ESPECIAL Crisis en Cataluña
Cuesta encontrar en la historia artefactos ideológicos como el independentismo catalán. Un artefacto que predica la unión entre dos extremos contrarios, la independencia y el hedonismo, esto es, la exigencia moral de la libertad antigua, que permea las luchas contra Estados opresores, y el ejercicio poco ejemplar, pero placentero, de la libertad moderna, inherente a una sociedad ajena a las pasiones políticas.
A muchos votantes les suele gustar ver a los políticos fuera de su quehacer diario y descubrir que hacen cosas “como uno más”. Entiendo la gracia, pero si cogiese un mismo ejemplo de un personaje de la cultura como puede ser Vargas Llosa esquiando o dándose piquitos con Isabel Preysler, pues, francamente, mi primer juicio de dicho reportaje sería que estoy ante una tontuna irrelevante.
Yo soy de esos románticos que besan las prendas de su amada cuando su olor les recuerda a ella. Se me olvida que las cosas son materia. La última fue una bufanda que se dejó, la muy friolera, en este mes de octubre que de tan cálido se ha llevado hasta las ganas de llorar. Desprendía su perfume y no pude evitar la tentación; besé un puñetero trapo.
Qué bien nos iría a todos y a todas si los independentistas considerasen que todos y todas los animales y las animalas humanos y no humanos, humanas y no humanas somos iguales y compartimos una misma dignidad natural… Ciertamente, pensé, mientras un gato tuerto y patizambo me observaba agazapado entre las sombras, prefiero esta “¡li-be-ra-ción a-ni-mal!” que pone el foco en las bestias a esa otra liberación animal.
No puede sonar igual cuando quien pronuncia esta frase forma parte de una agrupación política que no condena el terrorismo, que cada vez que les ponen un micrófono delante todo lo que se escucha es una mezcolanza de comunismo rancio y dialéctica tumefacta. Alguien que tiene de su lado una guerrilla que, además de cuenta de Twitter, también va equipada con mochila violenta a manifestaciones o a lo que se preste.
No sigamos hablando de hacia dónde nos llevan los políticos, porque la vida en las calles es de los ciudadanos. Y somos nosotros quienes decidimos si llega la sangre al río, si paramos de una vez por todas a las masas obtusas. Ojalá pusiéramos pause, hiciéramos por unos momentos examen de conciencia y nos diésemos cuenta de la responsabilidad que hemos tenido en la diseminación del odio.
Nací, como otros hombres, en un trozo de tierra que amo porque allí jugué de niño, allí me enamoré y platiqué con mis amigos en noches celestiales. Y ahora me siento perplejo. ¿Por qué deberían ser una nimiedad esos jardincitos en los que declaramos nuestro amor o esas calles de las que sacamos a nuestros muertos? ¿Por qué tendrían que ser un absurdo?
Algunos piensan que existe subsidiariedad por el simple hecho de que ciertos gastos se deciden a nivel regional. Pero la verdadera subsidiariedad solo se daría si las personas y familias fueran capaces de tomar las decisiones últimas respecto de asuntos como, por ejemplo, la educación de sus hijos.
Quizás, el aprendizaje que nos quede por delante sea el de llegar a entender al fin, tras cuarenta años de convivencia en libertad, que la democracia, en primera instancia, no es una oportunidad, sino un límite sin el cual toda oportunidad corre el riesgo de derivar en desmesura, terror y tiranía. Incluidas las oportunidadessentidas como más legítimas, puras e indiscutibles.
Los acontecimientos de los últimos días dan cuenta de que el famoso procés el tono de un movimiento revolucionario. En Cataluña se han dado cita dos fenómenos sociales que dan cuenta de una sociedad que –como muchas otras en todo el Occidente– sufre los espamos de una infantilización que se aprecia de manera dramática tanto en sus odios como en sus amores, y que en su pataleta amenaza con tirar abajo la civilización occidental.
En Cataluña hay mucho Pancho Sánchez, como diría Julian Assange, que sueña con una utopía catalana y no está mal soñar con utopías. Oscar Wilde ya dijo que un mapa donde no apareciera señalado la utopía no merecía ser mirado. Las utopías nos mueven hacia lugares, normas y comportamientos mejores, pero cuidado con tomar muy en serio nuestros delirios.
Los chavales no piden más, vana encontrar algo de conocimiento, reírse, comentar sobre el partido de liga del pasado fin de semana, quizás echarle una miradita a alguna chica y largarse. Sin embargo, los niños en Cataluña se encuentran con algo muy distinto (chicos, chicas, mayores y pequeños). Este lunes, a primera hora y delante de toda la clase, un profesor de Sant Andreu de la Barca espetó a un niño, hijo de Guardia Civil: “estarás contento con lo que hizo tu padre ayer”.
Frente al ruido y rumorología, nuestra labor es la formación y el actuar ético. Corresponde al que opina saber utilizar categorías que se salgan de la composición de lo que es un hecho noticiable en la era del “Little rocket man”, del twitteo compulsivo sin filtro consciente. Hay que hacer una reflexión desde el plano de las ideas, conceptos y estructuras mentales que se han desarrollado hasta el 1 de Octubre.
Los procesos segregacionistas derivados de postulados nacionalistas son por lo general, propuestas revolucionarias camufladas en falsas democracias para que las clases acomodadas y burguesas, previo adoctrinamiento y agitación de una parte de la sociedad, se hagan con el control total de las instituciones de un territorio administrativo (económicas, mediáticas, legislativas etc.) y así asegurarse un poder incontestable.
Ya no existen vías -al menos las lógicas y presumibles para hacer siquiera un amago de actividad democrática- para que el Referéndum pueda llevarse a cabo. ¿Qué recuento se va a llevar a cabo sin disposición de medios físicos para ello? ¿Cómo van a ser estas nuevas papeletas y quién las va a financiar o imprimir si no es un organismo privado que per se, por su propia naturaleza, perdería toda legitimidad de ser una cuestión común?
Ocurre como sucedió con ETA, que logró colar, entre otras, la expresión “impuesto revolucionario” para referirse a la extorsión y al chantaje a que sometió a empresarios, etc. (...) Pues en el caso de Cataluña los partidarios de la separación política han logrado, repito, que las palabras que más se utilicen...
Es necesario cambiar la dialéctica de ‘ellos contra nosotros’, y regresar al básico ‘tú y yo’, al pensamiento dialógico. Cambiar las trincheras por un lugar de encuentro, no sólo entre políticos y entre Gobierno y Generalitat, sino dentro la propia sociedad. Repito, probablemente es ya demasiado tarde
En el fondo de esta reivindicación, lo que reside es un concepto de soberanía que necesita ser analizado para que entendamos porque, mientras unos dicen que “democracia es votar” otros digan que lo que está ocurriendo en Cataluña es una aberración que conduce casi inevitablemente al fin de la democracia.
Ante la falta de shem, de una palabra que revele algo de verdad en todo este batiburrillo, los zarandeadores del régimen independentista han apostado por otros sucedáneos, metiendo a bulto palabras como “¡Mierda! ¡Fascista!” en el golem catalán. (...) Cada día que pasa sin revisar las bases de este desafío dialéctico, se están apuntalando las murallas del fraccionamiento social de una sociedad que ya se ha dividido en demasía.
El manido tema catalán ha puesto sobre la mesa, en los términos de todo o nada, una elección al pie del abismo entre una Cataluña unida a España, luego diversa, plural y tolerante, y una Cataluña separada de España, luego lingüística y culturalmente homogénea, liberticida e intolerante.