ocurre andar por ahí en lugar de estar en casa; velando ruidos y furias con la Marsellesa a todo trapo?”. Sigue leyendo
Tres detonaciones oscurecen el horizonte del siglo XXI: los atentados del 11 de septiembre de 2001, la crisis financiera mundial de 2008 y la pandemia de la Covid19. Seguridad, prosperidad y salud se tambalean. Entra en escena el miedo, la desesperanza ante al futuro y la desconfianza hacia el otro. La incertidumbre altera la arquitectura de las sociedades democráticas que habían derrotado al fascismo y al nazismo en 1945 y al comunismo en 1989. Entran en escena populismos de signo variado: igualitarios y transversales, libertarios y autoritarios. Se instala la sospecha de la ciudadanía frente a las instituciones. En plena pandemia se produce el asalto al Capitolio, lugar simbólico donde descansa la soberanía del país más poderoso del mundo. ¿Involución? ¿Crisis civilizatoria? ¿Neofascismo?
El profesor español José María Lasalle asegura que nos encontramos ante un “momento refundacional de la humanidad”. En su libro El liberalismo herido, publicado por Arpa, el autor realiza un profundo análisis sobre lo que está en juego, partiendo de una idea fuerza: el liberalismo está siendo eclipsando por el neoliberalismo. El libro es una continuación de otras dos obras: Contra el populismo (2017) y Ciberleviatán (2019). Sigue leyendo
Nacionalismo identitario vs. liberalismo progresista como dialéctica ideológica en el siglo XXI Una convocatoria electoral, intrascendente tradicionalmente, señaló la esencia
La editorial Confluencias, que tiene uno de los catálogos más sabrosos del panorama independiente actual, ha publicado “Diccionario de adioses”, de Gabriel Albiac. Se trata de una nueva edición de la obra que comprende los grandes temas del autor desde Espinoza hasta el Holocausto. Por sus páginas transitan la Modernidad y su crisis impregnadas de la tristeza que suele caracterizar las obras de Albiac. Si Confluencias ya había acogido en su tienda a “Alá en París”, la colección de piezas escritas por la misma mano después del atentado terroristas yihadista contra Charlie Hebdo, no ha de sorprendernos que “Diccionario de adioses” enriquezca los fondos de esta editorial. Ambos libros comparten la mirada dura, lúcida e implacable sobre el fracaso del proyecto moderno y sobre sus ruinas, en las que ahora habitamos.
En efecto, “Diccionario de adioses” es un libro utilísimo para el universitario porque permite leer los grandes temas de la historia, la filosofía, el arte, la cultura popular -y, ¡ay!, la política- desde una perspectiva distinta a la que nos exige la corrección política.
Así, en la voz “Idénticos (los): nacionalismos, fascismos, populismos”, Albiac se remonta a la Tubinga de 1795 para recordarnos su proximidad a la “mitología de la razón” que cristaliza en la idea de Volkgeist y que evoca en palabras de Fichte: “Sois vosotros, (alemanes) quienes poseéis, más nítidamente que el resto de los pueblos modernos, el germen de la perfectibilidad humana y a quienes corresponde encabezar el desarrollo de la humanidad… Si vosotros decaéis, la humanidad entera decaerá con vosotros, sin esperanza de restauración futura”. Su definición del nazismo “la forma administrativamente centralizada -esto es, socialista”- del nacionalismo” abre puertas y ventanas para que corra el aire del pensamiento en torno a la estrecha relación que existió entre ambas ideologías en sus orígenes (recuérdese la década de 1920 en la historia del nazismo) y su retorno en nuestros días de la mano de ciertos populismos. Desde aquí podemos llegar al panarabismo y la ideología del Foro de São Paulo.
Me resulta especialmente seductor el apartado que dedica a la “judeofobia” (así se titula y no “antisemitismo”) y que abre con una célebre cita de Emil Fackenheim. Albiac recuerda la obligación -tal vez decir “imperativo moral” sería más sonoro- que gravita sobre todo ser humano y que Zola formula ante el caso Dreyfuss: “mi deber es hablar, no quiero ser cómplice”. Frente al horror del Holocausto y del camino que condujo a los campos, a los guetos, a las fosas comunes y los hornos crematorios, se alza la pregunta bíblica por el destino de tu hermano. Callar puede ser una forma de complicidad e incluso de autoría. El texto de Albiac es inmisericorde. Pasa del antisemitismo en la Europa de la Modernidad al terrorismo en Oriente Próximo. No perdona ni a Arafat ni a sus simpatizantes. “Jugamos con serpientes”. “No, no existe cuestión judía. Sí, cuestión antisemita. Como una de las lacras más perennes y más enigmáticas de la conciencia europea”.
El libro se cierra con otro texto sobre Berlín, la ciudad que yo tanto quiero y en la que todos los que nacimos el siglo pasado hemos vivido, aunque jamás hayamos puesto los pies en ella. En efecto, “Berlín era una amalgama de cine y libros. Pantallas de la Guerra Fría, novelas de Le Carré: leyenda. Dorada o negra. Dorada y negra: es lo mismo. El Próspero de La Tempestad se hubiera sentido en casa: Berlín era la materia de nuestros sueños. Mejor, de nuestras pesadillas”. Evoca la caída del Muro: “Berlín fue lo imposible: la libertad. Para aquellos que nunca la conocieron. Poca cosa. Todo”.
Es un libro magnífico para reflexionar y un texto estupendo para discutir entre humanistas. No rehúye ni la mirada severa sobre la filosofía ni la crítica feroz de la autocomplacencia de los intelectuales. El camino al horror del siglo pasado está jalonado de libros, de artículos, de periódicos y de panfletos y de ideas incendiarias.
Este libro es una buena carta de navegación para adentrarse en la Modernidad y encontrar el camino entre los restos de la devastación.
En la adaptación cinematográfica de Luciano Visconti de Muerte en Venecia (novela homónima de Thomas Mann), podemos ver cómo el eje de la cinta gira en torno al proceso de destrucción espiritual del protagonista, Aschenbach, por su enamoramiento de un joven polaco durante su estancia en Venecia. Durante los compases finales de la película vemos cómo Aschenbach, quien para la belleza era fruto de la mesura y el equilibrio moral, queda derrotado por Tadzio que, como Dionisos, representa el éxtasis y el desorden moral. La muerte del compositor representa simbólicamente la muerte de la Europa que había reinado hegemónicamente, cultural e intelectualmente, hasta el siglo XX. Sigue leyendo
Hace medio año se estrenó El Ascenso de Skywalker, la última entrega de la saga de La Guerra de las Galaxias, una serie de películas tan popular que no es necesario presentarla. Con ella son ya nueve las cintas que integran la colección, amén de numerosas series, novelas y videojuegos que expanden su universo. Sin embargo, lo más interesante de esta última película no ha sido el cúlmen de una historia que se ha alargado por décadas, sino el haber constatado la desafección que gran parte de la comunidad de fans siente hacia lo que una vez fue el objeto de su admiración. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
En 1982 el periodista Pepe Oneto entrevistó al expresidente del gobierno Felipe González. Cuando le preguntó que quería para España, aquel dijo “que España funcione”. Hizo un lema de estas palabras.
Terrence Malick ha insistido siempre en la sobreabundancia y la desproporción. Si en El árbol de la vida todo giraba en torno a la muerte de un hijo, donde pasado, presente y futuro se entremezclaban para ofrecernos una joya acerca de la vida y del misterio de la muerte en diálogo continuo con el infinito, en Vida oculta la muerte se presenta como colofón, como la entrega total que es el martirio. En definitiva, como verdadero don. Acogido, aceptado y triunfante.
El martirio es también una desproporción. ¡Pero qué absurdo! Nadie se va a enterar. Son solo palabras. Puedes jurar una cosa y pensar lo contrario. ¡A Dios no le importa lo que digas, solo lo que hay en tu corazón! ¿No ves lo inútil que es todo esto? ¿A qué criterio obedece? Tienes una mujer preciosa, una madre que te quiere y tres hijas maravillosas. No haces ningún bien a nadie. A nadie. ¿Para qué todo esto? Pero Franz mira a su esposa y dice: «¿tú lo entiendes?» Comienza a sonar el Agnus Dei… Su respuesta no es sí o no. Es te quiero, y estoy contigo pase lo que pase, siempre. Entonces, una extraña y alegre serenidad se apodera de Franz, que comienza a llorar. Haz lo correcto, dice ella. E inmediatamente Malick nos vuelve a mostrar su habitación, los pies de la niña pisoteando el vientre de la cuna.
En la película se insiste en el lecho del matrimonio una y otra vez. Sus sabanas, sus cojines, sus muebles. Se insiste en la casa. La casa, el vínculo, el amor, la tierra, las manos sucias, y siempre las montañas, la fronda y el cielo, como una espectacular, majestuosa y amable presencia. Es palpable como la naturaleza no se presenta como el telón de fondo de un idilio bucólico, sino como don precioso que manifiesta el señorío del Padre sobre la creación y de la criatura sobre su dominio, el suyo, el que le ha sido dado, en mitad de las montañas, de sus montañas, de su tierra.
Todo espacio está presidido por el mismo Cristo o su Madre. Nuestra mirada no puede obviar el Cristo colgado en la esquina del bar, donde se celebra la fiesta, se danza y canta y bebe, y es que, como dice Pieper, «Sólo un trabajo lleno de sentido puede ser suelo sobre el que prospere la fiesta» (pues viven de la misma raíz).
Son días que bastan porque la vida no puede ensancharse más en el amor: familia, trabajo, pueblo, culto. Hacen lo que deben hacer y así lo aman. Hasta que la comunidad política se pierde, y lo hace desde el mismo momento en que se adhiere a consignas y eslóganes. La película abre con las imágenes de El triunfo de la voluntad de Riefenstahl mientras el coro de Handel canta: «Israel vio la mano potente que mostró Yahvé para con Egipto, y el pueblo temió a Yahvé, y creyó en Yahvé y en Moisés, su siervo». Es la claudicación de la conciencia por la nueva conciencia nacionalista, es decir, romántica, mediante lo que Canals Vidal refería como «sublimación del resentimiento».
Ahora solo nos queda recordar los tiempos mejores, se dice. La memoria, es decir, la esperanza. El patrimonio de vida acumulado en el tiempo. Y es aquí, en el desierto, cuando el amigo evoca el Gorgias de Platón: es mejor padecer una injusticia que cometerla.
No hay un ápice de reserva del amor. Las muestras de afecto son constantes. La vida se derrama en los gestos. Todo anuncia el destino de cuerpo y alma: la gloria. Reservada para aquel que en un determinado momento ha sabido decir no. Para aquel que ha afirmado su fe negándose a sí mismo. Porque en Vida oculta se proclama lo mismo que se proclamaba en El árbol de la vida y es aquello que, como señalaba Juan Manuel de Prada, se ha dejado de proclamar en los púlpitos: «que Dios es Señor de la Historia –Alfa y Omega– […] que el misterio del sufrimiento humano sólo es plenamente comprensible si se espera la resurrección de la carne»; que «hemos salido del Padre y volveremos al Padre».
Vida oculta es una celebración constante de la Encarnación. Ese cuerpo desnudo y moribundo de Cristo que preside los espacios, los cuerpos que no pueden dejar de expresar lo que se aman. Cuerpos que trabajan, que rezan, que se entregan, que se echan al suelo y se abrazan y se manchan. No hay rastro de puritanismo. Son campesinos que viven la Encarnación con la sencillez de los pastores de Belén. Es apasionante la insistencia de Malick en lo carnal: los besos (los más verdaderos que he visto en el cine), las caricias, lo abrazos, las manos, las piernas. El amor, como los ríos y el agua que no puede dejar de mostrarnos; agua que surca la tierra y da vida. Es un no parar. Es la obsesión del que no puede dejar de insistir una y otra vez en comunicar lo que ha descubierto como fundamental.
Me sorprendió uno de los primeros planos, que nos mostraba el interior de una cubierta a dos aguas, hecha de vigas de madera. Un plano fugaz. La casa, el techo, los muebles, la cuna, la cama. Dice Fabrice Hadjadj en su Via Crucis:
«Al inicio, Dios plantó árboles para que el hombre y la mujer los cultivaran, cogieran sus frutos e incluso los imitaran, ya que ‘fructificad’ (Gén 1,22) es el primer mandato de Dios al hombre. Y la construcción de madera servirá también para acoger esta fructificación humana: en el hebreo bíblico, ‘tener una posteridad’ y ‘construir una casa’ se dicen con las mismas palabras. El Verbo sabe del tema, ya que se hizo carpintero. Le gusta la madera. Ha llevado vigas para construir casas. Pero he aquí que sobre sus hombros, la madera de fecundidad y de hospitalidad se ha convertido en madera de expulsión y crimen. Ya no se trata de la vigueta que llevaba ligeramente para hacer un techo: es la traviesa mal adaptada, que grava todo su peso sobre su nuca y cuyas astillas se clavan en sus manos».
Y las campanas, siempre las campanas, resonando en el valle. El templo que se eleva sobre la tierra y en cuyo seno se actualiza cada día la muerte y la resurrección. Campanas que anuncian el triunfo. No de la voluntad ni de la autonomía. Franz dice: yo te quiero, esposa mía, y por eso camino hacia la muerte. Solo queda la fidelidad. Llegará un día en que entendamos; en que lo oculto se desvelará y, por fin, conoceremos el sentido de todo. Una hora en que no habrá misterios.
Sobre la etimología de Apocalipsis, fin −destino y término− de los tiempos, dice Castellani: «[Apocalipsis:]Revelación. Literalmente, desde-lo-oculto, del verbo griego kalypto: cubrir, velar, ocultar; y la preposición apó, intraducible en castellano exactamente; como si dijéramos des-en-velar, desenvelación.»
Porque estas fieles vidas ocultas resucitarán de las tumbas que nadie visita para gozar de la eterna dicha a la que están llamadas.
Vida oculta es una oración que recorre los valles y las simas del alma y deja en carne viva las grandes cuestiones del hombre. Es un dialogo entre la criatura y el Creador, de vocación eterna. Mediante una experiencia verdaderamente espectacular, un himno de alabanza apoteósico, nos purifica y nos redirige el paso hacia la vida a la que hemos sido convocados, culminando con el misterio del martirio, «el supremo testimonio de la verdad de la fe». Es la película que necesita nuestro tiempo.
¿Por qué sufrimos? ¿Por qué el dolor en sus múltiples y desgarradoras manifestaciones? Enfermedad, desamor, sueños rotos, desesperanza, tristeza, sentimiento
A todos nos persiguen los fantasmas. Y no me refiero a los de sábana blanca, sino a esas personas que dejaron una huella imborrable… para mal. Quién no ha sufrido nunca el rechazo, la humillación, la violencia o la exclusión. La infancia no es siempre como ‘El camino’ de Miguel Delibes, a veces se parece a la excursión de Dante y de la adolescencia mejor ni hablemos.
“El ser humano es el animal con mayor capacidad de adaptación al medio“. Este dicho popular convence. Solo un científico se atrevería a refutarlo. El resto de los mortales pensamos en los esquimales de Siberia, en los bereberes del Sáhara, asentimos y seguimos a lo nuestro. Si aún le seguimos dando vueltas, la frase gana enteros al revisar el curriculum de una especie capaz de resistirse incluso a su propia amenaza. Obviemos la aseveración científica porque imagino que habrá alguna bacteria, parásito, insecto, o algún ser del inagotable espectro de la vida y sus formas que sea capaz de existir con una cantidad ínfima de oxígeno, bajo alta radiación o sometido a no sé qué tipo de rayo solar ultra-magenta. El caso es que posiblemente ninguno de ellos vea tan amenazada su existencia por su propia raza, por sus iguales.
Según el Global Risks Report 2019 publicado por el Foro Económico Mundial, la Cuarta Revolución Industrial está marcada por una línea borrosa entre lo humano y lo tecnológico. En este marco, diversos fenómenos, como la crisis del 2008, los atentados terroristas o la gran oleada migratoria, han ido confluyendo en un punto que genera determinados posicionamientos ideológicos.
Los héroes ya no sirven para nada. El arquetipo clásico huele a cerrado y acumula polvo en viejas cintas de VHS o en sus reediciones en Blu Ray. Ya no hay héroes como los de antes, representantes de una moral intachable, sino superhéroes con taras y letra pequeña. Gente que prefería hacer otra cosa o cuyos vicios los alejan de los valores de las sociedades a las que defienden. Los héroes, sí los del viaje del héroe, son dodos. Animales condenados a extinguirse por la voracidad de sus adversarios y la incapacidad de utilizar las mismas armas que utilizan sus enemigos para destruirlos.
El miedo es el hilo conductor de nuestra historia, desde la época de los grandes conflictos en Europa, las “guerras civiles de religión”, los conflictos de clases y la llamada guerra civil europea el siglo pasado, hasta nosotros y el renacimiento del nacionalismo, el llamado soberanismo y el racismo, denominados “supremacismo blanco”. Las situaciones que hemos creado, empezando por el Estado, son hijas del miedo, no de la confianza.
Escribo estas líneas en la mañana del 28 de abril, es decir, a pocas horas de que España pase de tener un sistema parlamentario tetrapartidista a uno pentapartidista.
La ciudad de Turín -Torino, en italiano-, es una de las más conocidas y populares de Italia, y particularmente de la región del Piamonte, reconocida a nivel mundial sobre todo por ser el sitio donde se resguarda la Síndone, por ser sede de la Juventus -aquel equipo que tiene penando a los aficionados del Atlético de Madrid tras su eliminación de la Liga de Campeones-, así como por su producción automotriz.
Me gustaba bajar a tomar una cerveza en el bar de Juan cuando no tenía nada que hacer. Compartir con él detalles nimios de la vida; que si hace frío; que si vienen pocos clientes; qué mal esta el Real Madrid; está rico este pincho; ponme otra cerveza; ¿tienes mechero?; qué tranquilo está el barrio… Su bar ni siquiera era bonito, no sé muy bien por qué entré un día allí, qué me llamó la atención o qué estaba buscando, pero Juan se convirtió en uno de los actores secundarios de mi vida. Sigue leyendo
Este artículo ofrece multitud de información sobre el argumento de Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017). Queda usted avisado.
La cinta de la Mujer Maravilla fue muy esperada por motivos extracinematográficos. Resulta inevitable que los intereses políticos y sociales acaben marcando la trayectoria de alguna que otra película; qué se le va a hacer. Además, la buena o la mala recepción de un filme no siempre se debe a su factura artística. Por suerte para Wonder Woman, muchos de los que entonces esperaban que la historia fílmica de Diana reivindicara la superheroicidad femenina recibieron lo que buscaban. Me alegro por ellos. Sigue leyendo
Ante los recientes acontecimientos judiciales relacionados con el inagotable procés, permítanme hacer una pequeña y nueva reflexión, pues uno mismo se encuentra abismado en un proceso interior del que espera ser indultado por alguna benévola divinidad. Sigue leyendo
Corre el año 1939 y Europa se encuentra al borde de la II Guerra Mundial. El Dr. Sigmund Freud se ha instalado en Inglaterra tras huir de una Viena invadida por los nazis. Un joven profesor de la Universidad de Oxford visita la consulta londinense del padre del psicoanálisis dispuesto a librar un duelo por todo lo alto. ¿Pudo ser C. S. Lewis? En” La sesión final de Freud”, representada hace algún tiempo en los escenarios de Madrid, se juega con esta posibilidad.
En la introducción a la edición de Frankenstein o el moderno Prometeo de 1831, Mary Shelley escribió:
“Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo”.
El género del terror nos ha legado historias que, llevadas a la pantalla grande, han convertido a sus monstruos en leyendas con el paso del tiempo se vuelven mitos contemporáneos. Uno de ellos, y que quizá con algo de razón ha sido interpretado como el arquetipo junguiano de La Sombra, es el mito del vampiro, al que todos concebimos en el imaginario colectivo ya sea bajo la forma romántica del Drácula de Francis Ford Coppola, o portando la indumentaria clásica de Bela Lugosi o Christopher Lee, o desde una polémica perspectiva millennial, con el aspecto de Robert Pattinson.