Acabé de ver el episodio, horrorizado de la sonrisa que se torcía en mi cara a pesar de mis esfuerzos por reprimirla. Me había gustado. ¿Épica? ¿Cabía hablar de épica en Juego de Tronos? No era solo yo quien se había visto sorprendido por esta posibilidad. Algunos caballeros de la escuela de Alonso Quijano –pienso en García-Máiquez – iban rompiendo lanzas a cada capítulo, convirtiendo la misma posibilidad épica de Juego de Tronos en el verdadero tema épico de la serie: ¿Vencerá el espíritu épico al dragón del cinismo omnipresente?
Ned Stark, Jon Nieve, Sir Jorah... No cabía duda de que representaban héroes de la vieja escuela, la del mito. En Jon Nieve es explícito: aceptación del llamado, salida del hogar, enfrentamiento al dragón-caos que lo devora (experiencia de muerte), resurgir transfigurado y retorno, para liderar en el bien común. En él, el bastardo sin nombre, ha quedado marcado a fuego el nombre de su 'padre' Ned –solo un padre marca de esa manera –o lo que es lo mismo el sentido del honor. Como un guerrero germano, se debe a la línea de sus ancestros, de sus antepasados. Actúa, decide y camina cargando a la espalda, como Eneas a su padre, el legado de los hombres buenos que estuvieron antes que él.
Sin embargo, los estetas refinados que aplauden el cinismo de Juego de Tronos dicen: “es un personaje hueco, entre ingenuo y estúpido, igual de patético que Ned Stark y que el pagafantas de Sir Jorah”. Todo esto de la épica les provoca bostezo, y así como muchos de ellos son intolerantes a la lactosa o el gluten, la virtud en la pantalla les provoca picazón. Es lo que tiene estar más allá del bien y del mal.
Hay pues dos ejércitos rivales disputándose el alma de Poniente. Sólo puede quedar uno, pues son presencias que ocupan todo el escenario, que se imposibilitan mutuamente. Para la épica, el bien y el mal libran un combate que lo es todo. Para el cinismo no hay bien ni hay mal, solo desesperación camuflada en risita irónica o en regodeo ante el sofoco de cualquier valor positivo o en demoníaco disfrute de contemplar la caída. Intrigas, giros de trama, vicios brillantes hacen la serie interesante para los cínicos, mientras que cualquier amago de épica los enfurece.
Por esta razón, la serie Juego de Tronos resulta ser un monstruo bifronte, con dos almas que pujan hacia lados contrarios y amenazan con desgarrarlo. Lo que me temo que pasará –que ya ha pasado –es que no es posible que triunfe ninguna, porque el desgarro es tal que la bestia no sobrevivirá al mismo. Es un producto contradictorio, una mixed review, que ha mezclado dos sustancias inconmensurables, que dan por resultado agua mezclada con aceite.